HACE 60 AÑOS...
En 1962 se filmaron 81 películas en México. Ante la falta de jóvenes directores, el cine nacional buscó a los ídolos juveniles (y al nuevo ritmo de moda: el twist) para darle otro tipo de entretenimiento a un público potencial, que rindió frutos, porque niños y adolescentes nos volcamos a ver a Enrique Guzmán y César Costa a las salas de cine. El terror siguió siendo uno de los géneros socorridos y, de manera general, la comedia tanto urbana como ranchera. El melodrama se hacía presente en todos ellos, con pocas películas en que reinara de manera absoluta.
Ante un panorama aparentemente desolador, porque en realidad el cine mexicano todavía tenía público fiel y diversos mercados internacionales, se filmaron tres verdaderas joyas que pueden considerarse como las mejores películas de su año: El ángel exterminador de Luis Buñuel, Tiburoneros de Luis Alcoriza y Días de otoño de Roberto Gavaldón: todas se sienten contemporáneas, importantes en sus discursos. Otros intentos prestigiosos (La risa de la ciudad, Paloma herida, Furia en El Edén, Los signos del zodíaco) todavía poseen su valor testimonial, aunque hayan perdido vigencia. Y, como siempre sucede, se filmaron cintas que resultan ahora delirantes, ¡a pesar de sí mismas!
El
ángel exterminador es una alegoría crítica sobre la alta sociedad, su
hipocresía y vacuidad. El maestro Buñuel habla sobre la falta de entendimiento
para encontrar salidas a una situación. La película nos muestra a un grupo de
ricos burgueses que llegan a la “animalidad” por encontrarse encerrados, sin
saber el motivo, en el salón de una gran mansión. De aspecto inmaculado, el
tiempo que pasa les va mostrando sucios y en su dimensión natural y humana. Con
pobre producción y actores acostumbrados a producciones comunes y académicas,
la cinta, de todas maneras, es sobresaliente.
Días
de otoño es un melodrama sublime. La humillación que sufre una ingenua y
bien intencionada pueblerina al ser engañada por un hombre casado en la ciudad,
abandonada en la iglesia donde iba a ocurrir su matrimonio, hace que inicie
todo un proceso de simulación ante sus compañeros de trabajo. Luisa (Pina
Pellicer en uno de los roles más significativos del cine mexicano) crea una realidad
aparte, ficticia, guardando todas las apariencias: deviene esposa, madre, viuda,
hasta que se da cuenta de que siempre quedará la esperanza de felicidad como
solución.
Tiburoneros
es una exaltación de la amistad y de las relaciones humanas sin conflicto.
Aurelio (Julio Aldama en su mejor actuación) vive en la costa, como cazador de
tiburones, para mantener a su familia que vive en la ciudad. A pesar de que en
su existencia provinciana no deja de haber violencia ni pleitos ni pasiones
extremas, jamás podrá compararse con la realidad urbana. Aurelio decide regresar
con su familia para valorar aquello que le da sentido a su vida: se da cuenta
de que no es así.
En los demás casos, podremos hablar de géneros, comenzando por el cine de ídolos juveniles que era dirigido por viejos que solamente ilustraban tramas ñoñas que, en realidad, no importaban. En 1962 aparecen A ritmo de twist (Benito Alazraki) que incluye intervenciones musicales de Alberto Vázquez, Los Hooligans, María Eugenia Rubio, Lisa Rosell, Los Crazy Boys, entre otros, donde la mínima trama es acerca de empresas rivales en la confección de trajes de baño. Twist, locura de juventud (Miguel M. Delgado), aparte de tener una trama bochornosa y ridícula, empata a Rosita Arenas, diez años mayor que Enrique Guzmán, como su interés amoroso. Guzmán interpreta “Cuando vuelva a tu lado” en ritmo moderno para complacer a posibles públicos adultos. Buenos días, Acapulco (Agustín P. Delgado) es una comedia de Viruta y Capulina con los usuales plagios al estilo Roberto Gómez Bolaños de muchos chistes visuales del cine mudo norteamericano, aparte de las imbecilidades de la patética pareja, que introduce a Paco Cañedo, Fabricio y Mayté Gaos, como atractivos para los públicos juveniles. El cielo y la tierra (Alfonso Corona Blake) es un melodrama de problemas familiares donde una monja, Libertad Lamarque, venía a cimentar sus estructuras endebles. La añeja estrella fue muy inteligente al unir su crédito con el popular César Costa y la resurgente Angélica María. Mi vida es una canción (Miguel M. Delgado) fue filmada en ¡doce días!... y se nota. Enrique Guzmán canta con la joven Angélica María, quien lo ama en silencio, en un programa matutino de radio. Inicia una carrera discreta como cantante para apoyar a sus padres y cae en las garras de la vedette Begoña Palacios. De nuevo, canciones viejas con ritmos modernos o en tono de balada. Por otra parte, Una joven de 16 años (Gilberto Martínez Solares) adaptaba una comedia argentina (“Los martes, orquídeas”) para hablar de una jovencita romántica, interpretada por Patricia Conde, que anhelaba el gran amor de su vida, por lo que su padre orquestaba toda una intriga alrededor, sin imaginar las consecuencias.…
El terror tuvo torpes pero delirantes ejemplos: Santo vs. Las mujeres vampiro (Alfonso Corona Blake) adquirió la calidad de culto ante su triunfo internacional, cuando en realidad es otra cinta de luchadores con bellas mujeres que poseen gusto por la sangre y siguen los cánones del género. El beso de ultratumba (Carlos Toussaint) es una cinta que inicia con tono urbano donde un tipo ambicioso (Sergio Jurado) se casa con una chica (Ana Bertha Lepe) que piensa acaudalada, para encontrarse con una realidad opuesta: la lleva a su casa de campo, desolada, con la intención de asesinarla para cobrar un seguro. Ahí es donde entra el tono sobrenatural. El rostro infernal y su secuela La huella macabra (ambas de Alfredo B. Crevenna) narran las peripecias del conde Brankovan (Eric del Castillo en la primera; Guillermo Murray en la secuela) quien utiliza máscaras para cuidar su aspecto horrible de 500 años de existencia, y quien debe de licuar y beber cerebros para mantenerse vivo. Su pasión por la vedette Vicky (Rosa Carmina) hace que muera electrocutado, para revivir en la secuela donde le acompaña un personaje insólito: un niño vampiro (Humberto Dupeyrón). Todas las torpezas se perdonan ante tantas situaciones fantásticas. El vampiro sangriento (Miguel Morayta) viene a ser el antecedente de La invasión de los vampiros, filmada un año antes por el mismo director, donde se trata al personaje del Conde Frankenhausen (Carlos Agosti) en su intento por vampirizar a su esposa Eugenia (la bella Erna Martha Bauman). Todo lo que sigue se había tratado en la cinta filmada previamente…
El melodrama puro puede encontrarse en La edad de la inocencia (Tito Davison) donde la titiritera Marga López sufría un golpe de ansiedad ante la presencia de la papelerita Lupita Vidal que le recordaba a su hija, muerta años atrás. La risa de la ciudad (Gilberto Gazcón) servía para que, a través de un grupo de cirqueros ambulantes, se tratara el problema de los paracaidistas en terrenos privados, dejando constancia de que todo se debía a la falta de educación. Buena narración, encuadres correctos y la presencia del atractivo y capaz Joaquín Cordero le daban correcta dimensión. Los signos del Zodiaco (Sergio Véjar) permitió el debut de su director en el cine industrial (ya había filmado una cinta independiente el año anterior) adaptando una obra teatral exitosa once años atrás, donde se hablaba de una realidad social sin solución, encerrada metafóricamente en sí misma, siendo culpables sus mismos protagonistas, pero cayó en el melodrama rampante y exagerado, a pesar de su buen reparto y sus buenas intenciones.
La comedia tuvo dos delicias fílmicas gracias al recientemente centenario Eulalio González “Piporro”. Tanto Ruletero a toda marcha (Rafael Baledón) como El rey del tomate (Miguel M. Delgado) consolidaron su gracia y la popularidad que había ido consiguiendo con el paso de los años: ambos títulos fueron muy taquilleros. El primero, acerca de un pueblerino norteño que llegaba a triunfar a la capital como taxista dando lugar a muchos abusos, experiencias y situaciones cómicas y amorosas; el segundo lo mostraba como empresario tomatero, con tía bruja, enamorado de una chica de sociedad para vivir casi un cuento de hadas. Pilotos de la muerte (Chano Urueta) reunió a Resortes con Tin Tan, y utilizó como pretexto “twistero” al cantante Dino, así como a los Teen Tops. La presencia en México de los “Hell’s Drivers” de los cuales se presentan algunas secuencias, hace que se vea a los protagonistas, entre otros oficios, piloteando carros de carreras: sus objetos amorosos son Tere y Lorena Velázquez.
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