sábado, 2 de enero de 2021

CON OJOS DE ADOLESCENTE...

 

¡BUENAS NOCHES, AÑO NUEVO!

1964. Dir. Julián Soler.


Como médanos de oro,
que vienen y que van
en el mar de la luz,
son los recuerdos.

Juan Ramón Jiménez

         Cuenta Silvia Pinal en su libro comentado*, donde Emilio García Riera hace un recuento de su filmografía, que luego de las películas con Buñuel y su triunfo internacional, los demás productores ya no la llamaban, pensando que no aceptaría sus propuestas. En eso estaba cuando Carlos Amador, exitoso por sus cintas previas en color y con gran espectáculo (La edad de la inocencia, en 1962 o Cri Cri el grillito cantor, en 1963), le ofreció participar en la siguiente de sus superproducciones, la comedia musical ¡Buenas noches, año nuevo! con la cual retornaría al cine mexicano Ricardo Montalbán, ya muy famoso en Hollywood. La cinta permitiría también que Silvia se reincorporara a la industria nacional, ya que antes de Viridiana, había filmado cuatro cintas en España y otra en Italia. Luego de los dramas serios buñuelianos, estaría en una comedia donde podría bailar, cantar y lucir lujosos vestuarios y abrigos de pieles, como en otras etapas de su carrera.

         En la película se narra un juego que llevaba a cabo el matrimonio del compositor y director de espectáculos Fernando (Montalbán) con su esposa, la vedette Silvia (Pinal), para mantener la armonía y la sorpresa en su relación. En lo cotidiano eran director y estrella en constante pleito tanto en su hogar como tras bambalinas. Los lunes, sin embargo, se citaban en un departamento para jugar a ser amantes que eran infieles a sus respectivos cónyuges. La situación se complicaba cuando la segunda vedette del espectáculo, Fanny (Fanny Cano) coqueteaba con Fernando y lograba que le invitara al departamento. Tras una desastrosa cita, la mujer olvidaba un guante que encontraba y decepcionaba a Silvia por lo que decidía separarse de su marido. Todo acababa bien, al corroborarse que no había infidelidad y que la vedette esperaba un hijo.

         Silvia Pinal ya había interpretado un rol semejante, con la misma justificación de avivar la llama del amor dentro de un matrimonio cuyo romance se estaba apagando, en Amor en cuatro tiempos (Luis Spota, 1954) donde su marido Jorge Mistral se hacía pasar por un hermano gemelo suyo, al cual no había vuelto a ver en años. El supuesto hermano la enamoraba y la mujer le correspondía. Al reclamarle por celos, Silvia le confesaba que siempre había sabido que todo era un juego. Por su lado, el prolífico argumentista de ¡Buenas noches, año nuevo!, Fernando Galiana, utilizaba con frecuencia el tema de la suplantación de identidades en sus propuestas cinematográficas (Tin Tan como hijo falso de Pardavé en El hombre inquieto, el payaso criminal de Teatro del crimen, la mujer con doble personalidad en La mujer y la bestia, el doble del actor indisciplinado en La muerte en bikini, y así podrían citarse otros ejemplos). Lo interesante del tema es, precisamente, que atrae al público porque se torna en cómplice total (o parcial en ocasiones, ya que se intuye el hecho) de quienes están involucrados en el juego y despierta la curiosidad para conocer la solución que se le dará a los sucesos. Un ejemplo más refinado se tendrá en La otra (Roberto Gavaldón, 1946), con guion del director y José Revueltas sobre una narración norteamericana.

         Sin embargo, no hay que buscar afanes artísticos ni de expresión personal en el director Julián Soler ni en el productor. La película es una comedia musical rutinaria por parte de un artesano eficiente, con cierta brillantez cuando le tocaban argumentos sólidos (La entrega, La tercera palabra) o delirantes (El pecado de Laura, Azahares para tu boda). De hecho, la cinta cuenta con números musicales espectaculares gracias a Los once hermanos Zavala o con la compañía de revistas del Copacabana de Río. Aparece Mona Bell cantando y el cómico Chabelo, como pegote intrascendente en uno de estos números. Estamos en las convenciones del género cabaretil. Una toma abierta muestra el espacio real y limitado del centro nocturno El Señorial, pero la presentación de los números musicales se filma en estudio cinematográfico dando una idea de vastedad infinita del lugar. Un número muy agradable, destrozado por la mala edición de la película, es “¡Oh, la mujer!” donde Silvia Pinal va pasando de Eva a Cleopatra, luego a María Antonieta para terminar como beatnik sesentera, con la música cambiando de ritmo. Un efecto de imágenes de espejo permite que la última encarnación de la vedette se vea cinco veces reflejada, pero el remate del número muestra a las cuatro Silvias simultáneamente, por otro truco de pantalla múltiple gracias al montaje.

         El reparto es atractivo y gracioso: Ricardo Montalbán tenía diez años de no filmar en México y volvió por última ocasión para participar en una producción nacional. Su excelente presencia, su buena dicción y el tono de voz, no son suficientes para notarlo sobreactuado en varias de las escenas. Los diálogos han envejecido. Fanny Cano vuelve a subrayar su notoria falta de talento y su gran anatomía: al menos, produce pena ajena y divierte con sus mohines o sus torpes pasos de baile, perteneciendo más a la sensibilidad camp, como será en toda su carrera (tan mala que se torna trascendente). Sergio Corona siempre fue desaprovechado y alcanzó sus mejores papeles al lado de Arau. Héctor Lechuga y Nacho Contla (sin Pompín) en papeles de mesero flojonazo y el jefe de meseros que lo tolera muy a su pesar.

         Y con todo esto, la película atrapa. Son los recuerdos que traen consigo las películas: por eso nos resultan apreciables independientemente de su estética o discurso. Aparte de compartir imágenes de lo que era la vida nocturna del México de los años sesenta donde la sociedad clasemediera o alta se daba cita para ver grandes espectáculos en lugares como El Señorial o el restaurante bar Mauna Loa (con sus flamencos rosas en medio de una fuente y un espectáculo tipo polinesio), están los ecos indirectos de un Distrito Federal (hoy CdMx) ya inexistente: afuera del Señorial está un kiosko de revistas que sirven de fondo para los créditos iniciales y de salida de la película. Se ven portadas de “Sucesos para todos”, “Teleguía”, “Revista de revistas” entre muchas otras, donde las portadas llevan las fotos de las estrellas de la película. Silvia Pinal, en la residencia donde se filmó la película, sale a la alberca cargando en mano una televisión portátil pequeñita que fue común por esos años. En un evidente patrocinio comercial, como publicidad indirecta para el consumidor, durante una secuencia donde el matrimonio desayuna, hay un frasco de café soluble Nescafé. Cuando la toma es del lado de Silvia Pinal es notoria la etiqueta. Luego, en el contracampo, del lado de Montalbán, aparece el mismo frasco, pero ahora con la etiqueta destacada hacia el actor, algo imposible en la realidad sin haber dado vuelta al producto. Al final de la película, aparece la leyenda “En México… las noches de año nuevo las ilumina Excelsior, el periódico de la vida nacional”, importante dato porque la película se estrenó en el mes de diciembre de 1964 en la capital.

         Y están los recuerdos personales: tuve la fortuna de verla en su estreno aquí en Monterrey. Fue en el Cine Juárez y debe haber sido a principios de 1965. Me pareció tan divertida que me quedé a verla otra vez (eran los tiempos de permanencia voluntaria). Todavía no entraba en la etapa de espectador impertinente ni pretencioso (que luego de sufrirla, pude superarla). Los números musicales parecían fastuosos. Era otro tipo de producción mexicana, distinta a las comedias usuales. Ahora se nota que los diálogos han envejecido, que no todo era perfecto y que la diferencia, para esos años, eran los colores (ahora ya menos brillantes en las copias que se exhiben) y la suma de personalidades. Esta crítica fue natural cuando la volví a ver años después, ya en edad madura. No obstante, cada vez que la exhiben, vuelvo a repetirla, y dejo atrás estos detalles. Recupero los ojos de mi adolescencia temprana y por 112 minutos retorno al pasado inconsecuente: esa tierra extraña donde las cosas eran, y se hacían, de modo diferente.

*García Riera, Emilio, El cine de Silvia Pinal, (UdeG - Imcine), 1996

La película puede verse en You Tube:

https://www.youtube.com/watch?v=vrLvKKkOA80

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