miércoles, 30 de diciembre de 2020

2021: HACE 40 AÑOS

 1981

         Un año pobre que reflejaba la mediocridad de quienes manejaban los destinos del cine nacional. Estaba la malhadada Margarita López Portillo entrometida en estos menesteres y se notó su descuido y su parcialidad en cuestión de los manejos de recursos. Los productores privados decidieron dar más impulso a las comedias picarescas, de albur y de desnudos, que ya iban a la baja en popularidad.

         Cantinflas filmó la última película de su carrera El barrendero dirigido por su leal Miguel M. Delgado, donde se notaban sus setenta años y se repetían sus supuestas críticas al gobierno en la figura de otro servidor público. Cantinflas obtuvo un éxito menor al de otros tiempos pero tenía su público fiel, aunque puso punto final con una de las peores películas de su filmografía.

         La mejor película del año vino a ser La pachanga, con producción privada, donde José Estrada retomó su crítica social y volvió a rendir homenaje indirecto a su admirado Alejandro Galindo. Los hechos que suceden en un edificio de departamentos donde hay todo tipo de personajes populares: el agente policiaco, la esposa infiel, la niña malhablada, la mujer católica casada ¡con un judío!, el jovencito ardiente, la quinceañera aparentemente ingenua, además de un velorio. La cinta posee mucha gracia y está bien filmada dentro de las limitaciones presupuestales, con un reparto delicioso: Claudia Islas, Julissa, Alejandro Ciangherotti Jr., Sergio Jiménez y la entonces niña Lolita Cortés.

         Dentro de las escasas producciones del estado hay verdaderos desastres como Campanas rojas coproducción entre México, Italia y la URSS, dirigida por el académico realizador soviético Serguei Bondarchuck, para contar la historia del periodista John Reed con grandilocuencia, incoherencia, y el total tedio. Fue un capricho de la marrana López Portillo donde se invirtieron 30 millones de pesos (que hubieran dado lugar a muchas otras películas) que se fueron a la basura. (Algo semejante al despilfarro que será en estos tiempos el “proyecto Chapultepec”).

         Otro desastre fue Rastro de muerte, una de las peores películas de Arturo Ripstein (que ya es mucho decir porque desde “Mentiras piadosas” su carrera se fue al abismo, aunque haya ganado premios internacionales que demuestra la imperfección de nuestro mundo). Debido a que la autora de la novela en que se basaba, Mercedes Manero, era amiga de la repugnante Margarita López Portillo, se “tuvo” que producir. Ripstein aceptó a pesar de repudiar el proyecto (y eso habla mucho de un realizador).

         Una buena producción estatal fue México 2000, dirigida por Rogelio A. González Jr., donde su mirada crítica hacia la realidad nacional se basó en la ironía, ya que en el año 2000, en México, los indígenas hablarían español y varios idiomas, la selección mexicana de futbol ganaría campeonatos contra Brasil, los gringos cruzarían de mojados a México para vender tacos y sobrevivir, los músicos en los camiones interpretarían música clásica o la película “Nosotros los pobres” sería considerada de ciencia ficción, entre otras profecías incumplidas en la realidad. La cinta sí atinó en el uso de teléfonos portátiles para ahora, nuestros tiempos celulares. El maestro González no dejaba de utilizar el sarcasmo y, de ahí, que la cinta sea una delicia. El reparto lo conformaron Chucho Salinas y Héctor Lechuga, famosos por su comedia política.

         El Santo filmó sus últimas películas: Santo vs. El asesino de la televisión de Rafael Pérez Grovas y un díptico de Alfredo B. Crevenna: El puño de la muerte y La furia de los karatecas. Ya se notaba la decadencia del género y la edad del legendario luchador (tenía 64 años). Ya estaban muy lejos las delicias de sus aventuras contra zombis, marcianos, vampiras o la misma Irma Serrano. 

         El cine de albures tuvo dos ejemplos destacables y taquilleros: La pulquería 2 de Víctor Manuel Castro y El vecindario de Gilberto Martínez Solares. En ambos casos se explotaba el doble sentido pero sus repartos y buena factura hicieron que tuvieran gracia y se tornaran en el género que sustituía, de alguna manera, al cine de ficheras. En otro aspecto, dentro de la comedia picante, se filmó El día del compadre por el productor, ahora director, Carlos Vasallo (en su único largometraje, sobre un guion de Fernando Galiana que exploraba personajes clasemedieros, compadres que viven en un multifamiliar, que siguen la regla de las infidelidades entre parejas.

         El cine filmado en Nuevo León tuvo un excelente ejemplo en Cazador de asesinos de José Luis Urquieta. Filmada en Monterrey, tenemos la trama de un vigilante justiciero que mata de manera clandestina a quienes violaron y mataron a su esposa e hija. El buen manejo de la acción hace que uno olvide varios gazapos en su factura. En el reparto estaban el prolífico Mario Almada, además de Rómulo Lozano, María Eugenia Llamas “Tucita”, Ventura Cantú, Héctor Benavides, Martha Zamarripa, entre otras figuras locales.

         Rafael Villaseñor Kuri filmó tres cintas con Vicente Fernández, del cual ya era director de cabecera, mostrando su buen sentido de la acción y de cierta sensibilidad en su narrativa: Un hombre llamado el Diablo que era una nueva versión de “Cruces sobre el yermo” que había filmado Alberto Mariscal en 1965 y es una interesante historia de la mujer que se enamora del hombre que la viola; Todo un hombre que era una nueva versión de “La entrega” que había filmado Julián Soler en 1954 basándose en la novela de Unamuno y que ahora ocurría en contexto de siglo XIX y ambiente ranchero con variantes; Una pura y dos con sal que es una comedia aparentemente feminista con Blanca Guerra como esposa que pensaba en quitar los pantalones al marido y ponérselos ella para alcanzar su equidad.

         Televicine, filial de Televisa, produjo dos taquillazos: El chanfle 2 con Chespirito y El milusos con Héctor Suárez (aunque negando su producción públicamente porque contenía “palabrotas”). Ambas películas son manipuladoras y demagógicas: de ahí su popularidad. Sin embargo, tuvo dos producciones aceptables en El héroe desconocido de Julián Pastor y Los ojos de un niño de Tulio Demicheli, sobre todo por el buen oficio narrativo de sus experimentados realizadores.

         Otros buenos intentos del año fueron Barrio de campeones de Fernando Vallejo, El peleador del barrio (que se exhibe por televisión como Golpe a la mafia) de Gilberto Martínez Solares, Caballo alazán lucero de Jaime Fernández, Las 7 Cucas de Felipe Cazals, Noche de carnaval de Mario Hernández (que marcó el retorno de Ninón Sevilla al cine, a los 60 años de edad), y ya siendo muy benévolos, Gatilleros del Río Bravo de Pedro Galindo III donde los hermanos Almada eran también hermanos en la ficción, sin saberlo, como rivales que estaban en lados opuestos de la ley.




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