domingo, 11 de julio de 2021

JUNIOR AL CINE...

 

GASTÓN SANTOS
O LA BUENA VIDA

         En sus memorias, Churubusco Babilonia, (El Milagro-Alameda Films, 2007), el productor Alfredo Ripstein cuenta que, debido a su afición por las armas, cierto día, en casa de una persona que le iba a mostrar algunas en venta, notó el retrato de un joven rejoneador. Se enteró de que se llamaba Gastón Santos y le llamó la atención porque era muy bien parecido, montaba a caballo, y podría funcionar en el cine. Lo contactó y el muchacho aceptó su oferta, aunque no tenía necesidad ya que era riquísimo. Así comenzó una carrera que se extendió por una docena de años y a la cual abandonó porque estaba descuidando sus negocios y ya no le interesaba. Esa riqueza se debía principalmente a la herencia paterna, ya que Santos fue hijo del Gral. Gonzalo Natividad Santos, quien fuera gobernador de San Luis Potosí de 1943 a 1949, además de cofundador del PNR, antecedente del PRI, amigo del poder, de Obregón, Elías Calles, Maximino Ávila Camacho, y cacique de su estado donde era quien decidía a los candidatos políticos. Todo cambió con la llegada de López Portillo a la Presidencia, ya que no había sido su “tapado” preferido. A pesar de los intentos del presidente por acercarlo a su lado, Santos se negó, aduciendo enfermedad, por lo que, como reacción inesperada, uno de sus vastísimos ranchos fue expropiado. El cacique murió en 1978.

 Gonzalo N. Santos, padre de Gastón, del cual heredó la mirada.

         Sin embargo, regresando a 1956, en el cual Gastón Santos inició su carrera fílmica, el joven de 25 años ya llevaba tiempo como rejoneador, además de dedicarse a asuntos ganaderos y a la cría de caballos lusitanos. Tal vez, como juguete de niño rico, pensó que entrar al cine le traería nuevas emociones, además del acercamiento con muchas chicas guapas. Lo que demuestran las películas son las limitaciones actorales de Santos, algo esperado, pero lo que les ofrece un espacio y una dimensión singular, es que cumplieron los objetivos del productor Ripstein quien deseaba cultivar el género del oeste, adaptado al ambiente mexicano. En total fueron nueve películas bajo la venia de Alameda Films, la compañía del productor: seis del oeste, una extraña incursión en el cine de terror (Misterios de ultratumba) y dos dentro del ámbito juvenil, donde alterna con la nueva generación de jóvenes estrellas del cine mexicano (La edad de la tentación y Jóvenes y bellas), que cubren la etapa 1956 – 1961. Su retorno al cine fue cuatro años más tarde, otra vez en el oeste a la mexicana, con El indomable, producción de Abel Salazar (sin embargo, bajo distribución de Alameda Films) y ya la cinta final, El silencioso (producción de Sotomayor), cinta alabada por el crítico Jorge Ayala Blanco en su libro La aventura del cine mexicano (1968) que sirvió para distinguir al realizador Alberto Mariscal como innovador del género en el cine nacional, aunque en realidad, fue más bien artesano calificado que supo adaptar las tendencias europeas del género a nuestra industria, luego de una carrera discreta surgida desde los Estudios América, y que daría cintas eficientes, sobre todo.

 Alejandro Ciangherotti Jr., Mapita Cortés, Gastón Santos, Alfonso Mejía, Fernando Luján, en "La edad de la tentación" (Galindo, 1958)
Alejandro Ciangherotti Jr., desconocido, Gastón Santos (vestido como mujer para engañar a los otros), Álvaro Ortiz y Polo Salazar en "Jóvenes y Bellas" (Cortés, 1961)

         Del joven héroe que llegaba a los pueblos para enfrentarse con seres fantásticos o con bandoleros disfrazados, apoyando a rancheros amenazados o a jóvenes indefensas, terminaría su carrera con dos personajes que emularían al justiciero que prefería sacrificar su posible felicidad por razones morales y éticas. En todos los casos, partía, sin quedar comprometido con ninguna dama, tal vez porque la continuidad de su saga le llevaba a una vida libre y aventurera, además de nómada. De hecho, en la última cinta se insinúa su muerte, que sería metafórica para su carrera fílmica. Solamente en sus cintas alejadas de este género del oeste, le permitirían parejas, aunque en condiciones muy diversas y limitadas. En realidad, al productor Ripstein le llamó la atención un joven atractivo, con ojos claros, que sabía montar a caballo (de hecho, fue quien bautizó al caballo de Santos como “Rayo de plata”). Todas sus películas (con excepción de la cinta de terror) fueron en color y ninguna perdió dinero, a pesar de que Santos cobraba $125,000 por película, cantidad excesiva para esos tiempos que solamente se pagaban a las estrellas consolidadas. Sin embargo, tuvo otra aparición efímera, a los quince minutos previos del final de Bang, bang… y al hoyo (1970), donde aparece momentáneamente frente a César Costa, para huir desaforado, antes de un enfrentamiento que ocurrirá entre los personajes de la película. Puede pensarse que fue un favor o un chiste personal hacia el director de la película, René Cardona Jr.

 Gastón Santos y Emily Cranz en 1966
Gastón Santos Jr. (quien heredó los buenos rasgos del padre) y Gastón Santos, a los 77 años de edad, en 2008.

         Gastón Santos se retiró a su rancho para seguir con sus negocios y su cría de caballos, además de darse su buena vida. Tuvo un hijo que también se tornó rejoneador y luego, político. Hace cinco años fue noticia cuando baleó a un abogado, en un arranque de ira, mostrando su carácter tormentoso, heredado del padre admirado, que debió haber sido su ejemplo. Al término de las memorias de Gonzalo N. Santos, Gastón expresa en el epílogo: "Al tigre le entraron por derecho, cuando ya estaba viejo y escopeteado. Papá vivió hasta los 83; vestía como un dandy a la moda; se perfumaba, como Obregón; no fumaba, era gran bebedor de whisky, y rendía homenaje a la cocina huasteca". Repito: la buena vida, el poder, todo aquello que fue mejor que el efímero período de existencias ficticias en el cine. Y ahí quedaron las películas. Gastón Santos cumple 90 años.





sábado, 10 de julio de 2021

RIVALIDAD CAMIONERA

 

¡ESQUINA… BAJAN!
1948. Dir. Alejandro Galindo.

         Los conflictos que se derivan de la rivalidad entre dos empresas camioneras para ganar una nueva ruta dan lugar a una serie de problemas en los que se meten tanto el chofer Gregorio del Prado (David Silva, excelente) como el cobrador Constantino, apodado Regalito (Fernando Soto “Mantequilla”). En una asamblea sindical, el dueño de la empresa Zócalo-Xochicalco y Anexas, así como el líder, solicitan a los choferes no causar ningún problema en el lapso de 30 días que las autoridades han concedido a cada línea para demostrar su calidad y eficiencia, por lo que deben de tratar a los pasajeros con cortesía. El carácter volátil de Gregorio debe de ser contenido ante este requisito, pero en uno de los viajes, por quedar bien con la pasajera Cholita (Olga Jiménez), quien le ha conquistado a primera vista, se desvía de la ruta para llevarla a su casa. En realidad, la muchacha y otros pasajeros han sido contratados por el dueño de la línea contraria Virreyes-Doctores y anexas, Manuel Largo Langarica (Víctor Parra, magnético como siempre) para servir como provocadores. Así se irán desarrollando situaciones donde Gregorio tendrá caída laboral, decepciones amorosas, confusiones en su lealtad, hasta llegar a una solución que mejore su existencia.

Marco Antonio Campos, Viruta, 
antes de su etapa capulinesca

         Luego del gran éxito de Campeón sin corona (1945) donde se había introducido al ambiente populachero, del habla de barriada y el anhelo del triunfo por parte de los desposeídos, para que su propia condición los anulara; y después de filmar otros títulos en géneros variados, Alejandro Galindo pudo retornar al ámbito de la clase trabajadora, sindicalizada, clase media baja, que no vivía en cuchitriles y se ganaba el pan de cada día, gracias a su esfuerzo. En esta ocasión, el chofer Gregorio es un hombre enérgico, quien siempre está a punto de desatar su enojo que lo mete en problemas. Su compañero, el cobrador de boletos, es quien sirve como elemento de calma, neutralizador de un temperamento explosivo. De ahí que cuando se solicita la mayor cortesía para el cliente, Gregorio se sienta amarrado: está bien que haya que respetarlos, pero todo tiene su límite cuando los mismos pasajeros se pasan de la raya. Este carácter apasionado también le servirá para enamorarse de inmediato, además de cometer una gran equivocación. Gregorio, contra la imagen del Roberto o Kid Terranova de Campeón sin corona, tiene su orgullo y no se arredra ante la fatalidad. Si el otro se menospreciaba ante un rival norteamericano, éste va a enfrentarse con el dueño de la línea camionera para pedirle ayuda o trabajo. Ya eran otros tiempos: el triunfalismo alemanista de la época permitía hablar de una solidaridad sindical, siempre y cuando no se violentaran las formas, ni se excedieran las reglas no escritas, pero intuidas, de la política mexicana en el cine.

 Las asambleas sindicales

         La cinta es muy rápida en sus diálogos y en el ritmo de su acción. Por medio de la edición, se juega con los pasajeros incómodos en un camión atiborrado, como si fueran sardinas en lata, para ofrecer una visión del mundo en el que se mueven personajes y su entorno: quienes cargan bultos voluminosos o el trío de cantantes (donde la voz principal es Marco Antonio Campos, quien luego será el popular Viruta) que se meten para recibir alguna moneda o los que van de pie, moviéndose de un lado para el otro, acorde con la velocidad o los frenados del camión. Igualmente, una persecución de Cholita por Gregorio, cuando éste la reencuentra, se realiza vertiginosamente, mientras la muchacha huye y el hombre la sigue, por una calle atiborrada de puestos y de vendedores informales. Y también están las asambleas sindicales donde cada uno de los numerosos participantes reacciona acorde con el discurso. El maestro Galindo, en su afán por ofrecer una visión de la clase popular, evita caer en los estereotipos y toma los elementos más representativos, en ese tiempo, bajo esas circunstancias.

 Luego de dos swings, a escuchar un bolero romántico...

         No hay una crítica feroz hacia la sociedad que recrea: la pinta, con las licencias naturales del cine, para que ocurra la identificación del espectador: el cortejo amoroso, el problema laboral, la pérdida del empleo, el pleito con el compañero de trabajo, los enjuagues de los poderosos. Y así como en Campeón sin corona, Roberto iba al centro nocturno con Lupita para disfrutar juntos de un danzón, ahora Gregorio invita a Soledad (Cholita) a un centro social, como lo llama, para darse vuelo con un swing, en una brillante (y enérgica) secuencia, donde ambos bailan, luego pasan a su mesa para ordenar algo de beber, pero en cuanto suena otra melodía rítmica, van nuevamente a la pista. Ahora sí, al terminar, ambos vuelven a la mesa, para que la orquesta inicie un bolero romántico: Cholita coloca su cabeza sobre el hombre de Gregorio y ambos escuchan embelesados. Ahí es donde Gregorio comentará su desgracia y Cholita escapará por remordimiento.   

 El reencuentro con Cholita

         Por otro lado, están las relaciones empleado-patronales, en sus dos vertientes: Gregorio pertenece al bando donde hay comprensión, el líder es abusivo, pero el contubernio es positivo porque ambos concuerdan en sus fines. En cambio, la empresa rival tiene como cabeza a un tipo ladino, chapucero, que busca la manera de ganar al otro por medio de sucias maniobras. Sus empleados cercanos son prácticamente hampones, aunque la cinta no se introduce en las relaciones laborales más allá de estas imágenes. Víctor Parra, con sus ojos claros y su aspecto cínico, es la perfecta contraparte hacia la bonhomía y prudencia reflejada por Salvador Quiroz. Entre personajes bonachones e íntegros como Rabanito (Jorge Martínez de Hoyos, actor universitario, en su debut fílmico) o Menchaca (Ángel Infante), compañeros de Gregorio, está la gran diferencia con el principal compinche de Largo Langarica, o sea el tenebroso Robles (Jorge Arriaga, cuya participación en Nosotros los pobres y Ustedes los ricos, le darían una presencia perenne, además de ser otro de los grandes y subestimados villanos del cine nacional). Todas las posibilidades para el contraste absoluto entre buenos y malos, sin enfatizar la obviedad.

 Rabanito (Jorge Martínez de Hoyos) 
y Regalito (Mantequilla)

         La película tiene otras presencias extraordinarias: Delia Magaña, como la novia de Regalito, aunque en una participación pequeña. La española Pin Crespo (quien haría pocas películas, pero la mitad con Alejandro Galindo, quien fuera su segundo marido) en un rol mínimo, como chica que Cholita salva de suicidarse y quien luego será la que la reúna con Gregorio. Olga Jiménez, la hermosa dama joven, quien también filmaría once películas, para dejar el cine, casarse, tener ocho hijos, radicar en Torreón, donde moriría en marzo de 2016, a los noventa años. ¡Ah, y por supuesto David Silva!, actor y productor de muchas películas, con una personalidad arrolladora, al cual la vida le traería muchas tragedias por el descuido de su salud. Desde sus inicios, fue el galán joven, pero los años engrosaron su cuerpo, produjeron la caída del cabello (más tarde, la amputación de sus piernas por la diabetes) y finalmente, aunque nunca dejó el cine, a partir de 1969, con El topo (Alejandro Jodorowsky), adquirió un estatus de culto e interés por parte de los jóvenes directores del momento. Su presencia es clave para muchas de las cintas que interpretó: en cada etapa, por diferentes motivos. En su juventud, por razones obvias que se perciben a través de sus imágenes, aparte de su atractivo físico estaba, sobre todo, su calidad actoral que no podía disminuir ni por los años ni por enfermedad.

Olga Jiménez


Olga Jiménez, con su hijo Alejandro y su nieta

         ¡Esquina… bajan! tuvo una secuela, al año siguiente, debido a su gran éxito (Hay lugar para… dos). Ambas cintas fueron producidas por “Hermanos Rodríguez” que, de vez en cuando, daban oportunidad a que otros realizadores (Emilio Fernández con Islas Marías o Fernando Méndez con el díptico de Los tres Villalobos, por ejemplo) filmaran tramas que se intuían taquilleras, sobre todo dirigidas a un público popular. El cine mexicano ofrecía títulos y estrellas que, en su momento, se sentían banales y sin importancia. El tiempo, mejor juez, ha demostrado que había sustancia y sustento. Aquí he hablado de uno de esos grandes ejemplos que lo comprueban.

El incomparable David Silva