sábado, 28 de noviembre de 2020

RICARDO MONTALBÁN (1920 - 2009)

 

RICARDO MONTALBÁN

EN EL CINE MEXICANO

por Roberto Villarreal Sepúlveda.

         Se acaban de cumplir los cien años del nacimiento de Ricardo Montalbán quien llegó a la Ciudad de México el 25 de noviembre de 1920, bajo los nombres de Ricardo Gonzalo Pedro, descendiente de emigrantes españoles originarios de la región de Castilla-La Mancha. Vivió en Torreón, Coahuila, durante su juventud y estudio comercio. Partió a Los Ángeles a finales de los años treinta para estudiar inglés y ahí comenzó en el teatro estudiantil donde se dio cuenta de lo que haría en la vida. Otros pininos escénicos en Nueva York y el retorno a México por enfermedad de su madre le obligaron a buscar oportunidades en la ya floreciente industria cinematográfica. En 1942 participó en papelitos sin crédito (Los tres mosqueteros, La virgen que forjó una patria), Luego una pequeña parte que viene a ser su debut formal en El verdugo de Sevilla (Fernando Soler) y como anunciador de variedades en un barco en La razón de la culpa (Juan José Ortega). Estos esfuerzos valieron la pena: se hizo distinguible entre su atractiva presencia y su extraordinaria voz. A finales de ese año filmó Cinco fueron escogidos (Herbert Kline) que tuvo versiones en español e inglés, aprovechando que dominaba el idioma, pero era un rol secundario que ya advertía su futuro estelar.

         A partir de ese momento, la carrera mexicana de Ricardo Montalbán se vuelve excepcional en muchos sentidos y por diversos motivos. Dirigido por Norman Foster, un importante realizador norteamericano que vino a México gracias a los estudios RKO de Hollywood que establecieron una filial en México, personifica a dos toreros: el Jarameño de la tercera Santa (1943) y el Rafael Mejía de La hora de la verdad (1944). En la primera, apasionado por la angelical prostituta cuya vida se deslizaba entre la culpa y la pasión carnal, cierra los ojos ante el pasado y desea redimirla; la segunda es más verosímil en cuanto se evita elevar al torero como súper hombre. La hora de la verdad (1944) narra el ascenso, la decadencia y el final de un hombre dividido entre el amor a una mujer y el amor a su profesión. El temor está presente todo el tiempo: al toro-muerte, a la mujer-locura, al fracaso-caída. Rafael se casa con una mujer que enloquece por temor a verlo morir; tiene relaciones con una joven de sociedad quien le oculta, por temor a perderlo, la existencia de un hijo; fracasa en su carrera por miedo a la soledad y finalmente muere porque esa angustia ha debilitado todo lo que podía sustentarlo.

         La fuga (1943), también de Norman Foster, ocurre durante la Intervención Francesa. Basada en “Bola de sebo”, el cuento de Guy de Mauppasant, lo presenta como otro ser vulnerable: un teniente francés que se enamora de una joven que se le entrega solamente para que la deje, junto con otros pasajeros de una diligencia, a continuar su viaje para la atención médica de una niña. La consecuencia es el enamoramiento de la pareja, pero será imposible su felicidad ya que la única salida será la muerte porque la guerra entre naciones no permitía la traición. Fantasía ranchera (1943) lo encuentra como el compositor Carlos quien va a lograr la escenificación de una ópera ranchera para poner en alto el nombre de Lagos de Moreno, Jalisco. Dirigida por Juan José Segura, con toda lo inverosímil de su trama y muchas secuencias cantadas entre Pedro Vargas, Manolita Saval y Chacha Aguilar, entre otros, resulta insoportable y requiere mucha pasión cinefílica para aguantarla hasta el final.

         En Cadetes de la Naval (1944) fue dirigido por Fernando A. Palacios (quien fuera el descubridor de María Félix además de efímero realizador: solamente tres películas) donde aparece como apuesto marinero, junto con Abel Salazar, que se enfrentará con un submarino nazi y deberá permanecer fiel a su novia Susana Cora contra la tentación que significaba Chela Castro. 


Nosotros (1944) es la joya del realizador Fernando A. Rivero en donde encarna a un ladrón salvado por el amor de la prostituta Marta (Emilia Guiú). Un malentendido hace que el gran amor entre ellos se pierda. Armando se casará con una chica de sociedad, pero habrá sacrificado a la mujer-brújula que le cambió el rumbo.

La casa de la zorra (1945), lujosa producción del director Juan José Ortega para celebrar el cincuentenario como actriz de Virginia Fábregas, en su último rol dentro del cine nacional, donde conjuntó a un elenco estelar de primera categoría (Andrea Palma, Isabela Corona, Susana Guízar, Julio Villarreal, Andrés Soler, entre otros). Aquí aparece como Alberto, el hijo disipado y vividor de la dueña de una casa de juego a la cual apodan “La zorra”, pero a quien nadie conoce. El hombre, que ha estado lejos de su lado por muchos años, le confiesa que no tiene trabajo y que su vida ha sido el vicio, a lo que su madre le revela su verdadera ocupación. Alberto se enamora de una mujer casada, que le corresponde, y cuando van a escapar, la madre se entera de que es hija del hombre con el cual tuvo a Alberto por lo que debe impedir un incesto. Montalbán aparece con canas pintadas sobre las sienes, quizás para darle el aspecto de hombre de mundo, mayor de treinta años, y más cercano al físico que presenta doña Virginia (quien ya era septuagenaria), quien no era muy agraciada en sus rasgos faciales, además de vestir trajes elegantes, resaltados por su buen físico. [como dato anexo, el pasado 17 de noviembre se conmemoraron los 70 años de su fallecimiento]

         Pepita Jiménez (1945) de Emilio Fernández, basada en la conocida novela de Juan Valera acerca del seminarista que levanta la pasión de la inmaculada Pepita y a la cual se le entregará finalmente, es una de las obras maestras menospreciadas de nuestro nacionalista realizador. Con esta cinta, Montalbán se despide por primera vez del cine mexicano para iniciar una exitosa carrera en Hollywood. Su imagen en este período enfatiza la vulnerabilidad, la debilidad de carácter, la tragedia, la fatalidad del destino. Tan acostumbrado nuestro cine a encasillar actores en ciertos personajes, lo veía como galán fatídico, expuesto a los juegos del amor para perder en la mayoría de las ocasiones. Tenía personalidad y un excelente timbre de voz.


         Montalbán, inteligente, supo aprovechar esos papeles para llamar la atención y elevarse sobre las calidades de los materiales. Por fortuna, si se realiza una valoración conjunta, sale ganando en cuando a que filmó pocas cintas nacionales, pero en su mayoría rescatables y de calidad. De aquí que, junto con su figura y dominio del inglés, sus relaciones personales con Norman Foster (quien era su concuño), además de la moda del panamericanismo en las cintas de Hollywood, dio el salto a la internacionalización: en la MGM, cantó y bailó con Cyd Charisse, Lana Turner o Esther Williams, entre otras damas, luego diversos estudios de cine y películas con temas y géneros disímbolos, para llegar más tarde a la televisión. Fuera de dos retornos a México, toda su carrera, actividad y fallecimiento ocurrirían en Hollywood.

Su primer retorno fue para participar en Sombra verde (1954), uno de los puntos altos del cine de Roberto Gavaldón, financiada por Producciones Calderón, a punto de lanzar sus cintas con desnudos fílmicos. Historia de pasiones tropicales, con momentos álgidos dentro de los peligros de la selva, en donde un ingeniero capitalino conoce el amor en la figura de una joven nativa (Ariadne Welter) y se enfrenta con los problemas de poder y ambición para finalmente alejarse aunque con la promesa de que volverá. Una década más tarde, el productor Carlos Amador lo trae a México para estelarizar una exuberante cinta que aprovechó la enorme popularidad de Silvia Pinal como actriz buñueliana y vedette de categoría, como su pareja. Buenas noches Año Nuevo (1964) de Julián Soler, es una superproducción, para la época, que reúne a varias estrellas de la música internacional (Chile, Brasil), además de un elenco equilibrado: ante la experiencia de Pinal, una incipiente Fanny Cano. La gracia de Sergio Corona, aparte de la unión de Nacho Contla con Héctor Lechuga. Una pareja casada de director y estrella viven de pleito como imagen pública pero en la intimidad juegan a ser amantes por lo que refuerzan su pasión. Un malentendido creará conflictos y todo se narra entre números musicales con cierta fastuosidad. Fue un gran éxito taquillero y así terminó la carrera cinematográfica mexicana del actor.

         La imagen de Ricardo Montalbán es, en resumen, la de un hombre que supo aprovechar su prestancia para interpretar tanto a personajes vulnerables como socialmente fuertes. Desde el ladrón sin esperanza hasta el marinero heroico, desde el seductor consciente hasta el amante lúdico. Supo trascender dichos papeles para traspasar fronteras, usar el arquetipo hollywoodiense para afianzar su talento actoral y diversificarse en roles que lo alejaron del estereotipo. Ricardo Montalbán es otro de los casos únicos, incomparables, de la historia de nuestra cinematografía. Estas notas sólo han querido recordarlo, describirlo y darle su merecido lugar como personaje inclasificable: ¿cuál hubiera sido su destino de proseguir su carrera en México? Por fortuna, nunca lo sabremos.



        

 

jueves, 12 de noviembre de 2020

AHÍ VIENE EL GATO LOCO...

SERENATA EN NOCHE DE LUNA

1965. Dir. Julián Soler.

 

    Alberto Montes de Oca y Martínez de la Rivera (Alberto Vázquez), hijo del agregado cultural de México en Israel, llega a una nueva universidad en México (a todas luces la UNAM sin darle crédito), acompañado por su chofer Hugo (Guillermo Rivas), porque el trabajo de su padre le ha hecho mudarse una y otra vez sin poder terminar una carrera. Es un hombre multifacético que destaca en deporte (decathlón, esgrima) y en sus clases. Por tal motivo causa disgusto entre una palomilla de estudiantes comandados por Raúl (Alfonso Mejía) a los cuales siempre reta y gana. Alberto se enamora de Silvia (Tere Velázquez, hermana de Raúl, aunque no deja de coquetear con otras damas, como sucede con una secretaria llamada Julia (Adriana Roel), así como con las amigas de Silvia para provocar sus celos ya que la chica se muestra, en apariencia, indiferente al muchacho. Lo mismo sucede con Raúl quien no acepta a Alberto a pesar de sus esfuerzos por ser parte de su grupo. Raúl entra en malos pasos por una vedette rubia y famosa, Laura (Gina Romand) que lo trae enloquecido y le hace fallar en sus estudios. Para ayudarlo, debido a una petición de Silvia, Alberto empieza a coquetear con Laura para alejarla de Raúl. Sin embargo, Silvia se enoja por el mismo motivo. Todo se complicará cuando Raúl quiera robar el temario del examen final de derecho y sea sorprendido, pero no identificado por su maestro (Antonio Bravo). Raúl se topa con Alberto y el maestro los encuentra. Al exigir el nombre del culpable, Alberto se echa la culpa. De esta manera, las actitudes de Raúl y Silvia cambiarán hacia Alberto.

Alberto Vázquez y Tere Velázquez

    Un argumento tan simple y sin graves conflictos era mero pretexto para el lucimiento del entonces popularísimo cantante Alberto Vázquez quien había demostrado cierta solvencia como actor (dentro de lo convencional, claro). Todo resulta nimio, sin mayores consecuencias ni trascendencia. Los personajes son estereotipados pero lo más destacable es que se continúa la tradición de mostrar a una juventud inventada por el cine nacional, e interpretada por actores cuyas edades ya se encontraban más allá de la segunda década. En este caso, Alberto es un estudiante idealizado (no en vano, Tere Velázquez le apoda “Superman”), quien tanto brilla en la academia como en los esfuerzos físicos. Bien viajado, conocedor de idiomas y estudiante de las Universidades de Cambridge o Salamanca, entre otras, viene a mostrar una imagen que quisiera ser modélica para los espectadores de la película. Sin embargo, queda en la intención, en la mera mención de hechos sin demostrar nada (es muy fácil expresar deseos: el problema es tener la posibilidad, capacidad o voluntad para tornarlos realidad). Hay un ánimo de esperanza porque los jóvenes universitarios se están preparando para las próximas Olimpiadas que serían en México 68. Esto no es un juego ni un pasatiempo, está de por medio el prestigio de nuestro país y debemos responsabilizarnos... es lo que les indica el entrenador a la palomilla de Raúl.

 Alfonso Mejía

    Dentro del mundo ficticio juvenil que imponía el cine nacional, los problemas de debatían entre la moralidad (la deshonra de robar un examen; la búsqueda de una pareja inapropiada), el romance (había que encontrar a la pareja ideal) y la promesa de un futuro que será laborioso y redituable. Así lo demostró la etapa de los ídolos juveniles (César Costa, Enrique Guzmán, Angélica María y el mencionado Alberto, sobre todo) que siguieron una carrera paralela en el cine e intervinieron en temáticas de crueldad violenta, acechanzas de vedettes sensuales o galanes abusivos, problemas económicos, pero siempre con esperanza y mensajes de redención. Más cercanos a las idealizaciones de Bustillo Oro (Mil estudiantes y una muchacha, 1941) o de Roberto Rodríguez (Una calle entre tú y yo) que a la etapa Díaz Morales de pecado, droga y sensualidad en la segunda mitad de los años cincuenta (Juventud desenfrenada; Mundo, demonio y carne; Estos años violentos, entre otras), sin acercarse a las posibilidades de las aproximaciones más realistas, aunque menos contundentes de Alejandro Galindo (La edad de la tentación, 1958) o Luis Alcoriza (Los jóvenes, 1960) que pudieron haberle dado otros matices al género (aunque la tendencia fue mundial: los cantantes se tornaron ídolos de la pantalla en Argentina, España, Inglaterra, etc., en asuntos ligerísimos, con la gran excepción de Los Beatles, claro). Fueron los primeros, felices años sesenta. (Por supuesto, jamás podrá tomarse en cuenta a la gran excepción de Los olvidados de Luis Buñuel).

 Gina Romand

    Sin embargo, todas estas cintas son cálidas, acogedoras, por muchos o pocos de sus elementos. Por supuesto que las canciones: en esta película, Alberto canta “Uno para todas” o “Yo sin ti”; Tere Velázquez canta (algo que no hará en otras cintas) “Ya no te extraño” pero sigue en su rol de chica mimada y caprichosa; Aparece el grupo de Los Hooligans, ya en su segunda etapa, con Johnny Ortega como vocalista, e interpretan  “El gato loco”, además de ser estudiantes compañeros de Alberto (lo mismo que Polo Salazar y Guillermo Herrera). Gina Romand interpreta dos composiciones poco explotadas de Armando Manzanero, bastante rítmicas: “Así, así” como bossa nova y “No estás aquí”, en tiempo de jazz que anuncian el genio del compositor yucateco pero también muestran unas horrorosas coreografías que ejecuta la vedette. Aparece Alfonso Mejía, uno de los grandes lanzamientos de la mencionada cinta buñueliana, quien compensaba en personalidad y gran atractivo físico lo que carecía de talento histriónico. Una rarísima curiosidad es la “presentación”, que fue debut y despedida, de Miss México 1965, Janine Acosta, quien era hija en la vida real de Rodolfo Acosta (que se tornó centenario este año), el inolvidable villano de Salón México (Emilio Fernández, 1948), pero quien aparece como amiga de Tere Velázquez, sin pena ni gloria, perdida entre el montón de ignotas y desconocidos extras.

Janine Acosta, en medio, entre Guillermo Herrera, a la izquierda, y Polo Salazar, a la derecha. En el extremo izquierdo está Humberto Cisneros y arriba de ella, Johnny Ortega, ambos integrantes de Los Hooligans.

 Los Hooligans

    Ante la trivialidad argumental (original del prolífico guionista, adaptador Fernando Galiana, con más de 180 películas en su haber, quien nos daría otras tramas mucho mejores) están los recuerdos de otros tiempos, las presencias fabulosas, las canciones que emocionan. La película terminaba, aparentemente, cuando los estudiantes levantaban en sus hombros a la pareja estelar y la sacaban de los campos deportivos de la UNAM. Tal vez por la corta duración (difícilmente llega a los 80 minutos), se nota un añadido “sorpresa”, otro final, un giro inesperado, en una secuencia que involucra al joven cantante y su chofer, que le otorga un total sinsentido y niega muchas cosas que nos ha propuesto el argumento. Uno se ríe ante el absurdo, pero se da cuenta de que al público no le importaba: era ir a la sala oscura para disfrutar de canciones e ídolos en situaciones distintas a lo que ocurría en la realidad. Era la extensión ensoñada de la radio o de la televisión, o de los acetatos de 45 rpm, lo que no nos ofrecían esos medios. El goce de escuchar por enésima vez, en otros terrenos, lo que era divertida poesía… ahí viene el gato loco, le patina el coco…

 El director Julián Soler (1907 - 1977)