HACE 50 AÑOS…
En 1972 se filmaron 90 películas con una gran intervención por parte de recursos estatales. El echeverrismo había traído consigo la inclusión de nuevos directores y la renovación de los estudios Churubusco. Así como hubo grandes éxitos (El castillo de la pureza) se tuvieron inmensos fracasos (Aquellos años) que, por desgracia, serían comunes en el futuro. No obstante, la producción privada se mantuvo cultivando los viejos y conocidos géneros. Ante algunas propuestas novedosas, distintas para el cine nacional hasta entonces, continuaban los ofrecimientos de un cine popular que alcanzaba éxitos de taquilla, sobre todo entre la población todavía fiel a temas e ídolos. Ahora, la mejor manera de efectuar un recuento, es separar a las películas acorde con la calidad de sus directores: nuevos o viejos.
El entonces, nuevo cine mexicano, ofreció títulos como El castillo de la pureza (Arturo Ripstein) quien así retornaba al cine industrial, ofreciendo una de sus mejores películas. La trama, basada en hechos reales, de un hombre que secuestró a su familia por años dentro de una casona del centro de la Ciudad de México, reflejaba la hipocresía, el florecimiento del instinto, la rebeldía, que no podían detenerse para explotar en el tiempo. Fe, esperanza y caridad (Bojórquez, Alcoriza, Fons) mostraba, con ironía y comentario social, la aplicación de las virtudes teologales ante una mujer que se libera mientras busca la atención de un santo, un hombre que es víctima de sus propias ambiciones y la tragedia que se desata ante la falsa misericordia de la clase acomodada. El rincón de las vírgenes (Alberto Isaac) sobrevalorada adaptación de cuentos de Rulfo para hablar acerca de los falsos santones y su explotación de la ignorancia. Cuando quiero llorar no lloro (Mauricio Walerstein), adaptación de una novela ya clásica del venezolano Miguel Otero Silva, resulta esquemática, pero no puede negarse su fuerza, al narrar la historia de tres niños nacidos el mismo día, llamados todos Victorino, cada uno perteneciente a diferente clase social, sus abusos y consecuencias. El principio (Gonzalo Martínez) presenta una saga familiar a través de los recuerdos de un joven que ha retornado de Europa: desde el porfiriato hasta los tiempos de Francisco Villa, se narran injusticias, vejaciones y crímenes que dieron lugar al movimiento revolucionario. El profeta Mimí (José Estrada) entra de lleno al ámbito urbano y popular, a través de un caso criminal, donde un hombre, afectado por un trauma infantil, mata a prostitutas. El Señor de Osanto (Jaime Humberto Hermosillo) es la adaptación de una obra de Stevenson adaptada a los tiempos de la Intervención Francesa e ilustra los afanes de estos nuevos realizadores por temas épicos. Una rivalidad fraterna llevaba a la destrucción de una dinastía familiar: un reparto equivocado y una narración plena de defectos hizo que la cinta no llegara a un público masivo, lo mismo que Aquellos años (Felipe Cazals), narración solemne acerca de los tiempos de Juárez y Maximiliano que, debido a un guion plano y verborréico de Carlos Fuentes, aparte de su larga duración (140 minutos), fue uno de los grandes fracasos de su tiempo.
Los viejos directores seguían repitiéndose en temas y géneros que se habían cultivado desde siempre. Sin embargo, ahora por el color y los bajos presupuestos, la factura técnica carecía de calidad. Entre ellos: Gilberto Martínez Solares, repitió la trama de “Yo bailé con don Porfirio” (1942) en Las hijas de don Laureano, comedia de confusiones debidas a un hombre infiel que tenía hijas idénticas. Joselito Rodríguez filmó otro episodio de su saga sobre “Huracán Ramírez” en Huracán Ramírez y la monjita negra, ahora implicando cuestiones de religión en una trama sin pies ni cabeza, para lucimiento de sus propios hijos. Alfredo B. Crevenna filmó dos cintas de luchadores: Santo contra la magia negra donde Sasha Montenegro buscaba la manera de convertir a la gente en zombi para su beneficio, Las bestias del terror donde Santo unía fuerzas con Blue Demon para evitar que un científico convirtiera a bellas mujeres en monstruos, aparte de un melodrama de ocultismo, La mujer del diablo, donde una virginal doncella se entregaba a un tipo entregado a las artes infernales sin que lograra su redención. René Cardona filmó una divertida comedia ranchera Entre monjas anda el diablo para el lucimiento del ya muy popular, y recientemente fallecido, Vicente Fernández, alternándolo con la popular Angélica María donde pleitos, rivalidades, búsqueda de donativos para un asilo, hacían que el amor triunfara sobre la vocación de una improbable novicia. Emilio Gómez Muriel se fue hasta Argentina para filmar un melodrama erótico y de crimen Basuras humanas donde la tentadora Isela Vega seducía al dueño de un restaurant carretero, así como al dueño de una gasolinería adyacente (Jorge Rivero) casado con una paralítica. Isela incitaba al potente Rivero para que mataran a los otros y quedarse con todo, para llegar a final irónico.
Todavía queda una generación intermedia de la cual solamente habré de mencionar a Rubén Galindo por su populachera Lágrimas de mi barrio donde introdujo al feo y cacarizo Cornelio Reyna en el cine. Trama populachera con viudo que no logra conquistar a sus deseadas por motivos ajenos a él. Fue un taquillazo. Por su parte Francisco del Villar siguió con sus tramas tremendistas, una en donde Isela Vega era el objeto erótico, motivo de sus buenas entradas en taquilla, El festín de la loba donde la muerte de su madre, hace que una mujer dé rienda suelta a sus instintos sexuales metiéndose con un cura, su medio hermano y con otra mujer, en afán de disfrutar todo aquello que no ha podido. El monasterio de los buitres es una mala adaptación de un texto dramático de Vicente Leñero que se convierte en manual de pequeñas perversiones monásticas, valga la redundancia.
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