martes, 30 de agosto de 2022

SEMANA DEL CINE JAPONÉS: MIZOGUCHI 1939

LA HISTORIA DEL ÚLTIMO CRISANTEMO
(Zangiku Monogatari)
1939. Dir. Kenji Mizoguchi.

                   En los años treinta, como en la mayoría de los países, además del inicio del sonido, las cinematografías fueron consolidándose. Japón fue un caso peculiar, porque vio al cine como una extensión del teatro, en lugar de la fotografía, sobre todo durante los primeros años del siglo XX, para ir abandonando paulatinamente esta tendencia. En los años veinte iniciaron muchos jóvenes inquietos a filmar, pero fue la década siguiente, los años treinta, ya con la ventaja añadida del sonido, en la cual los directores que darían lugar a la brillantez del cine de posguerra, fueron encontrando su voz. En este ciclo, que ofrecerá películas que van de 1935 hasta 1940, podrá disfrutarse del cine de Mizoguchi, Naruse, Kinugasa, Gosho, Inagaki, Minori, Ozu, además de lo que será platillo fuerte, para los cinéfilos de corazón, al exhibirse las únicas tres películas que han sobrevivido de Sadao Yamanaka, guionista brillante, rebelde ante las tradiciones, y quien, por desgracia, falleciera durante la guerra, por lo que no pudo establecerse como lo hicieron sus compañeros de su generación, en la siguiente gran época de oro que ocurriría durante los años cincuenta.

                   La primera película que se exhibirá será “Historia del último crisantemo” (Kenji Mizoguchi, 1939), que viene a significar el más reciente bastión de una dinastía teatral. La cinta narra la historia de Kikunosuke, hijo adoptivo de un famoso actor de teatro kabuki, Kikugoro, quien también ha seguido la tradición familiar, pero no ha demostrado su talento en escena. La gente le adula por quedar bien con el padre, aunque murmuren a sus espaldas. Solamente la joven Otoku, niñera de su pequeño hermanastro, es quien se atreve a revelarle, de forma sincera, la hipocresía que le rodea y le incita a ir mejorando cada día. Kikunosuke agradece esa confianza y comienza una relación amistosa que da lugar a rumores. Por consecuencia, Otoku es despedida de su trabajo. El joven se rebela ante su padre por lo que es lanzado de su casa, busca y desposa a la muchacha, y vuelve a empezar desde abajo como actor itinerante en las provincias. Otoku será su apoyo moral.

                  Kenji Mizoguchi forma parte del trío de directores que se consideran grandes maestros y pilares del cine japonés (los otros son Ozu y Kurosawa). Llegó a filmar cien películas, iniciando desde el cine silente en 1923. Mucha de su obra se ha perdido (como es el caso de otros realizadores), pero, afortunadamente el material preservado, además de sus cintas filmadas en los años cincuenta, permiten conocer a un cineasta cuyo interés en el personaje femenino le ha colocado en un lugar privilegiado. Sus cintas acerca de mujeres cuyo sentido de sumisión y entrega dan lugar a fines redentores y finales trágicos, permiten enaltecer el valor femenino en una sociedad altamente machista, donde la mujer era considerada inferior. Es el caso en esta película, donde Otoku viene a ser el ángel guardián del actor en potencia, diamante en bruto, del cual ella se encargará de ir puliendo bajo su aliento, evitando que desfallezca, llegando al sacrificio.

                  Aunado a esta discriminación, está el sentido de clases sociales. Otoku no deja de ser una sirvienta asalariada, habitante de los barrios bajos de la ciudad, cuya amistad con el joven y noble actor, es un peligro para su prestigio. Cuando Kikunosuke se entera de la separación y de los prejuicios presentes, prefiere romper lazos con su padre e irse a comenzar de nuevo, sin imaginar que le espera una vida de privaciones y miseria, aunque también de aprendizaje, gracias a la cercanía de Otoku. La cinta muestra otra de las pasiones de Mizoguchi al tratar el tema del teatro: de hecho, esta película es la primera de una trilogía sobre el asunto, aunque solamente se ha preservado la que ahora comento. Durante la cinta se muestran tres largos ejemplos de una representación kabuki, lo que viene a representar un testimonio documental de lo que era un importante fenómeno popular y cultural. La acción sucede durante el período Meiji (la última década del siglo XIX), por lo que el joven Kikunosuke aparece como un Oyama (actor que representaba roles femeninos, porque la mujer no aparecía en los escenarios), y se muestra la espectacularidad de las producciones que involucraban a músicos, comparsas y hasta escenografías móviles con grandes telones.

                   El estilo cinematográfico de Mizoguchi se muestra brillantemente: planos secuencia, en ocasiones estáticos, cuyos movimientos sirven como comentario alterno: cuando la madrastra de Kikonosuke reprende a Otoku por atreverse a desprestigiarlo, la cámara tiene un pequeño desvío lateral para mostrar a otras sirvientas que escuchan la conversación y que se encargarán de difundir el asunto. El primer encuentro entre Otoku y Kikonosuke donde la mujer se atreverá a contarle su verdad, está tomada desde un plano general, alejado, que irá registrando su movimiento por la calle, teniendo como fondo la grandeza de la mansión del joven. No hay primeros planos: de alguna manera, es mejor el uso de un Dolly para seguir al personaje más que tenerlo en acercamiento.

El maestro Kenji Mizoguchi (1898 - 1956)