HACE 70 AÑOS…
Se filmaron 101 películas mexicanas
contra menos de 50 españolas y argentinas. Todavía México poseía mercados
internacionales gracias al cultivo de melodramas interesantes, cintas
folklóricas y comedias ligeras. Sin embargo, ya iban cambiando los gustos del
público. En este año el cine cabaretil ya no tuvo el éxito de antaño. Toda la
producción se consideraba igual, y solamente se destacaba a una cinta como la
gran excepción del cine de “aliento” (El rebozo de Soledad) que no
alcanzó a brillar internacionalmente.
No
obstante, el tiempo es el mejor juez: al revisar la producción de 1952 nos
encontramos verdaderas joyas de los géneros establecidos y, en algunos casos, varias
de las mejores cintas de sus realizadores, revalorados con el paso de los años
como excelentes artesanos, y en muchas ocasiones, realmente inspirados para
narrar una historia y darle sentido, significado y trasfondo. Testimonios en
imágenes de toda una época (sería el año final del alemanismo e inicio de otra
etapa con Ruiz Cortinez): metáforas indirectas de realidades que se vivían. Veamos
ejemplos.
La gran película del año es Él donde Luis Buñuel adapta,
junto con Luis Alcoriza, la novela corta de Mercedes Pinto (publicada en 1926),
donde una mujer narra el infierno vivido al lado de un marido paranoico al cual
simplemente nombra como él. La cinta le da cuerpo e identidad como Francisco
(Arturo de Córdova), católico, fetichista, celoso, enfermo mental. Al casarse
con Gloria (la argentina Delia Garcés), su estado alcanza extremos insólitos,
crueles, desgarradores. Es el retrato de un
esquizofrénico paranoide que, según se cuenta, era utilizada para ilustrar el
caso clínico en escuelas de psiquiatría (dicen que hasta Lacan la ponía como
ejemplo). Para Buñuel era una de sus cintas favoritas (“Quizá es la película
donde más he puesto yo. Hay algo de mí en el protagonista”) y técnicamente es
impecable en cuanto a fotografía, ritmo, edición. El propio Arturo de Córdova,
tan igual a sí mismo (como toda estrella prestigiosa del cine mexicano –y
universal, finalmente- que se respete) se siente distinto y sus poses, la voz
engolada, las utiliza para apoyarle en su actuación: se le nota prepotente para
luego cambiar a la vulnerabilidad, la imagen de niño desamparado. “Él”
pertenece a un grupo de películas insólitas en el cine mexicano de ciertos
tiempos. Producto neto y sugerente de los años cincuenta.
Buñuel también
filmaría en ese año otras dos importantes películas: El bruto, donde habla acerca de la diferencia de clases, la
explotación de los ricos terratenientes contra la población miserable, bajo la
ironía de una infidelidad de la esposa del acaudalado con el macho deseable
(Pedro Armendáriz, sin bigote) que le sirve como verdugo. Aparte, filmaría una
coproducción con Estados Unidos, sobre el clásico de Daniel Defoe Robinson Crusoe, en colores y locaciones
tropicales.
Roberto
Gavaldón, otro de los grandes nombres del cine mexicano, ofreció, aparte
de la mencionada El rebozo de Soledad que
es una diatriba contra la insensibilidad producida por la explotación de la medicina
como medio de lucro, en lugar de buscar el bien común, Las tres perfectas casadas, melodrama ejemplar
acerca del matrimonio contra la indiferencia e infidelidad. Por otro lado, Acuérdate de vivir muestra otra variación sobre el
mismo tema: la solterona Yolanda sublima el amor por un hombre casado
atendiendo a sus hijos. Las tres películas están filmadas con el cuidado técnico
que distinguía a su realizador. Aparte, le apoyaron en los guiones tanto José
Revueltas como Mauricio Magdaleno.
Columba Domínguez, Rosita Quintana y Andrea Palma
en "Mujeres que trabajan" de Julio Bracho
Julio Bracho filmó tres melodramas intensos, como era su gusto y tendencia: Rostros olvidados, La cobarde y Mujeres que trabajan. Los tres presentan retratos femeninos acosados por sus circunstancias amorosas: En el primero, una cantante retorna para reencontrarse con el hombre que fue su amante y dio lugar al nacimiento de una hija que no reconoce entre las tres que tiene. El segundo se muestra a una niña de origen desconocido quien, al crecer, se convierte en objeto del deseo de un hombre maduro y sus dos sobrinos. Finalmente, Mujeres que trabajan es el más redondo y sólido al presentar a personajes que desean sobresalir del mundo de hombres que les rodean y limitan: no es un discurso feminista, pero sí es emancipativo hasta cierto punto. Bracho prefería introducirse en los aspectos psicológicos de sus heroínas.
Emilio
Fernández se dedicó a escudriñar la mente de un psicópata, Pablo (Arturo
de Córdova), quien mataba a un compañero suyo en la clínica donde estaba
internado, tomando su identidad, presentándose ante un tío acaudalado y la
hermana menor (María Elena Marqués) que no lo recordaba. La muchacha se
horroriza al enamorarse de quien creía su propio hermano. Todo esto ocurre en Cuando levanta la niebla, cinta
que tuvo cierto éxito luego de varios fracasos comerciales de quien fuera realizador
importantísimo en la década anterior.
Alejandro
Galindo se dedicó a un cine urbano en las cuatro películas que filmó en
ese año. Tanto Los dineros del diablo como
Por el mismo camino eran cintas con tema
policiaco: En la primera, un humilde trabajador (Roberto Cañedo) era llevado
por la ambición y la necesidad a caer en la delincuencia, enamorarse de una
rumbera (Amalia Aguilar), a su vez amante de un hampón (Víctor Parra, genial).
La otra mostraba a un delincuente criminal (Carlos Navarro) en su intento por
huir a la frontera, aunque conocía a una desahuciada joven (Celia D’Alarcón) de
la cual se enamoraba y era el motivo de su caída. Sucedió
en Acapulco es un divertimento sin mayor trascendencia. Su gran
película del año es la subestimada El último round nueva incursión en el mundo del boxeo, pero a la
altura de los años cincuenta: ahora el protagonista no era personaje de barrio,
humilde, sino un cantante y bailarín (Carlos Valadez, usualmente villano en
cintas de arrabal, en su debut y despedida estelar, en la que también sería
extrañamente, su última película) que mostraba cualidades para usar los puños.
Luego de varias desgracias, podía reintegrarse a la sociedad: ya no era
comentario social ni radiografía del “jodido”, sino muestra de una etapa que se
sentía próspera.
En 1952 debutaron tres nuevos
directores: Rafael Baledón, actor que tendría
una nutrida filmografía en este puesto, al dirigir Amor
de locura, graciosa paráfrasis de la pasión que enloqueció a Juana debido
al amor hacia Fernando. Niní Marshall resultaba sublime ante un Óscar Pulido
fenomenal, quien del presente, como potencial asesino de su amante esposa, se
enteraba de su pasado. Rafael Portillo filmó una
comedia artesanal acerca del amor entre un ser del otro mundo y una rica humana
en El fantasma se enamora. Y el escritor,
periodista y versátil Luis Spota, debutó con un
guion propio Nadie muere dos veces, cinta
de intriga policiaca acerca de un hombre que suplantaba a otro en el afecto de
su esposa, supuestamente asesina, para que todo se complicara y luego
resolviera de la manera más fortuita.
Alberto Gout filmó
un melodrama delirante, única cinta del año para Ninón
Sevilla quien así se despedía del género que la convirtió en reina desde
1946: Aventura en Río. Alicia, la esposa
de un médico mexicano sufría un accidente en Río de Janeiro que la dejaba
amnésica. Una confusión de identidades hacía que la policía pensara que el
cadáver de otra mujer era Alicia, quien a su vez, era rescatada por un hampón
que la metía a trabajar a un cabaret como Nelly, la hacía su amante y la mujer
se tornaba en apasionada defensora de su hombre, al grado de llegar a la saña
contra quien se interpusiera en su camino. Claro que Alicia recuperaría su
memoria y se reintegraría a su vida familiar, sin que el moralismo de la época
ni la justicia del melodrama, la condenaran por haber disfrutado de las mieles
de la infidelidad y del crimen. Caso semejante a su inmortal Aventurera
(1949) donde la protagonista se redimía de su pecado carnal por haber sido
víctima. La cinta tiene varios números musicales de antología (“Moreno,
moreninho, meu amor”).
Marga López, Julio Villarreal y Andrea Palma en "Eugenia Grandet"
Emilio Gómez Muriel filmó cinco películas, pero deben de destacarse dos de ellas: Eugenia Grandet, correcta adaptación de la novela de Balzac al medio rural de las primeras décadas del siglo veinte para mostrar el retrato del avaro miserable (Julio Villarreal, en una de sus mejores interpretaciones) que condenaba a su hija (Marga López) a la soltería y el dolor. Un divorcio es la adaptación de otra novela, ahora de Paul Bourget, escritor católico, que narraba la crisis existencial (y religiosa) de una mujer (nuevamente Marga López), divorciada, casada en segundas nupcias con un ateo, cuyos conflictos de madre se interponían con su situación marital.
Y
quedan otros títulos destacables de los cuales podremos ir platicando en el
transcurso del año en que se tornarán septuagenarios: René
Cardona y la cinta que introduce a El Enmascarado
de Plata; Rogelio A. González con Un rincón cerca del cielo; Gilberto Martínez Solares con Me traes
de un ala; Carlos Toussaint con Marejada; Adolfo Fernández
Bustamante y la deliciosa Cuarto de hotel;
Alfredo B. Crevenna y la última película de
Leticia Palma para el cine, en Apasionada;
Ismael Rodríguez con Del
rancho a la televisión, Pepe el Toro,
o la ingeniosa Dos tipos de cuidado: Roberto Rodríguez con la juvenil Una calle entre tú y yo, hasta llegar al infinito
de delirios fílmicos nacionales como Canción de cuna,
del padre del cine mexicano, Fernando de Fuentes.
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