lunes, 31 de julio de 2017

LA GRAN ACTRIZ


JEANNE MOREAU





I

         Durante los años sesenta, y por largo tiempo, la Alianza Francesa se encontraba por la calle Padre Mier cercana a Pino Suárez. Ahí se exhibía el tradicional cineclub, con proyecciones en celuloide y formato de 16 mm, que permitió conocer películas que, de otra manera, no hubieran llegado a nuestro país. En ocasiones sí, algunas habían pasado años atrás por las salas de cine y eran felices rescates para quienes no habíamos tenido la edad para gozarlas . Gracias a la Alianza pude descubrir Marie-Octobre (Duvivier, 1959), El año pasado en Marienbad (Resnais, 1961), El signo de Leo (Rohmer, 1962), Les carabiniers (Godard, 1963), entre muchas otras. En ocasiones me tocó ser el único espectador pero generosamente me exhibían la película. Los cinéfilos de entonces le debemos mucho a los cineclubes de antaño. Ahora dicha cinefilia se ha transformado, pero ese es tema para otro comentario.  


Florence Carala, la esposa infiel



         En una de esas sesiones conocí Ascensor para el cadalso (1958) de otro baluarte de la Nueva Ola Francesa: Louis Malle. La trama era compleja, asesinatos planeados fríamente para que entrara el azar y todo se fuera al traste. La mujer, Florence, la esposa infiel del hombre asesinado, vagaba por las calles mientras que su amante vivía otro tipo de aventuras impensadas. Esa esposa era interpretada por Jeanne Moreau, figura que se volvió icónica y trascendente para quien esto escribe. Gran actriz, versátil, siempre distinta aunque en esencia pareciera igual.



II

         En el desaparecido Cine Rex que estaba por la calle Zaragoza exhibieron un programa doble. De pronto se pasaban magníficas duplas que mezclaban alguna película “vieja” con otra más reciente. Así pude ver, a pesar de que era “para mayores de 21 años” (edad que no tenía, pero anhelaba porque “en los ojos del joven, arde la llama” como dijo Víctor Hugo), Los amantes que también fue de 1958, dirigida por el mismo Louis Malle, donde narraba otra historia de esposa infiel que, en este caso, deja todo (esposo, hija, riqueza) por irse con el hombre del cual se ha enamorado perdidamente. La esposa fue nuevamente Jeanne Moreau. La cinta me pareció demasiado erótica para su tiempo (por la misma llama ardiente de los ojos juveniles) porque había una escena donde la cámara se fijaba en el rostro de la actriz quien reflejaba éxtasis y uno se imaginaba lo que estaba ocurriendo en la mitad de su cuerpo.


El orgasmo de Jeanne Tournier



III

         Llegué tarde a Jules et Jim (Una mujer para dos, 1962), la obra maestra de Francois Truffaut. Durante años estuve a la expectativa pero nunca pasó (o se me pasó) su exhibición en la Alianza Francesa. A principios de los años setenta trabajé en Saltillo y una noche la anunciaron en la Alianza de esa ciudad, pero fue falsa alarma. Monté en cólera inútil porque no había llegado la copia y a pesar de tanto berrinche no aparecería esa mujer que casada con un amigo era compartida por el otro dando pie a los cambios en las percepciones morales de la sociedad de su tiempo y que para esos años posteriores a Woodstock, Hair y la píldora anticonceptiva significaba un gran manifiesto de libertad. Finalmente la pude ver ¡por televisión! pero como la copia venía en formato anamórfico (o sea pantalla ancha) y en esa época no existían las televisiones rectangulares, de alta definición, me tocó una versión prácticamente diseñada por Modigliani donde los personajes aparecían alargados y, por ende, delgados. Catherine, amada por Henri Serre (Jim) aunque pertenecía a Jules (Oskar Werner) era Jeanne Moreau. Cuando empezó la furia del DVD finalmente pude disfrutar de una cinta espléndida que ahora se encuentra con facilidad (¡y hasta en Blu-ray!). Irónicamente, en unas vacaciones extraordinarias en el Distrito Federal del verano de 1966 conseguí un EP que traía las canciones interpretadas por Jeanne Moreau: tenía la música y la voz, pero ¡me faltaban las imágenes! Hace un par de años, pude ordenar un CD con éxitos de la actriz que tuvo su faceta como cantante exitosa, aunque a través del disco más que del espectáculo.


Henri Serre, Oskar Werner y Jeanne Moreau
Jim, Jules y Catherine

El disco icónico de la Moreau, cantante




IV

         En 1961 mis padres, siempre, y por fortuna, muy abiertos para lo que veía su hijo pequeño en el cine, me llevaron al Cine Juárez a ver Cinco mujeres marcadas (Martin Ritt, 1960) que no entendí por completo pero que me impactó porque las cinco mujeres de la película eran rapadas. Me sabía sus nombres porque mi cinefilia fue precoz (Carla Gravina, Barbara Bel Geddes, Silvana Mangano, Vera Miles y, por supuesto, Jeanne Moreau) Años más tarde entendí el argumento de las mujeres que habían sido amantes del enemigo durante la Segunda Guerra Mundial y sufrían ese castigo humillante. De todas maneras, a esa edad, Moreau fue nombre conocido pero otro entre tantos que me despertaban a la pasión del cine.


Silvana Mangano, Barbara Bel Geddes, Vera Miles,
Carla Gravina y Jeanne Moreau



V

         1970 y otra vez en el Cine Juárez de mis amores se exhibió una cinta barroca, bizarra, extrema que narraba la historia de una venganza. Otra vez era el Francois Truffaut de mis admiraciones. La cinta era de 1968 y se llamaba La novia vestía de negro. Julie Kohler sufría la pérdida de su recién casado esposo debido a un accidente perpetrado por un grupo de hombres. Ella debía hacerles pagar por el daño irreparable que le provocaron. Y esa mujer, enigmática, era por supuesto Jeanne Moreau.

Julie Kohler alimenta su venganza




VI

         La película más antigua que conozco en la carrera de Jeanne Moreau es de 1954. Se llama Grisbi (aunque mi DVD español dice No tocar la pasta) y es del director Jacques Becker. Una trama sobre el hampa donde Moreau es una joven bailarina que abandona a su viejo amante, un gangster que ha robado barras de oro junto con un compañero de crimen que las tiene escondidas. La mujer se ha enterado y lo cuenta a su nuevo amante. Desde siempre, Jeanne Moreau sería mujer fatal. Aquí aparece como una jovencita de 25 años apenas.

La traidora Josy cuenta sobre las barras de oro
a su nuevo amante, Ángelo (Lino Ventura)



VII

         Y así podría contar circunstancias alrededor de las experiencias cinefílicas con Jeanne Moreau quien fuera dirigida por Losey, Buñuel, Antonioni, Blier, De Broca, Fassbinder, Richardson, Duras, entre muchos otros nombres. Supo darse a conocer gracias a su talento como actriz y a su inteligencia para seleccionar los proyectos en los cuales participó. Deja un gran legado.





VIII

         En sus propias palabras:

Saber morir es saber cómo vivir.                                                         
¿Qué es la muerte de todos modos? Es el resultado de la vida”

Jeanne Moreau (1928 – 2017)



jueves, 6 de julio de 2017

BASURA EXQUISITA


EL VALLE DE LAS MUÑECAS

(Valley of the Dolls)

1967. Dir. Mark Robson.





         En 1967 pasé otro verano inolvidable en la Ciudad de México. Dentro de muchas experiencias ya entrañables, y que viven en mi memoria, está una visita rápida y casual a un gran almacén donde me encontré una edición (importada) de bolsillo (paperback) de Valley of the Dolls que, según muchos reportajes, era una novela sensacional. Además, ya estaba en las noticias que se estaba produciendo su versión cinematográfica. La compré, empecé a leerla y ya no pude dejarla. Esa era la fama, como libro devorable, de una historia que ocurría en Broadway y Hollywood, cuyos personajes estaban inspirados en estrellas de la vida real: la talentosa Neely O’Hara cuya incipiente carrera en una comedia musical era cortada por los celos de la estrella principal Helen Lawson para luego convertirse en taquillera actriz de Hollywood. La hermosa Jennifer North, sin talento pero con un cuerpo de tentación, quien se casaba con un cantante popular para luego descubrir que tenía una enfermedad progresiva por lo que tenía que dedicarse al cine audaz, europeo, y ganar dinero con el cual mantener los costos del sanatorio de su esposo. Y Anne Welles, primero secretaria de un agente de artistas que tenía la oportunidad de convertirse en importante modelo sin alcanzar la felicidad. Las tres eran víctimas de las pastillas (las “muñecas” del título) para dormir, para tener energía, para escapar de sus problemas. Ethel Merman, Judy Garland, Betty Hutton, Marilyn Monroe, entre otras, fueron la inspiración para la autora Jacqueline Susann.


Mi ejemplar ahora está con las páginas
amarillentas y frágiles, pero permanece
como recuerdo de una era maravillosa.


         Al año siguiente se estrenó finalmente El valle de las muñecas en el Cine Montoya donde se pudo disfrutar de una versión más sobria y menos gráfica que los hechos descritos en el libro (que ya había publicado Grijalbo en español para incrementar su éxito mundial). No importaba tanto porque ese era el destino usual de los bestsellers audaces, en una época que estaba apenas empezando a ser más permisiva. De hecho, se cuenta que Susann salió enojada de la proyección en el estreno (en diciembre de 1967) gritando que esa no era su novela. Y claro que la cinta resultó ser un esquema básico para que el espectador – lector reconociera a las mujeres del libro.


Curiosamente, las tres actrices nunca aparecen
juntas en alguna secuencia de la película

         La película se tornó en objeto de culto. Es un producto de la sensibilidad camp ya que de tan mala resulta memorable y permite la reflexión o la parodia. Dio lugar a un espectáculo teatral más cercano al público gay porque sus elementos eran adecuados para el mundo de las Drag Queens. Al ser filmada en la plenitud de los años sesenta, las modas, los peinados, el maquillaje, la misma parafernalia alrededor de los diseños de muebles o automóviles alcanzaron niveles que fueron únicos y distintivos de una era. Hay una secuencia cuando se muestra el inicio y auge de Anne (Barbara Parkins) como modelo donde la exageración es el precedente: recuerda a las figurinas del fotógrafo de Blow Up (Antonioni, 1966).


Anne (Bárbara Parkins) como modelo famosa

         Los personajes (y sus circunstancias) son esquemáticos: Anne es una chica de posición clasemediera acomodada de los pueblos en Nueva Inglaterra. Llega a la gran ciudad para empezar desde abajo y, de pronto, resulta que es la persona ideal para tornarse en modelo de fama. Nellie es, al contrario, pobre, con todo el deseo de forjarse un nombre en el espectáculo artístico ya que es poseedora de gran talento. Jennifer, por su parte, sabe que su mejor inversión es su cuerpo por lo que lo explota, sale con hombres adinerados, tiene un abrigo de mink que intermitentemente pasa a las casas de empeño para enviar dinero a su demandante madre. Sin embargo, los otros personajes que las rodean son antológicos: Lyon es el agente conquistador, mujeriego, que llama la atención de Anne y es al cual se entrega. Mel es el novio sometido de Nellie quien al casarse se convierte en su criado. Tony Polar es el cantante italiano estereotipado, víctima de una enfermedad hereditaria, siempre bajo la mira de su hermana quien anticipaba su tragedia. Helen Lawson es la estrella popular, mimada por el público, hechizante, que no permite que alguien la opaque. Cómo no caer en las trampas de estas fantasías que alimentan los mitos de las fábricas de sueños, ya sea la escena o el cine. Sobre todo en un tiempo cuando no era común la apertura pública y las estrellas eran cuidadas exageradamente en sus intimidades. Los lectores se regocijaban buscando la identificación con los personajes de carne y hueso.

Nellie (Patty Duke) derrotada, víctima de las "muñecas"

         Hay escenas antológicas: el ascenso a la fama de Nellie o su propio descenso y caída final, las cintas audaces de Jennifer, los números musicales, pero se destaca aquella donde Nellie pelea con su eterna némesis Helen en el cuarto de baño del hotel donde se hace una rueda de prensa, le quita su peluca para mostrar a la estrella legendaria con el cabello completamente canoso y la tira dentro de la taza de un excusado. La diva busca la manera de salir del lugar sin que la vean otras personas pero, finalmente, con toda dignidad, simplemente se coloca una pañoleta sobre su cabeza. Susan Hayward fue la intérprete de este personaje con toda su fuerte personalidad: lo iba a interpretar Judy Garland pero la cantante se encontraba en una etapa difícil de su vida (de hecho, moriría dos años más tarde). Hubiera sido maravilloso verla en este rol donde el personaje de Nellie la confrontaba ya que las circunstancias de este personaje (pastillas para adelgazar, pastillas para dormir, pastillas para la energía) fueron sus propias experiencias durante su gran momento como estrella de la MGM.

Helen Lawson (Susan Hayward) sin peluca,
mostrando su edad

         El reparto fue ecléctico: Bárbara Parkins era estrella bajo contrato de la Fox, compañía productora de la cinta, que había saltado a la fama como parte del elenco de la adaptación televisiva de La caldera del diablo (cuya versión fílmica fue dirigida por el realizador de esta cinta). Patty Duke acababa de terminar otra serie de televisión que la colocó en el favor del público juvenil, además de haber ganado el Óscar como actriz secundaria en 1962 por La maestra milagrosa. Sharon Tate era una bellísima aspirante a actriz que tenía en su haber unas cuantas películas, entre ellas dos destacables: La danza de los vampiros (Polanski) y No hagan olas (Mackendrick), filmadas el mismo año que estas “muñecas”: sería víctima de un terrible asesinato grupal dos años más tarde. En papeles pequeñísimos puede verse al compositor Marvin Hamlisch y a quien sería muy popular en la década siguiente: Richard Dreyfuss. La propia autora, Jacqueline Susann, interpreta a una periodista.
Jennifer (Sharon Tate) escuchando a su
demandante madre al lado del abrigo de mink,
producto de su cuerpo

         El valle de las muñecas pertenece a la categoría de las malas películas que amamos sobre cualquier consideración estética o reflexiva. Cine basura, equivalente fílmico de novelas escritas con el único afán de explotar el morbo del lector y ganar mucho dinero. ¡Ah, pero qué recuerdos nos deja!