domingo, 31 de marzo de 2019

UN INGRATO VIENTO...


UNA TRAGEDIA MEXICANA
por Roberto Villarreal Sepúlveda.


         Vino el remolino y nos alevantó es una película que Juan Bustillo Oro filmó en 1949, utilizando para el título, una frase de la vieja canción “La cautela”:

Hicimos de cuenta que fuimos basura
llegó un remolino y nos alevantó
y al mismo tiempo de andar en la altura
un ingrato viento nos desapartó.

Cuenta Bustillo Oro en su autobiografía que traía el asunto en su cabeza desde los tiempos de El compadre Mendoza (De Fuentes, 1933) cuando fungió como guionista adaptando una novela corta de Mauricio Magdaleno. El acercamiento literario y fílmico hacia la Revolución Mexicana era usualmente desde el escenario del campo y el punto de vista de los guerreros en batalla. En este caso, el director quería mostrar los efectos del conflicto social entre las familias de la urbe, de la capital: era lo que había vivido y lo que faltaba en la representación fílmica. Desde aquellos tiempos de su colaboración con Magdaleno quedó obsesionado con el tema. Quería que el escritor fuera el creador de este argumento pero a Magdaleno no le interesó, aparte que con el paso de los años, Bustillo no tuvo apoyo ni aprobación por parte de sus productores: ni a Jesús Grovas ni a Mauricio Walerstein les interesó aportar para esta producción.


         En 1949 finalmente, ya asociado con Gonzalo Elvira quien lo admiraba, apoyado por Fernando de Fuentes Jr. con su Dyana Films, logró llevar a cabo su sueño tantos años suspendido. Sin embargo, con toda esta ventaja hubo limitaciones económicas. Al crecer exageradamente la producción nacional (1949 fue un año prodigioso, del cual hablaremos en algún momento), la mayoría de los actores de renombre se encontraban ocupados. Igualmente, tuvo que filmar en los Estudios Tepeyac, alejados geográficamente de los otros en activo, por lo que el traslado de elementos escenográficos sería costoso. Tuvo la suerte de contar con la generosidad de los hermanos Rodríguez que le prestaron los sets que tenían construidos en dichos estudios y que se adaptaban perfectamente para su película que vino a ser, ya con el tiempo, una de las mejores y más grandes de su año de filmación. Un comentario agridulce, con muchas implicaciones sugeridas, de lo que fue el conflicto revolucionario para la familia urbana. 

La nueva imprenta que será
el inicio de todos los males
Los tres hijos, la nuera,
ante las tribulaciones del padre 
conservador

         Vino el remolino y nos alevantó narra la historia de una familia trabajadora, clase media, en los albores de la Revolución. El padre (Miguel Ángel Ferriz), impresor y feliz de haber recibido una nueva máquina para su negocio, alaba al gobierno porfirista. Sus tres hijos varones (Tony Díaz, Luis Beristáin, Armando Sáenz) son rebeldes y creen en la renovación maderista por lo que juntan armas e imprimen volantes subversivos en la imprenta del padre sin que éste lo sepa, pero por lo que cae en la cárcel. Surge el enfrentamiento entre facciones: el hijo mayor y su esposa (Beatriz Aguirre) mueren dejando en la orfandad a un niño. Los otros dos huyen. El niño va a refugiarse a la casa del abuelo con su joven tía (Carmen Molina) y con la abuela (Lupe Inclán) quien muere de la impresión. A la joven la apoya un abogado alcoholizado (Manuel Arvide) quien la torna su amante. Cuando el niño enferma de tifo lo interna en un hospital. El padre, encarcelado, se niega a verla cuando se entera que vive en unión libre con un hombre. El niño escapa del hospital mientras que el abogado muere por un ataque de delirium tremens, dejando a la joven a la deriva, sin su sobrino.

El padre en la cárcel, antes
de rechazar a su hija

         Hasta aquí la trama ha separado los destinos de los miembros de la familia sobre todo por factores externos: la lucha social que va más allá de su control. El cambio de la alegría y esperanza de un futuro promisorio hacia el enfrentamiento que propiciará cárcel y muerte, además de la desunión familiar, que altera su realidad, produce el desorden sobre lo cotidiano y llevará a situaciones extraordinarias. Son los actos de los personajes los que les llevan a un estado de tristeza, de angustia o desesperación. Estamos ante una familia cuyos miembros tienen fines distintos para sus realidades: a los hijos no les quedará más que muerte o fuga. Al padre, víctima indirecta de sus hijos, el deshonor y la cárcel, sin que jamás fueran sus objetivos.

Los hermanos se reencuentran
en bandos contrarios

         Pasan unos años: el padre ha salido de la cárcel y trabaja en una imprenta. Cierto día, con salario en mano, sufre su robo por un ladronzuelo: sin imaginarlo, es su propio nieto al cual se le reconoce por una medalla que se le dio de niño. Ya separados, los hijos sobrevivientes se han integrado a la milicia: uno de ellos es villista, el otro pertenece a las filas de Obregón. Al encontrarse en cierta ocasión como bandos opuestos, este último reconoce a su hermano como prisionero al cual le ordenan fusilar pero decide ayudarle a escapar. Por esta acción, el obregonista muere. El padre, al entusiasmarse por la entrada del ejército triunfador a la Cd. de México, muere de un ataque al corazón. El triunfo carrancista permite la alianza entre obregonistas y villistas por lo que este último forma amistad con un general que le apoya. Al liberar a unos presos, entre éstos se encuentra un joven que es su sobrino, irreconocible. Al ir a festejar a un burdel, el general (Gilberto González) se emociona con una de las pupilas que resulta ser la hermana del joven villista. Al intentar liberarla, sin explicar nada, uno de los subordinados (Ramón Gay) del general dispara contra el joven por lo que muere. La mujer grita que era su hermano. El general decide, entonces, sacar a esta mujer de la mala vida. Pasan los años, se llega al día en que se inaugura el Monumento a la Revolución. El general se encuentra entre los asistentes acompañado de su mujer, la joven exprostituta, con dos hijos. Entre la multitud se encuentra un hombre que besa su medalla.

El hermano reencuentra a su
hermana en un burdel
El militar es muerto por defender
a su hermana sin que nadie supiera
el parentesco

         En esta continuación y término de la película, el destino reúne a algunos de los miembros de la familia aunque con consecuencias fatales: los hermanos se protegen pero uno muere; el nieto pasa de lado a su abuelo y lo perjudica al robarle pero jamás sabrán uno del otro su parentesco; la misma fatalidad sucederá al reencontrarse hermano con hermana. La mayor ironía resulta en que el culpable indirecto de esta muerte será quien rescate a la joven de su deshonra para que, años más tarde, ya como familia respetable, celebren ante el Monumento de la Revolución sin que nunca se enteren que cercano a ellos se encuentre el sobrino, ya adulto, víctima también del torbellino social.

La nueva familia revolucionaria:
un ex militar asesino, una ex prostituta

         Una verdadera tragedia mexicana. El sufrimiento resulta de los propios errores de juicio y comportamiento: se experimentan las consecuencias de las pasiones (los hermanos anarquistas que producen, sin quererlo, la caída del padre y la muerte de la madre; los hermanos fieles que morirán por reaccionar de una manera equivocada). Si se sigue el enunciado aristotélico, la película produce piedad ante los resultados de un conflicto, además de permitir la catarsis en el espectador debido a la exteriorización de las emociones: aunque vemos crímenes, la cinta no se regodea más que en la tristeza de la separación y deja en claro que nunca podrá volverse al estado inicial. En corto: es la lucha contra un destino inexorable, jamás imaginado, provocado por los individuos y la situación social.

La evolución del nieto perdido
quien jamás reencontrará a su familia

         La voz que narra expresa al inicio de la cinta, donde se muestra el momento de la apertura oficial del Monumento a la Revolución (para luego irse a los años pasados) que el monumento dedicado a la revolución está consagrado a sus muertos y sus ideales. Algo que costó mucha sangre arrancada al corazón de los mexicanos, pero dando un cierre redentor enfatiza al final que la sangre de los muertos no corrió en vano, ni que su martirio quedó impune, por lo que México abre otra página gloriosa de su historia. Este mensaje patriotero se nota oportunista dentro de lo que constituía la industria fílmica nacional al quedar bien políticamente, aunque la trama negaba perfectamente dicho discurso: la sangre derramada trajo consecuencias de libertad y democracia pero los lazos familiares, en muchos casos, fueron violentados y destruidos.


         Juan Bustillo Oro (1904 – 1989) cumple cabalmente con la teoría de autor dentro del cine mexicano, al ser guionista y realizador, dueño de sus proyectos: creador completo, necio y obsesivo. Tuvo la suerte de contar con productores que apoyaron su inventiva: una imaginación que daba lugar a tramas cultas, con lenguaje verborreico, pero con gran sentido de lo popular y taquillero. Su selección adecuada de repartos que podían transmitir su discurso permitieron que la posteridad tuviera la alternativa de conocer la esencia del mejor Cantinflas (Ahí está el detalle) y preservar el genio y comicidad de actores como Enrique Herrera y Leopoldo Ortín (Caballo a caballo). Su variedad temática dio lugar al mejor cine de “nostalgia porfiriana” como se le bautizó a varias de sus cintas (En tiempos de don Porfirio, México de mis recuerdos); ejemplos de cine negro y psicológico (El medallón del crimen, El hombre sin rostro); la gran incursión expresionista del cine mexicano (Dos monjes); el cine de horror (El misterio del rostro pálido) y el cine familiar (Cuando los hijos se van), como pocos ejemplos de una brillante, excitante y exitosa carrera que produjo, como realizador, 58 títulos entre 1934 y 1965.

Nota: la baja calidad de las fotografías se debe a una mala copia de la película, de la cual fueron captadas.