martes, 26 de mayo de 2020

LOS BELLOS TIEMPOS


MÉXICO DE MIS RECUERDOS
1943. Dir. Juan Bustillo Oro.
         En su autobiografía Vida cinematográfica (Cineteca Nacional, 1984), el maestro, autor completo, Juan Bustillo Oro, menciona que gracias a la aceptación del productor Gregorio Walerstein, pudo cumplir su sueño de recrear una etapa del México que no le tocó (había nacido en 1904 y era niño cuando comenzó la etapa revolucionaria) pero que añoraba, según los recuerdos de su familia. Quería recuperar las coplas callejeras, los muebles, las calles, los edificios, los vestuarios de la Ciudad de México de antaño. Anteriormente había filmado En tiempos de don Porfirio (1939) que se dedicaba más que nada a la música y a cierto melodrama de amores interrumpidos y paternidades desconocidas.
Los pregoneros
La vida bohemia
         En este caso, Bustillo Oro nos presenta una comedia con los personajes característicos y románticos de una época. Don Porfirio (Antonio R. Frausto) envía un piano de gran lujo a Jesús Flores (Fernando Soler), compositor del vals “Carmen”, como agradecimiento por habérselo dedicado a su esposa. Pide a su secretario Don Susanito Peñafiel y Somellera (Joaquín Pardavé) que lleve a cabo dicha orden. Don Jesús ha cambiado su apellido por Mendieta debido a una promesa a sus tres cuñadas quienes lo han dado por muerto, gracias a su disipación luego de morir su esposa. A cambio, educarán a su hijo Pablo (Luis Aldás) quien será el heredero de su cuantiosa fortuna. Don Jesús vive como bohemio y Pablo asiste a sus tertulias sin saber que es su padre. Mientras tanto, las tías quieren casar a Pablo con Rosario (Sofía Álvarez), chica a la cual protegen, pero al joven no le interesa. Rosario se hará pasar como tiple argentina para llamar su atención. Le ayudará don Jesús quien involucrará a Susanito en el asunto. Pablo se enamorará perdidamente de esta nueva Rosario y así habrá toda una serie de confusiones y enredos.
La recreación del Teatro Principal
Las tías porfirianas
(Conchita Gentil Arcos, Mimí Derba
y María Luisa Serrano)
         Bustillo Oro logró impartirle, como siempre, un ritmo ágil a las situaciones. Hombre de letras, abogado culto, sus películas se distinguen por su verbosidad (sin que esto se mencione peyorativamente). Con experiencia como autor dramático, Bustillo Oro se expresaba a través de largos diálogos, utilizando términos elaborados, literarios, que en ocasiones, como en esta película, recuperaban formas del habla popular o específica de un tiempo. La cadencia y el tiempo utilizado entre personajes para comunicarse, escucharse, responderse, era magistral. No se sentía artificioso sin que llegara a ser el vocabulario común para los espectadores de su tiempo. A más 75 años de haber sido filmada, mantiene una vigencia absoluta.
Don Porfirio como testigo de boda:
una persona sencilla
         Aunque Bustillo Oro expresa que “no enalteció a Porfirio Díaz, sino que simplemente lo utilizó como personaje intermediario para el desarrollo de la comedia”, en realidad se estaba evocando un tiempo que la película idealiza y transmite como feliz. En tiempos de don Porfirio fue la película que mejor representó a la categoría del cine de añoranza porfiriana (aunque ya se habían filmado Perjura, 1938, de Raphael J. Sevilla o Café Concordia, 1939, de Alberto Gout) porque se centraba en (o utilizaba a) la figura del presidente (el cual, además, fue filmado por los representantes de los Lumiére, cuando el cine llegó a México). Esta categoría fue establecida por el crítico Jorge Ayala Blanco en su libro La aventura del cine mexicano (Editorial Era, 1968), quien además, consideró a Bustillo Oro como el Sacha Guitry mexicano, comparándolo con un importante cineasta francés igualmente cuidadoso en detalles, diálogos y teatralidad.
La Alameda (Fernando Soler y Sofía Álvarez)
         La película tiene una escenografía impresionante para su tiempo, diseñada y realizada por Luis Moya, al mostrar al Teatro Principal, a la fuente de Salto del Agua, además de los vestuarios y decorados precisos. El tranvía de mulitas, los pregoneros de calle, la vida bohemia (entre los amigos de don Jesús están Amado Nervo y Luis G. Urbina, por ejemplo) a la luz de las velas con el imprescindible licor, además de las melodías y canciones (valses, canciones de zarzuelas, música de organillo). El reparto no puede ser inmejorable porque están monstruos sagrados del cine mexicano (Soler, Pardavé, y entre las tías, Conchita Gentil Arcos y Mimí Derba) o galanes (Luis Aldás) y vedettes (Sofía Álvarez) populares por esos tiempos.
Don Porfirio se exilia
(Antonio R. Frausto)
         Veinte años más tarde, el propio maestro Bustillo Oro volvería a filmarla. Se repitió el fenómeno de aceptación popular ya que el público quedó fascinado con esta reinmersión en tiempos pasados. Aunque ya era otra época de la industria fílmica, Bustillo contó con buena escenografía, presupuesto, la soprano Ernestina Garfias, Fernando Soler, Joaquín Cordero y Mantequilla en los roles previos de Álvarez, Soler (quien repitió papel), Aldás y Pardavé, respectivamente. Ahora era en color. La música se adaptó hacia lo operático por la protagonista. México de mis recuerdos es un verdadero clásico del cine mexicano que conserva su frescura y gracia. Nos devuelve a un tiempo que se añora dentro de lo cotidiano (no discute el aspecto político), muestra la solemnidad de la figura presidencial (Porfirio Díaz aparece digno y contundente) y al final lo despide cuando se exilia de México (un Porfirio Díaz con lágrimas en sus ojos como aparecen en los rostros del pueblo que le brinda pleitesía), indicando que moría una etapa, y aunque no la califica, uno sabe que se refería a la felicidad, a la ingenuidad, al desarrollo, al inicio de una modernidad en todos sus aspectos. Don Susanito se presenta de una manera que resulta muy ilustrativa del espíritu de este género: “Susanito Peñafiel y Somellera, para servir a Dios, a don Porfirio y a usted”. Una hermosa e inolvidable película.
Juan Bustillo Oro (1904 - 1989)

martes, 5 de mayo de 2020

CENTENARIO PRODUCTOR

¿Qué hace falta para ser feliz?   
Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas,
un vientecillo tibio, la paz del espíritu.
André Maurois.
ROSS HUNTER
(1920 – 1996)
         La percepción crítica del cine ha cambiado de manera radical desde la segunda mitad del siglo veinte hasta nuestros días. La transformación de la cinefilia como se había practicado en los tiempos cuando se iba construyendo día con día gracias a la experiencia directa con la aparición de cada nueva película que permitía la reflexión, la comparación y la clasificación personal de apreciaciones y rechazos, aparte de que la televisión primitiva era una fuente inagotable de acercamiento al cine anterior fue radical. Si de pronto alguna cinta no podía verse en las salas de estreno, era angustiante para el amante del cine ya que había que esperar alguna otra oportunidad para conocerla o perderla irremediablemente. El crítico riguroso como el espectador pertinente se acercaban al fenómeno fílmico en función de su entorno y contexto. Los aspectos morales y de “decencia” que provocaban la censura, las prohibiciones y el morbo, fueron diluyéndose con el tiempo. En los años ochenta el uso del videocasete como si fuera un libro que pudiera releerse cuando se quisiera fue desarrollándose hasta ahora cuando el cine se encuentra al alcance de todos en diversas modalidades y plataformas. El conocimiento del cine ya no es sistemático y las confrontaciones son imposibles ante tantas e infinitas ofertas de títulos diversos (y de diferentes países). Un cinéfilo actual que quiera “ponerse al día” con el pasado, no tendrá ni el tiempo ni las posibilidades para lograrlo ante la enorme oferta de alternativas. Solamente quedará la selección y la especialización de temas, épocas, corrientes o temas, por mencionar algunas opciones.
Judy Canova y Ross Hunter en una escena
de La celebre aldeana (1945, Del Lord)
         El personaje del cual me ocupo en este artículo formó parte del Hollywood considerado industrial y convencional. El cine que fabricaba estrellas y sueños. Un público general aclamó sus cintas ya que satisfacían sus necesidades emocionales y sentimentales. En otros niveles, eran consideradas obras vulgares a la altura del arte “menor” (como era la historieta, la fotonovela y luego la telenovela). Si se leen las críticas hacia ellas, informadas e intelectuales del siglo pasado, se descubrirá el desprecio, los adjetivos “fallidas”, “chantajistas”, “vacías”, y hasta “anticuadas”. Las revaloraciones en estos tiempos posmodernos, donde ya no existe una discriminación categórica y la natural ausencia de sus contextos es rampante, las ha hecho verse de otra manera. Uno buscaba al cine como vía de escape y alternativa de descubrimiento. Acercarse a otras vidas y ensoñar otras realidades.   
Lana Turner, Ross Hunter y Constance Bennett
anunciando la filmación de Madame X (Lowell Rich, 1966).
Bennett falleció al término del rodaje en 1965.
         En los años cincuenta y sesenta, un nombre muy popular en el mundo de Hollywood, que no se refería a ningún actor o director, como era usual, fue el del productor Ross Hunter. A partir de sus primeras actividades en calidad de asistente o asociado para los estudios de la entonces Universal - International, demostró una gran visión para mantener los presupuestos bajos y garantizar nivel de calidad tanto por elencos como tramas. Había tenido la experiencia como actor estelar en cintas clase B de la Columbia Pictures en los años cuarenta (sobre todo al lado de la comediante y cantante Judy Canova), luego de haber servido en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Al darse cuenta de que su camino no era estar frente a las cámaras, se lanzó al encuentro de oportunidades para producir en los Universal.
Ann Sheridan y Sterling Hayden 
en Mujer de fuego (Sirk, 1952)
         Entre sus primeras producciones están cintas del oeste o de aventura pero fue en 1952, al iniciar su asociación con el realizador Douglas Sirk con Mujer de fuego (Take Me to Town), otro exiliado de la Alemania nazi (cuya revaloración crítica sirvió para que se le considerara bajo otro punto de vista), que encontró la armonía y el entendimiento necesarios para llevar a buen término sus colaboraciones. Sirk tenía excelente sentido de la discreción en el tratamiento del melodrama, respetando sus características del género: la casualidad, la exageración, la ironía del destino. Hunter, por su parte, sabía lo que quería: un público satisfecho que recordara sus cintas por elementos que permanecieran indelebles, además de valores de producción “visibles en pantalla”: ropa elegante, joyas deslumbrantes, escenografías lujosas. Hunter no necesitaba de la aprobación crítica, sino de la aceptación masiva. Gracias a Sirk pudo producir, al menos, tres obras maestras.
Rock Hudson y Jane Wyman
en Sublime obsesión (Sirk, 1954)
         Sublime obsesión (Magnificent Obsession, 1954) fue el primer gran éxito taquillero de Hunter y Sirk. El productor había rescatado del olvido una vieja película de la Universal filmada en 1935 por John M. Stahl con Irene Dunne y Robert Taylor acerca del romance que surge entre un joven rico e irresponsable y una viuda cuyo marido había fallecido al no poder ser atendido para salvar la vida del primero luego de un accidente. Indirectamente se produce la ceguera de la viuda por otro accidente provocado por este mismo personaje quien, entonces, decide estudiar medicina, tornarse gran cirujano y devolverle la vista a la viuda, objeto de su amor. Ejemplo de gran melodrama en cuanto al respeto de sus claves, la película sirvió para colocar al joven Rock Hudson en el estrellato y subrayar la popularidad de la actriz Jane Wyman. A pesar del paso de los años, sigue siendo tan magnética como entonces (lo mismo que muchas de las producciones de Hunter)
Rock Hudson y Jane Wyman 
en Lo que el cielo nos da (Sirk, 1955)
         El joven creativo seguiría con otras cintas donde capitalizaría el éxito de Hudson, pero repitiría a la pareja taquillera en Lo que el cielo nos da (All That Heaven Allows, 1955), también bajo la dirección de Sirk, donde el atractivo actor es un joven jardinero que se enamora de la viuda Cary provocando que otras personas del pueblo, amigos y sus propios hijos la repudien. Este romance entre personas de generaciones separadas por la edad creó una huella importante entre muchos espectadores. Años más tarde, el realizador alemán Rainer Werner Fassbinder filmaría El miedo devora al alma (Angst essen Seele auf, 1974) donde un joven árabe, moreno y musculoso se convertía en el amante de una mujer aria, mayor en edad y con cuerpo de matrona. Por su parte, el director norteamericano Todd Haynes nos ofrecería lo que fue un gran homenaje a estas producciones de Universal, Sirk, Hunter y el Technicolor, con un toque contemporáneo, aunque sucediendo en los años cincuenta, con un jardinero, hombre de color, del cual se enamora una de sus clientas cuyo marido tiene inclinaciones homosexuales en Lejos del cielo (Far from Heaven, 2002). Ambos realizadores habían atrapado el sentido interno, de doble discurso, que los tiempos no permitían presentar directamente. Ahora lo complementaban.
El miedo devora al alma (Fassbinder, 1974)
Lejos del cielo (Todd Haynes, 2002)
Doris Day y Rock Hudson
en Secretos de alcoba (Gordon, 1959)
         Hunter cerraría la década con cintas actuadas por Sandra Dee (Frutos del pecado), Debbie Reynolds (Tammy, flor del pantano), June Allyson (Interludio, Un extraño en mis brazos), pero en 1959 produciría otros dos de sus más grandes éxitos de público y crítica: Problemas de alcoba (Pillow Talk, Michael Gordon) e Imitación de la vida (Imitation of Life, Douglas Sirk). La primera le dio un vuelco a la imagen siempre pura y virginal de Doris Day al presentarla como personaje que levantaba la pasión de Hudson, quien era un conquistador empedernido, además de comprender que poseía los encantos requeridos para atraer a los hombres. El propio Hunter mencionó que el vestuario serviría para resaltar sus cualidades corporales, con espalda desnuda o delineaciones en sus partes curvilíneas. La película ganó el Óscar como mejor guion original y le dio su única nominación como actriz a la rubia cantante.
Cuatro momentos con los personajes femeninos
de Imitación de la vida (Sirk, 1959)
         No obstante, Imitación de la vida sería otra producción aún más memorable. Hunter volvió a rescatar una vieja cinta de la Universal, también dirigida por Stahl, pero en 1934 con Claudette Colbert y Louise Beavers, en la historia de una aspirante a actriz blanca, madre soltera de una niña rubia, que iniciaba la amistad con una mujer de raza negra quien se tornaba en su sirvienta, a cambio de casa y comida para ella y su hija. mulata de piel blanca, donde se trataba el tema de la discriminación racial, aunque de manera indirecta, entre rivalidades amorosas de madre e hija por un mismo hombre. Ahora, con Lana Turner y Juanita Hall en esos roles, la película no perdía el buen gusto ni la sobriedad usual en Sirk. Aunque el tema era de controversia, con las limitaciones de los cines sureños que no aceptaban a personajes triunfales de color, la película permitía la redención y el sacrificio, propios del buen melodrama. Los créditos de la cinta tienen como fondo a diamantes que caen para llenar la pantalla y dar una idea del glamour social. Aparte de mostrar la terrible dificultad, para esos tiempos, de llevar una relación interracial plena de armonía, contiene muchos tonos ocultos, violentos, crueles, aunque en apariencia aparente trivialidad. Una de las grandes cualidades de su realizador.
Retrato en negro (Gordon, 1960)
Rica, bonita y casadera (Gordon, 1964)
La usurpadora (Miller, 1961)
Rosie (Lowell Rich, 1967)
Madame X (Lowell Rich, 1966)
Millie (Roy Hill, 1967)
         Los años sesenta no dejarían de pertenecerle a Hunter. Quince producciones que no perdieron ni dinero ni público. Fueron seis películas con Sandra Dee, a la cual volvió a reunir con Lana Turner (Retrato en negro, 1960), la tornó en sucesora de Debbie Reynolds (Tammy dime la verdad, 1961; Tammy y el doctor, 1963), aparte de tenerla como estelar en comedias diversas (Si contesta mi marido, 1962; Rica, bonita y casadera, 1964) y colocarla al lado de Rosalind Russell, semiretirada, en una de sus cintas más subestimadas (Rosie, 1967). A Lana Turner volvió a darle otro grandísimo éxito (Madame X, 1964) en la enésima versión de una popularísima obra de teatro francesa que ha sido filmada en España, México, Argentina y hasta Turquía, donde una mujer era defendida por su hijo abogado quien desconocía el parentesco. Susan Hayward apareció en otra nueva versión de otra obra de Stahl (La usurpadora, 1961). En 1962 produjo la versión fílmica de una comedia musical de Broadway (Flor de Loto) y cinco años más tarde, otra comedia musical que ahora fue creada originalmente para el cine (y años más tarde pasaría a Broadway) que aprovechaba el estrellato singular de Julie Andrews (Millie, 1967) en una trama que ocurría en los años veinte y que incluía tráfico de personas, drogas y barrio chino, con un elenco espectacular (Mary Tyler Moore, Carol Channing, Beatrice Lillie).
Tres momentos del elenco estelar
en Aeropuerto (Seaton, 1970)
         En 1970, Ross Hunter produjo Aeropuerto (George Seaton) con elenco multiestelar: Burt Lancaster, Dean Martin, Jean Seberg, Helen Hayes, entre otros. La trama, basada en un bestseller de Arthur Hailey, se tornó otro fenómeno de público. Fue nominada a diez Óscares (entre ellos el de mejor película) pero solamente se lo llevó Hayes como actriz secundaria y, seguramente, por la nostalgia. Su importancia radica en que fue la iniciadora de otro subgénero dentro de la acción y el suspenso: la película sobre grandes desastres, con muchos efectos especiales (de aquí vendrían La aventura del Poseidón, Terremoto o Infierno en la torre) que serían muy destacables y trascendentes para el cine de Hollywood. La cinta produjo una franquicia para la Universal que se alargaría por cuatro secuelas (1974, 1977 y 1979) sin ganancias para Hunter, por lo que decidió terminar sus relaciones con estos estudios y firmar contrato con la Columbia Pictures, que había sido su origen.
George Kennedy, Bobby Van, Sally Kellerman,
Liv Ullmann y Peter Finch en Horizontes perdidos (Jarrott, 1973).
         Tres años más tarde vendría el final, dentro del cine, con un grandísimo fracaso. Hunter no podía realizar cosas pequeñas, siempre debían ser grandilocuentes.  De esta manera surgió la versión musical de Horizontes perdidos (Lost Horizon, Charles Jarrott) que Frank Capra había filmado en 1937 tenía todos los elementos para triunfar: elenco de primera (Peter Finch, Liv Ullmann, Charles Boyer, entre otros), canciones de Burt Bacharach con letras de Hal David, y grandísima producción millonaria. Sin embargo, no fue del agrado de un público que por esos años ya no quería ver cintas musicales convencionales y edulcoradas. Era la generación de Jesucristo Superestrella, Contacto en Francia, El padrino, El exorcista, Serpico. Fue un gran golpe para el productor acostumbrado a estar en la constante preferencia del público y de los estudios cinematográficos. Sin embargo, vuelta a revisar a casi 50 años de su estreno, Horizontes perdidos no es el desastre que la mala taquilla afirmó en su momento. Mucho menos con su mensaje de esperanza para el mundo, aunque, desgraciadamente, no se haya mantenido en la realidad.
Ross Hunter, segundo de izquierda a derecha
y Jacques Mapes, extrema derecha, quien
fuera su pareja por más de cuatro décadas.
         Dos años más tarde, Hunter volvió a la producción, pero solamente con películas para la televisión. 4 cintas y una miniserie hasta 1979, todas con la Paramount Pictures. Y ahí fue el final. Llegó el retiro. Junto con su pareja de casi 40 años, Jacques Mapes, quien había sido su coproductor asociado desde Rosie, Hunter se dedicó a disfrutar del fruto cosechado por más de tres décadas en el medio fílmico: sus regalías y fortuna personal le permitieron vivir sin presiones hasta su muerte en 1996. Había que recordarlo en estos cien años de su nacimiento. Estas fueron películas que, en mayor o menor grado, nos marcaron como público ávido de entretenimiento, sin caer en la consideración intelectual. El cine de Hunter llenaba las fantasías femeninas en cuanto a romances, vestuarios y residencias. Al espectador masculino le ofrecía modelos de éxito. En otros casos, eran los guiños de ojos, la mirada sensible, el desbordamiento de la imaginación, el mensaje oculto. Comedia o melodrama, sobre todo. Las tramas que daban pie a situaciones humanas. Todas las películas de Ross Hunter terminaban ofreciendo esperanza y, sobre todo, mostrando la posible felicidad debida a la paz espiritual de sus personajes. Uno debe pensar que fue un hombre feliz porque compartió toda esa paz a sus satisfechos espectadores.