martes, 19 de enero de 2021

LA COMEDIA AGRADABLE

 

EL GALLO GIRO

1948. Dir. Alberto Gout.

         Juan (Luis Aguilar) es ranchero de Aguascalientes que canta en los palenques. Su padre, Rafael (Óscar Pulido) le pide que siente cabeza pero el muchacho decide irse a la capital para triunfar. Su padre le da un plazo de seis meses. Junto con su ayudante Indalecio (Enrique King “El reintegro”) toma el tren donde conoce, por accidente, a la joven Elia (Carmelita González) de la cual se enamora. En el Distrito Federal debe emplearse como mariachi afuera del Tenampa porque su carácter hace que pierda oportunidades. Casualmente conoce a la madre viuda de Armando (Pepe del Río), pretendiente de Elia, quien se impresiona al encontrarle fuerte parecido con quien fuera su marido. Una vedette, Janet (Joan Page) le apoya para que triunfe. Luego de varias situaciones, se descubre que cuando eran bebés, Juan y Armando, nacidos al mismo tiempo, fueron entregados por error a la pareja equivocada. Todo termina bien.

La cinta sirvió para acentuar la popularidad del joven Luis Aguilar (a sus 30 años), quien había sido descubierto por el productor Raúl de Anda y, con este título, alcanzaba su docena de películas (igual que el director Gout), en un año que complementaría con otro gran éxito (Se la llevó el Remington, dirigida por Chano Urueta), para seguir estableciéndose dentro del gusto del público. Aguilar tenía una personalidad recia y viril que reflejaba seguridad, por lo que pronto podría alternar con otras estrellas que no lo disminuirían en la pantalla (como Pedro Infante, por ejemplo). Además, el título fue una manera de subrayar el apodo con el cual se le anunciaba en sus presentaciones: Luis Aguilar ya no dejaría de ser El gallo giro hasta el final de su vida.

         El gallo giro inicia dentro del ambiente ranchero, pero luego se traslada a la ciudad para desarrollar una comedia romántica, con enredos que deberán resolverse de alguna manera. En el coche-cama del tren que lo lleva a la capital, un tropezón hará que Juan caiga prácticamente encima de la joven Elia para que se conforme el interés romántico. Ya en la ciudad, el destino lo hará iniciarse como mariachi que lo llevará a la casa del disipado Armando, prometido de Elia, cuya madre quedará impactada al ver el rostro de Juan. Todas estas casualidades son básicas para las libertades narrativas del cine, pero también para el desarrollo de melodramas lacrimógenos y esa es una de las grandes cualidades de esta película donde su talentoso realizador no permitió que esto sucediera. La revelación de este error no hará que las madres respectivas se rasguen las vestiduras ni que los hijos sufran con el intercambio familiar. Tampoco la presencia de una vedette será motivo para el desencadenamiento de bajas pasiones: mero pretexto para una escena de simples celos que serán infundados.

El oficio del maestro Gout se iría refinando para darle el toque adecuado a la cinta que le tocara dirigir. Aquí estaba ante una comedia amable que no requería entrar a las profundidades del cruel destino como había pasado con Humo en los ojos o La bien pagada o Cortesana, filmadas previamente y que se coronarían al año siguiente con la obra maestra del género cabaretil Aventurera y otros posteriores con Ninón Sevilla. El gallo giro es una cinta musical, sobre todo, para lucir a Luis Aguilar quien interpreta dos papeles: a su padre verdadero, sin bigote, pero con un mechón de cabello levantado que se repite en el hijo, con la idea de aparentar a un gallo con plumas alebrestadas. La acción se irá al pasado cuando nace Juan y ocurre un error en la entrega de los bebés recién nacidos a cada pareja. Los flamantes padres se van de juerga para celebrar y, en el cabaret donde están, Aguilar baila con gracia y gusto un charleston, además de “Las pelonas”, al lado de la enfermera Gloria Ríos.

Entre otras curiosidades de esta agradable película está la presencia de Joan Page, una cantante y bailarina que tuvo un paso relativamente corto (nueve películas en diez años) por el cine mexicano, pero de la cual se desconocen datos precisos. Sus rasgos físicos la acercan a una María Antonieta Pons menor, con un cuerpo muy escultural y cabellos rubios. Su rol más conocido estará en Al son del mambo (Urueta, 1950) donde baila con Resortes. En su número de “Luna, lunera, cascabelera” (que no viene anunciada en los créditos de la película) es acompañada musical y vocalmente por los Hermanos Reyes (todavía sin la cantante Teresita, su hermana menor), tampoco mencionados en los créditos. Otra presencia que estuvo pocas veces en el cine es el cómico Enrique King, apodado “El reintegro”, quien sería cantante dentro del trío “Los Tex Mex”, (muy populares en los años cuarenta y cincuenta, para ahora estar bastante olvidados: aquí se presentaban en el Teatro México, situado en Calzada Madero), cuya cinta más popular será Barrio Bajo (Fernando Méndez, 1949).

Y otra de sus cualidades es contar con un reparto de actores secundarios de excelencia, aquellos que fueron soporte en infinidad de cintas mexicanas: Óscar Pulido (siempre excepcional, con una gracia absoluta), Aurora Cortés, Josefina Escobedo, María Gentil Arcos, Aurora Walker, Hernán Vera, o el joven galán Pepe del Río, quien había comenzado desde niño en El compadre Mendoza (De Fuentes, 1933) para luego intervenir en una cuarentena de películas sin llegar jamás a cuajar por completo, a pesar de sus esfuerzos.



viernes, 15 de enero de 2021

EL MELODRAMA EFICIENTE

 

LA RISA DE LA CIUDAD

1962. Dir. Gilberto Gazcón.

         Las andanzas de un grupo de artistas ambulantes que incluye al payaso Beto (Joaquín Cordero, excelente), al tragafuegos alcohólico Ronson (Resortes) y sus hijos: el cantante carterista Polo (Julio Alemán) y el niño Pipirín (Valentín Trujillo), el ciego y hombre orquesta Ruperto (Aarón Hernán) con su madre Berta (Fanny Schiller), además del hombre fuerte Rosco (David Silva) con su hijita contorsionista Rosita (Rosa Lilia Murillo) dan lugar al melodrama familiar cuando don Tencho (José Elías Moreno), busca la manera de reconectar con su nieto largamente perdido y encontrado, sin que conozca la relación familiar, o sea Beto; además, el melodrama romántico por la relación de Leticia (Alma Delia Fuentes), empleada del rastro de la ciudad, con Beto. El melodrama social, al tratar el problema de los paracaidistas en terrenos privados y dejar constancia de que todo se debe a la falta de educación. Alrededor de todas estas problemáticas se encuentra una visión que ahora resulta testimonio documental de la Ciudad de México a mitad del sexenio de Adolfo López Mateos.

Joaquín Cordero como Beto, payaso de calle,
libre de ataduras y problemas.

         La cinta inicia con un montaje alterno de personas riendo en las atracciones de un parque de diversiones y la gente que llora en algún entierro de cementerio. Es día de muertos, según se indica en la pantalla, y el grupo está presentando su espectáculo rodeado de mucha gente. En otro momento, Beto va a una mezcla de restaurante y centro de diversiones donde hay mesas de futbolito, así como de juegos precursores de los que ahora se sirven de la electrónica. Ocurre una redada policiaca, algo que era común en este tipo de lugares ya que eran frecuentados por “vagos” (eran los tiempos del regente Uruchurtu y así eran considerados por la policía), aunque previamente ha pedido a Toroncho (Pancho Córdova) que le dé unos “toques eléctricos”, otra de las atracciones usuales que servían para medir la hombría y el aguante de quienes iban soportando el incremento de voltaje al tomar en cada mano dos electrodos, que también servían, en otro aspecto, para calmar los nervios. En otra secuencia se muestra a Beto en el “Rastro y frigoríficos del Distrito Federal” que se encontraba en Azcapotzalco para ver a su amante Leticia, que era el rastro que sustituyó al que Buñuel presentaría lateralmente en La ilusión viaja en tranvía. Y más adelante, cuando muere el borracho Ronson, sus hijos se van a cantar a un camión urbano para sacar dinero, además de que Polo va a robar carteras, algo que Pipirín descubre y hace que le imite, sin éxito, más adelante.

Beto, con los electrodos en cada mano,
para sentir la corriente eléctrica...

         El realizador Gilberto Gazcón (1929 – 2013), perteneciente a una poderosa y tradicional dinastía cinematográfica (Raúl de Anda, Valentín Gazcón), comenzó como guionista desde su juventud. Luego de ser asistente de dirección, por fin alcanzó la posibilidad de ingresar como realizador a la industria. En 1957 filmó El boxeador que le traería premios, llamaría la atención, e hizo que se pensara que había un nuevo director de aliento, pero era simplemente un melodrama estilizado, grandilocuente y efectista: estas fueron las constantes en la carrera del director (Cielo rojo, La cárcel de Cananea, Remolino, Los desarraigados) entre sus 27 títulos. Era un director efectista más que propositivo; técnico eficiente en lugar de reflexivo; tenía muy buen olfato comercial para encontrar los elementos adecuados para sus películas (El mal, Ya somos hombres, Perro callejero). Esto se demuestra en La risa de la ciudad: un elenco estelarísimo (Cordero y Alemán eran actores muy populares), un discurso moralista (arreglar amasiatos, llevar al ladrón por el buen camino, unir a la familia dispersa), un problema social (el caso de los paracaidistas y el problema de la vivienda) eran los grandes temas que permitían utilizar a la ciudad para ilustrar lo que quedaría en melodramas personales.

Leticia se integra al grupo ambulante
para iniciar otra etapa en su vida

         No habrá mayores consecuencias, ni situaciones para reflexionar, solamente el deseo de llegar al final feliz: el carterista, que sabe fabricar excelentes nieves, se irá a venderlas en su carrito. Beto reencontrará a su abuelo y hará que su amante se torne en madre decente. No se sabe qué sucederá con los demás miembros del grupo. Sin embargo, como documento resulta importante y como melodrama, uno que se distingue dentro del género. Lo que debe destacarse de su director es el deseo de hacer un cine diferente en cuanto al cuidado de su manufactura (encuadres correctos, música instrumental como fondo, edición de impacto), una narración impecable y, ya en el camino, dejar constancia de momentos espléndidos, cálidos, imborrables.

Polo y Pipirín buscando dinero 
en el camión urbano para pagar
el velorio de su padre

El director Gilberto Gazcón (1929 - 2013)



 

lunes, 4 de enero de 2021

LA HIPOCRESÍA PIADOSA

 

DOÑA PERFECTA Y CARLOS NAVARRO


Carlos Navarro (1921 - 1969)

         Cuarenta películas y muchas obras de teatro. Un actor a la vieja usanza que alternaba su trabajo fílmico con el escenario. Fue uno de los galanes cotizados de la primera mitad de los años cincuenta que fue alcanzando poco a poco su popularidad y aceptación entre el público. Desde el bit en Ave de paso (Gorostiza, 1945) y Ramona (Urruchúa, 1946), hasta llegar a los papeles secundarios en La dama del alba (Gómez Muriel, 1949) o Rosauro Castro (Gavaldón, 1950) que le hicieron notar en su presencia y calidad para llegar a su primer estelar importante en Doña Perfecta (Galindo, 1950) como el iconoclasta y cosmopolita Pepe que levantaba la furia y el deseo de su tía, matrona de pueblo, dama absoluta, encargada de mantener la religión y las buenas costumbres de la sociedad pueblerina en tiempos de la Reforma (según la adaptación a México de la novela de Benito Pérez Galdós). Y por este papel, Carlos Navarro se ganó el Ariel. A partir de aquí se abrieron las puertas: estaba en plenitud de edad, atractivo, aparte de ser buen actor.

         Doña Perfecta abre con un epígrafe de San Pablo: “…en lo que condenas a otro, te condenas a ti mismo: haciendo, como haces tú, aquellas mismas cosas que condenas.” que bien describe la hipocresía y la conveniencia. Perfecta (Dolores del Río) es una viuda adinerada de provincia, mujer conservadora que vive junto con su hermano Cayetano (Rafael Icardo) y su hija Rosario (Esther Fernández). Recibe una carta de su hermano Juan, quien vive en la capital, para informarle que llegará a visitarle su sobrino Pepe (Carlos Navarro), ingeniero agrónomo que vendrá a ser objeto de amor para la ingenua y sometida Rosario, y objeto de escándalo para Perfecta cuando vaya mostrando sus inclinaciones liberales, su falta de piedad católica, sus relaciones con personas calificadas de inmorales.

         La película va estableciendo las características e ideología de Perfecta y sus conocidos: aunque no se establece el lugar preciso, la geografía indica que es algún estado del bajío mexicano. Comunica a sus amistades que en México el nuevo gobierno está incautando bienes, perjudicando a las buenas familias, pero hay una esperanza: se ha levantado un joven militar llamado Porfirio Díaz para restablecer el orden. Estas esperanzas y anhelos de cambio político (que se dará en poco tiempo) se frustra con las actitudes de Pepe, joven instruido en Europa. La primera señal será el gesto amistoso que tendrá con un capitán del ejército federal apenas camino a casa de su tía (y que un servidor de la mujer le informará), y luego los libros (“Lutero y la reforma de la iglesia”, entre otros) que Perfecta censura y manda quemar por ser contrarios a la religión.

         De esta manera, paulatinamente van quedando al descubierto las intenciones e hipocresías de Perfecta. Es el tipo de mujer que aparentemente es piadosa, observante de la religión, amante del prójimo, pero que en el fondo vive atormentada por sus propias limitaciones, obsesionada por las apariencias y temerosa de quedar en posición vulnerable. Ante la pobreza del pueblo, defiende la existencia de la caridad, porque la gente es rústica y es cristiano protegerla. Sus amistades son semejantes. Está el abogado Inocencio (Julio Villarreal, extraordinario y tan grande como siempre) quien estudió toda la carrera eclesiástica para finalmente sentir que no era digno de recibir la investidura sacerdotal. Viene a ser el equivalente masculino de Perfecta en cuanto a su soberbia de clase que hace pasar por filantropía y devoción. Expresa su alegría de ser abogado para poder apoyar la causa de Dios y recuperar los bienes injustamente arrebatados de la iglesia.

         Pepe es la nueva generación liberal que todavía disfruta de los goces de clase pero va dejando atrás sus ataduras. Expresa que no siguió la carrera de su padre, abogado, porque “obligarse a defender el pro y el contra de una causa es absurdo”, creando así una antagonía entre la sociedad de Santa Fe y su propia ideología personal. Al ser destituido de su cargo, por las malas artes y conspiraciones de Perfecta y la sociedad que la venera, Pepe permanece en el lugar para insistir en su razón y lograr llevarse a su amada Rosario. No obstante, el poder de Perfecta va más allá de sus intenciones y de su voluntad. Su final será trágico. La cinta termina con la frase que cierra la novela de Pérez Galdós: “es cuanto por ahora podemos decir de las personas que parecen buenas y no lo son”

Carlos Navarro, Lilia Prado y Mantequilla
en "La ilusión viaja en tranvía"

         Carlos Navarro estaba en los albores de los éxitos que traerá su carrera fílmica. Apuesto, alto y con voz impostada, tenía la personalidad y la presencia para llamar la atención entre los espectadores de cine. En Doña Perfecta aparece “por cortesía de Saisó y De la Serna” que tenían su exclusividad. De la Serna sería quien lo llevaría a Clasa Films Mundiales para filmar varias de las cintas que serán emblemáticas para su carrera Angélica, La cobarde, La vida tiene tres días, Un minuto de bondad, y la que será una de las joyas de Luis Buñuel, La ilusión viaja en tranvía. Hará pareja con Irasema Dilián y filmará ocho películas bajo la dirección de Emilio Gómez Muriel.

Carlos Navarro y Silvia Pinal en "La vida tiene tres días"

         Y alrededor de estas películas estaba su presencia sobre los escenarios. Entre sus demasiadas participaciones en escena está el estreno de Una ciudad para vivir de Ignacio Retes, en 1954, en una producción de Clasa Films para el teatro, donde aprovechaba la oportunidad de darle salida a sus actores exclusivos. También estuvo en el estreno de Cada quien su vida, de Luis G. Basurto, en el Teatro Lírico de México, en 1955, en un papel que repetiría en la versión fílmica de Julio Bracho, cinco años más tarde. La televisión fue otro medio en el cual participó durante la última década de su vida. Moriría en mayo de 1969 a los 48 años.

Carlos Navarro y Joi Lansing 
en "El niño y el toro (Rapper, 1956)

         Debe agradecerse que Carlos Navarro nos haya dejado esas cuarenta películas. En ellas muestra su versatilidad (aunque no se le crea mucho el rol de “Caireles” en La ilusión viaja en tranvía, porque tenía mucha clase para aparentar ser de tipo popular), y pueda ser el joven perseguido y torturado por Rosauro Castro, el compositor frustrado de La vida tiene tres días, el cadáver enamorado de El muerto resucitado, el padre comprensivo de La edad de la tentación o el modisto, único amigo fiel que le quedará a Olga Lang en La estrella vacía. Además filmó una producción norteamericana realizada en México, debido a su buen dominio del inglés, como el hacendado Alejandro en El niño y el toro. Sobre todo, este Pepe combativo y elegante, apuesto y decidido, creyente de sus convicciones cuya pasión le hará ser víctima de una mujer tan hipócrita como Doña Perfecta.

El director Alejandro Galindo



sábado, 2 de enero de 2021

CON OJOS DE ADOLESCENTE...

 

¡BUENAS NOCHES, AÑO NUEVO!

1964. Dir. Julián Soler.


Como médanos de oro,
que vienen y que van
en el mar de la luz,
son los recuerdos.

Juan Ramón Jiménez

         Cuenta Silvia Pinal en su libro comentado*, donde Emilio García Riera hace un recuento de su filmografía, que luego de las películas con Buñuel y su triunfo internacional, los demás productores ya no la llamaban, pensando que no aceptaría sus propuestas. En eso estaba cuando Carlos Amador, exitoso por sus cintas previas en color y con gran espectáculo (La edad de la inocencia, en 1962 o Cri Cri el grillito cantor, en 1963), le ofreció participar en la siguiente de sus superproducciones, la comedia musical ¡Buenas noches, año nuevo! con la cual retornaría al cine mexicano Ricardo Montalbán, ya muy famoso en Hollywood. La cinta permitiría también que Silvia se reincorporara a la industria nacional, ya que antes de Viridiana, había filmado cuatro cintas en España y otra en Italia. Luego de los dramas serios buñuelianos, estaría en una comedia donde podría bailar, cantar y lucir lujosos vestuarios y abrigos de pieles, como en otras etapas de su carrera.

         En la película se narra un juego que llevaba a cabo el matrimonio del compositor y director de espectáculos Fernando (Montalbán) con su esposa, la vedette Silvia (Pinal), para mantener la armonía y la sorpresa en su relación. En lo cotidiano eran director y estrella en constante pleito tanto en su hogar como tras bambalinas. Los lunes, sin embargo, se citaban en un departamento para jugar a ser amantes que eran infieles a sus respectivos cónyuges. La situación se complicaba cuando la segunda vedette del espectáculo, Fanny (Fanny Cano) coqueteaba con Fernando y lograba que le invitara al departamento. Tras una desastrosa cita, la mujer olvidaba un guante que encontraba y decepcionaba a Silvia por lo que decidía separarse de su marido. Todo acababa bien, al corroborarse que no había infidelidad y que la vedette esperaba un hijo.

         Silvia Pinal ya había interpretado un rol semejante, con la misma justificación de avivar la llama del amor dentro de un matrimonio cuyo romance se estaba apagando, en Amor en cuatro tiempos (Luis Spota, 1954) donde su marido Jorge Mistral se hacía pasar por un hermano gemelo suyo, al cual no había vuelto a ver en años. El supuesto hermano la enamoraba y la mujer le correspondía. Al reclamarle por celos, Silvia le confesaba que siempre había sabido que todo era un juego. Por su lado, el prolífico argumentista de ¡Buenas noches, año nuevo!, Fernando Galiana, utilizaba con frecuencia el tema de la suplantación de identidades en sus propuestas cinematográficas (Tin Tan como hijo falso de Pardavé en El hombre inquieto, el payaso criminal de Teatro del crimen, la mujer con doble personalidad en La mujer y la bestia, el doble del actor indisciplinado en La muerte en bikini, y así podrían citarse otros ejemplos). Lo interesante del tema es, precisamente, que atrae al público porque se torna en cómplice total (o parcial en ocasiones, ya que se intuye el hecho) de quienes están involucrados en el juego y despierta la curiosidad para conocer la solución que se le dará a los sucesos. Un ejemplo más refinado se tendrá en La otra (Roberto Gavaldón, 1946), con guion del director y José Revueltas sobre una narración norteamericana.

         Sin embargo, no hay que buscar afanes artísticos ni de expresión personal en el director Julián Soler ni en el productor. La película es una comedia musical rutinaria por parte de un artesano eficiente, con cierta brillantez cuando le tocaban argumentos sólidos (La entrega, La tercera palabra) o delirantes (El pecado de Laura, Azahares para tu boda). De hecho, la cinta cuenta con números musicales espectaculares gracias a Los once hermanos Zavala o con la compañía de revistas del Copacabana de Río. Aparece Mona Bell cantando y el cómico Chabelo, como pegote intrascendente en uno de estos números. Estamos en las convenciones del género cabaretil. Una toma abierta muestra el espacio real y limitado del centro nocturno El Señorial, pero la presentación de los números musicales se filma en estudio cinematográfico dando una idea de vastedad infinita del lugar. Un número muy agradable, destrozado por la mala edición de la película, es “¡Oh, la mujer!” donde Silvia Pinal va pasando de Eva a Cleopatra, luego a María Antonieta para terminar como beatnik sesentera, con la música cambiando de ritmo. Un efecto de imágenes de espejo permite que la última encarnación de la vedette se vea cinco veces reflejada, pero el remate del número muestra a las cuatro Silvias simultáneamente, por otro truco de pantalla múltiple gracias al montaje.

         El reparto es atractivo y gracioso: Ricardo Montalbán tenía diez años de no filmar en México y volvió por última ocasión para participar en una producción nacional. Su excelente presencia, su buena dicción y el tono de voz, no son suficientes para notarlo sobreactuado en varias de las escenas. Los diálogos han envejecido. Fanny Cano vuelve a subrayar su notoria falta de talento y su gran anatomía: al menos, produce pena ajena y divierte con sus mohines o sus torpes pasos de baile, perteneciendo más a la sensibilidad camp, como será en toda su carrera (tan mala que se torna trascendente). Sergio Corona siempre fue desaprovechado y alcanzó sus mejores papeles al lado de Arau. Héctor Lechuga y Nacho Contla (sin Pompín) en papeles de mesero flojonazo y el jefe de meseros que lo tolera muy a su pesar.

         Y con todo esto, la película atrapa. Son los recuerdos que traen consigo las películas: por eso nos resultan apreciables independientemente de su estética o discurso. Aparte de compartir imágenes de lo que era la vida nocturna del México de los años sesenta donde la sociedad clasemediera o alta se daba cita para ver grandes espectáculos en lugares como El Señorial o el restaurante bar Mauna Loa (con sus flamencos rosas en medio de una fuente y un espectáculo tipo polinesio), están los ecos indirectos de un Distrito Federal (hoy CdMx) ya inexistente: afuera del Señorial está un kiosko de revistas que sirven de fondo para los créditos iniciales y de salida de la película. Se ven portadas de “Sucesos para todos”, “Teleguía”, “Revista de revistas” entre muchas otras, donde las portadas llevan las fotos de las estrellas de la película. Silvia Pinal, en la residencia donde se filmó la película, sale a la alberca cargando en mano una televisión portátil pequeñita que fue común por esos años. En un evidente patrocinio comercial, como publicidad indirecta para el consumidor, durante una secuencia donde el matrimonio desayuna, hay un frasco de café soluble Nescafé. Cuando la toma es del lado de Silvia Pinal es notoria la etiqueta. Luego, en el contracampo, del lado de Montalbán, aparece el mismo frasco, pero ahora con la etiqueta destacada hacia el actor, algo imposible en la realidad sin haber dado vuelta al producto. Al final de la película, aparece la leyenda “En México… las noches de año nuevo las ilumina Excelsior, el periódico de la vida nacional”, importante dato porque la película se estrenó en el mes de diciembre de 1964 en la capital.

         Y están los recuerdos personales: tuve la fortuna de verla en su estreno aquí en Monterrey. Fue en el Cine Juárez y debe haber sido a principios de 1965. Me pareció tan divertida que me quedé a verla otra vez (eran los tiempos de permanencia voluntaria). Todavía no entraba en la etapa de espectador impertinente ni pretencioso (que luego de sufrirla, pude superarla). Los números musicales parecían fastuosos. Era otro tipo de producción mexicana, distinta a las comedias usuales. Ahora se nota que los diálogos han envejecido, que no todo era perfecto y que la diferencia, para esos años, eran los colores (ahora ya menos brillantes en las copias que se exhiben) y la suma de personalidades. Esta crítica fue natural cuando la volví a ver años después, ya en edad madura. No obstante, cada vez que la exhiben, vuelvo a repetirla, y dejo atrás estos detalles. Recupero los ojos de mi adolescencia temprana y por 112 minutos retorno al pasado inconsecuente: esa tierra extraña donde las cosas eran, y se hacían, de modo diferente.

*García Riera, Emilio, El cine de Silvia Pinal, (UdeG - Imcine), 1996

La película puede verse en You Tube:

https://www.youtube.com/watch?v=vrLvKKkOA80

viernes, 1 de enero de 2021

2021: ALGUNAS PELÍCULAS DEL MUNDO

 

CINE INTERNACIONAL GALARDONADO

         En 2021 se cumplirán aniversarios de cintas que fueron destacadas en su momento. Algunas ya han sido olvidadas. Otras son desconocidas. Muchas de ellas han quedado en la memoria y mantienen su grandeza. Revisemos la importancia de una mínima cantidad de ellas, acorde con sus Óscares o Palmas de Oro, o lo que sea.

1-    El Óscar a la mejor película

1931- Cimarrón (Wesley Ruggles) está basada en una novela de Edna Ferber donde se toca el tema del progreso, del desarrollo de una parte de la sociedad norteamericana, que va de la barbarie hasta la civilización, y que lo plasma, a través de la saga de un hombre libre en sus convicciones, en Oklahoma, a lo largo de 40 años. Por ser tan primitiva (apenas la cuarta cinta en ganar el premio como mejor película), con actor que solamente destacó en su país, cayó en el olvido. No deja de ser impactante todavía.

1961- Amor sin barreras (Wise y Robbins) es la versión fílmica de una popular comedia musical de Broadway que fue sensación en 1957. Romeo y Julieta enfrentan su amor imposible en el siglo veinte, a través de pandillas rivales, con etnias distintas,  en el lado oeste de Nueva York. La música inmortal de Leonard Bernstein y las coreografías dinámicas de Jerome Robbins siguen siendo fenomenales, y arrasó con los premios de su año. Pronto se estrenará una nueva versión por Spielberg.

1971- Contacto en Francia (William Friedkin) es una película que inicia, te atrapa y no te suelta. Jimmy "Popeye" Doyle, interpretado por Gene Hackman (quien fue el mejor actor del año), es un detective de narcóticos que desea impedir la distribución, en Nueva York, de heroína pura procedente de Marsella. Las secuencias de persecuciones en autos son hipnóticas, pero más importante es notar la obsesión y la amoralidad del detective. Su trabajo es el motor que mueve una vida muy discutible. Genial a sus cincuenta años. 

2-   La Palma de Oro en Cannes

1971- El mensajero (Joseph Losey) es la deliciosa versión fílmica de una novela de L. P. Hartley donde se habla de la diferencia de clases, de la doble moral de la aristocracia británica en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Un jovencito pasa el verano en casa de un compañero de escuela, que pertenece a familia acomodada. Se enamorará de la hermana mayor, dentro de su ingenuidad, y se tornará en mensajero de cartas entre ella y un granjero para darse cuenta de una verdad oculta. La realidad chocará con su imagen idealizada y afectará su vida.

2001- La habitación del hijo (Nanni Moretti) es una descripción exacta de los pasos que vive una persona luego del fallecimiento de sus seres queridos. Al perder a su hijo, una familia cae en el dolor, la negación, el enojo, luego la resignación. Uno nota los efectos de la muerte en quienes quedan sobre la tierra. Una cinta seca, en el mejor sentido de la palabra.

3-   El León de Oro en Venecia


1951- Rashomón (Akira Kurosawa) es una de las cumbres del cine universal que dio fama e importancia a su realizador, así como al cine japonés en el mundo. Cuatro puntos de vista sobre el asesinato de un samurái y la violación de su esposa que son diferentes y que dejan claro que siempre que recordamos, modificamos los hechos y de ahí que nunca quede clara cuál es la verdad. Como dice el refrán: “cada quien cuenta como le fue en la feria…”. (en realidad es una cinta de 1950, pero hasta que ganó en Venecia, y luego el Óscar, se dio a conocer).

1961- El año pasado en Marienbad (Alain Resnais) es otra cinta que modificó la manera de ver al cine. Su estructura desarticulada acerca de lo que sucedió o no sucedió el año pasado o el que se está viviendo o el que llega como premonición. Las preguntas constantes acerca del amante que reencuentra a la amada quien no lo recuerda o quizás nunca lo ha conocido. Todo queda en el aire sin necesidad de tener respuesta. Una metáfora de nuestra realidad donde la memoria nos lanza retos o juega con nosotros. De alguna manera es otra tesis semejante a la de Rashomón, en cuanto a la naturaleza de la verdad que se modifica, y resulta mágica, hipnótica, desesperante.

4-   El Oso de Oro en Berlín

1961- La noche (Michelangelo Antonioni) ilustra y da sentido al deterioro de las relaciones humanas. En un solo día con su noche, un matrimonio se da cuenta de que la pasión se ha perdido. Es la desesperanza dentro del lazo de unión que se rompe aunque no se quiera aceptar. El cine de Antonioni es muy vigente en estos tiempos pandémicos porque muestra la desilusión y la frágil realidad de la condición humana.

1971- El jardín de los Finzi Conti (Vittorio de Sica) nos habla acerca de los oídos sordos y los ojos ciegos hacia la realidad. En tiempos de Mussolini, la rica familia judía tiene un inmenso jardín cuyos grandes muros les aísla de la realidad que se está viviendo fuera de ellos. Su clase se siente intocable por las veleidades políticas hasta que llega la degradación y el horror. Basada en una crítica novela de Giorgio Bassani que volvió a impulsar la carrera del maestro Vittorio de Sica (ya que había tenido dolorosos fracasos previos).

5-   El Globo de Oro de la Prensa Extranjera

1951- Ambiciones que matan (George Stevens) es el retrato del hombre que reta a su destino. George (Montgomery Clift) es un hombre pobre que se relaciona con un pariente rico. Aunque desea salir de sus circunstancias, se enreda con una compañera de trabajo a la cual embaraza. Luego, al conocer a una chica de sociedad (Elizabeth Taylor) que le corresponde, busca la manera de deshacerse de la otra. Su deseo se cumple indirectamente: a pesar de no ser un asesino y deberá pagar por un crimen que solamente pensó realizar. Otra ironía de la condición humana. Y tenemos el privilegio de disfrutar de una pareja bellísima físicamente.

1971- El violinista en el tejado (Norman Jewison) está basada en una popular comedia musical que adaptó varios cuentos sobre la experiencia judía. Tevye (un excelente Topol) debe casar a sus tres hijas y cumplir con las tradiciones. Bellas canciones antes de que llegue la terrible realidad: la expulsión de sus tierras y errar para encontrar su lugar en el sol. Bellas canciones que se hicieron muy populares en el mundo entero.