AMOR
A RITMO DE GO GO
1966.
Dir. Miguel M. Delgado.
Luces de colores amarillas y rosas,
que luego en tomas abiertas añadirán al rojo y naranja (aunque quizás se deba
al deslave del tiempo sobre la copia que ha llegado hasta nuestros días) aparecen
sobre un fondo negro mientras se escuchan los primeros compases de “Es Lupe” interpretada por Los Rockin Devils, cuyas sombras se
proyectan antes de que podamos verlos físicamente. Escenas de jóvenes bailando á go go con los saltos rítmicos y los
brazos moviéndose alrededor de sus cabezas. Desde una toma sobre su trasero con
vestuario dorado aparece Rosa María
Vázquez como la bailarina principal Lupe (precisamente) quien
posteriormente estará sobre una tarima, lo mismo que su amiga Leonor (Leonorilda Ochoa) y el artista op art Héctor (Arturo Cobo), responsable de la escenografía (la frase “a go go”
aparece multitud de veces, junto con notas musicales). De pronto la música del
grupo se encadena con los acordes de la Orquesta
de Leo Acosta para que termine la canción. Una panorámica al exterior del
lugar nos informa que hemos estado en el “Cafe A Go Go”, con letras en neón,
sobre uno de los edificios de los Estudios Churubusco que antes y después hemos
podido ver (o veremos) en otras películas.
Llega el millonario Guillermo de la
Vega (Raúl Astor) que propone a la
quejosa y cansada Lupe la entrega de un automóvil a cambio de su entrega. Ella
reclama y el hombre, entonces, cambia su oferta: el auto por siete lecciones de
baile, los domingos a las siete, por setenta minutos. Como Lupe no sabe
manejar, Guillermo incluye lecciones en su pacto. Inmediatamente se corta a las
notas de “Las rejas no matan” mientras se ven calles nocturnas de la Ciudad de
México y se empieza a escuchar la voz de Raúl (Javier Solís) quien trae de compañero en su auto, con doble control
(o sea con doble volante) a su socio Lucio (Eleazar
García “Chelelo”) quienes son dueños de una escuela de manejo, con un único
vehículo que, casualmente, se le adeuda al millonario Guillermo. Por este
motivo, Raúl conoce a Lupe quien lo invita a pasar al café para que la vea, a
lo que el joven se niega porque está negado para el baile. De todos modos entra
y se nota su disgusto, sobre todo cuando Lupe aparece con un bikini rojo, con
mechas, para bailar “Watusi Go Go” que cantan Los Hooligans. Raúl se encuentra
con Guillermo quien le recuerda su adeudo, antes que el mismo grupo interprete
“Oh, qué flojera”. Lucio, por su parte, conoce a Leonor y se prenda de ella
cuando lleva al lugar a una vieja alumna (Carlota Solares) quien lo pretende
románticamente cuando Los Rockin Devils interpretan “Si soy graciosa”.
Al terminar las lecciones, Lupe y
Raúl van a celebrarlo frente al Lago de Chapultepec donde le declara que le
gusta. Siguen con otra cita “a la antigüita” donde se confiesan sus ambiciones
y sueños. Lupe tiene veinte años, no ha tenido novio y no tiene nada de qué avergonzarse.
Raúl le responde que no es muy viejo, algún día tendrá dinero y podrá casarse
con una muchacha de veinte años que no tenga nada de qué avergonzarse. Pasan a
bailar mientras Raúl le canta “Espera, espera”. Luego, Lupe está bailando “Bule
Bule”, con un bikini blanco, mientras Lucio y Raúl, además de Guillermo, se
encuentran entre el público, cuando llega una pandilla que se acerca hacia la
bailarina para besarla y tocarla. Empieza una lucha campal. Lupe declara que
todo fue su culpa y que se retirará del baile ya que no es su camino. Al quedar
solos Raúl y Guillermo se enfrentan disputándose a Lupe quien se entera de ello
y se enoja. Guillermo ejerce presión con el adeudo por lo que Leonor le entrega
a Lucio sus ahorros, sin que Lupe lo sepa, para salvar la escuela de manejo. Raúl
se siente herido en su dignidad, Lupe le reclama, Raúl le entrega los papeles
de la escuela y se va a emborrachar cantando “Te necesito” hasta que va a verla
para reconciliarse. Le pide que imaginen que están solos y entonces le canta
“Infierno y gloria”. Leonor le cuenta a Guillermo que Lupe está enamorada de él
y que lo mejor que puede hacer es alejar a Lucio y Raúl enviándolos a Veracruz
a una de sus oficinas. Guillermo
acepta, lo anuncia en un gran final donde todo el elenco canta “Amor a ritmo de
go go”. Durante el mismo, las dos parejas escapan y dejan un recado a Guillermo
agradeciendo su apoyo. En el auto con doble volante, todos se besan.
Amor
a ritmo de go go fue la película que estableció a este tipo de baile en su
etapa de salida, cuyo auge había iniciado gracias a la televisión y a los
grupos musicales de moda. Vino a ser el equivalente, para otros ritmos, de Al son del mambo (Chano Urueta, 1950) o Twist, locura de juventud (Miguel M.
Delgado, 1962). La marca disquera Orfeón producía el programa Discotheque Orfeón a Go Go desde 1965
explotando la moda impuesta en Nueva York con chicas en minifalda y botas que
bailaban sobre tarimas, dentro de “jaulas”, dando paso al sucesor del popular Twist y del Surf (que de hecho, la propia marca Orfeón había alentado con un
programa antecesor llamado Premiere
Orfeón, donde aparecieron César Costa, María Eugenia Rubio o Bill Haley y
sus Cometas en su etapa twistera
mexicana). Ahí estuvieron muchos de los ídolos juveniles que Orfeón tenía en
exclusividad (entre ellos Los Rockin
Devils, Los Hitters, Los Belmont’s, entre otros). Una conductora fue la
actriz Andrea Coto y una de las bailarinas estelares era Lucía Guilmáin. Fue un
gran éxito entre los jóvenes de aquellos tiempos. Ya en 1965 el “a go go” había
sentado sus reales en dos cintas de Gilberto
Martínez Solares (Los perversos y Juventud sin ley). Al iniciar el año siguiente estaría, por
ejemplo, Acapulco a go go (Arturo
Martínez). Siguiendo esta moda llegó Amor
a ritmo de go go, filmada en 1966 y estrenada ese mismo año para aprovechar
el reciente fallecimiento de su estrella masculina Javier Solís (acaecido en
abril de ese año).
La película establece a la ciudad
(Lupe, Leonor y Guillermo) contra la provincia (Raúl y Lucio), ya que se definen
sus orígenes. Lupe es moderna, baila para ahorrar y conseguirse comodidades.
Raúl, llegado de provincia junto con su compañero Lucio, se esfuerza por salir
adelante para luego tener dinero y casarse con una buena muchacha. El conflicto
es mínimo: los esfuerzos del poderoso Guillermo por seducir a Lupe se ven
derrotados cuando la muchacha apuesta por su honradez y por la pasión que le
despierta el simplote de Raúl. No es de extrañarse que en una pelea, Raúl
derrote al millonario; luego sea engañado para emplear a los amigos
provincianos en una sucursal mercantil ¡de provincia! a donde escapan las
parejas enamoradas. Otra vez la perversa ciudad pierde su infernal batalla
contra la pureza del interior del país.
Todo esto ocurre mientras se suceden los números
musicales del ritmo de moda. El falso e inexistente Café a go go es un mero jacalón (algún foro inmenso de los
Churubusco) donde los grupos, la orquesta y las mínimas escenografías se
colocan sin mayor ciencia. Y ocurre algo que era común entre productores y
directores ya maduros: colocar a figuras del pasado entre los elencos
juveniles, quizás para darle gusto a todo público o con la idea de integrar a
los más jóvenes a sus orígenes. De ahí que, sin mayor sentido ni justificación,
aparezca Tongolele con sus movimientos tropicales adaptados a los acordes de la
orquesta de Leo Acosta.
Fue la penúltima cinta de Javier Solís (1931 – 1966) que se había convertido en gran ídolo
cantante del público latinoamericano. Rosa
María Vázquez (1943) era estrella del cine nacional: había llamado la
atención al lado de Cantinflas (El
padrecito, 1964) y mantenía una carrera constante que terminaría con Besos, besos y más besos (José Díaz Morales,
1969) para casarse y retirarse a la vida privada. Raúl Astor (1925 – 1995) había sido productor y director de
televisión, con bastante éxito, y solamente apareció en seis películas. Leonorilda Ochoa (1939) fue comediante
surgida de la televisión (Chucherías)
que haría este tipo de roles secundarios en comedias fílmicas para luego retornar
con gran éxito al medio casero (Los
Beverly de Peralvillo). Chelelo (1924
– 1999), cómico norteño, destacado en la popular Viento negro (Servando González, 1964), seguiría una larga carrera
en el cine ranchero, de narcotraficantes, mojados e ilegales.
Los Rockin Devils
La trama y el guion se debieron al veterano Adolfo Torres Portillo (1920 – 1996) que
había sido el argumentista de una delirante cinta sobre posible incesto de Emilio Fernández (Cuando levanta la niebla, 1949) y entre sus créditos se encuentran
grandes éxitos taquilleros que van desde La
llorona (Cardona, 1959) y Guadalajara
en verano (Bracho, 1964) hasta que entrados los años ochenta escribió Lagunilla, mi barrio. Y la dirección fue
de Miguel M. Delgado (1905 – 1994),
prolífico realizador del cine nacional, cuya carrera incluye la mayoría de las
películas de Cantinflas y varios títulos destacables (Cárcel de mujeres, 1951, entre varias cintas de intriga policiaca y
suspenso psicológico de esa misma década de los años cincuenta).
Amor a ritmo
de go go no es una obra maestra pero tiene sencillez y no
resulta pesada. El reparto tiene su carisma. Posee la ventaja de ser un
documento de su tiempo: la atmósfera, la música, las tomas del Distrito
Federal, muestran una manera de ser y una forma de entender los gustos
musicales de esos tiempos (la mezcla de música ranchera y bolero al lado de los
grandes éxitos juveniles del año anticipan el fenómeno que actualmente vivimos
donde los gustos han expandido sus límites: lo que hace años resultaba ser
música vulgar ahora se acepta sin discriminaciones por la mayoría clase media).
Y es la apoteosis de un ritmo. Más adelante vendrían otras tendencias, otros
bailes, los cambios de actitudes, las rebeldías extremas. Y es la culminación
de la ingenuidad y los valores: una joven que rechaza un automóvil porque no
quiere tener nada de qué avergonzarse, ya pertenecía al pasado.
¿Por qué seleccionarla para hablar de su
cincuentenario? Porque es el recuerdo del Cine Elizondo donde se proyectó y
todavía era símbolo de una ciudad amable y confiable. Porque todos alimentamos
y nutrimos placeres que permanecen inexplicables (e inolvidables), aún con el
paso del tiempo. Porque el cine, con su extraordinaria cualidad de levitación,
nos transporta hacia experiencias que inflaman el alma. Porque nadie sabe lo
que tiene hasta que lo pierde. Porque las películas nos suceden en algún momento de nuestra vida y se convierten en detonantes de recuerdos. Porque de Javier Solís se conmemorarán el 19 de
abril las cinco décadas de haber fallecido. Porque “Lupe es la linda dueña de
mi amor y todos los de la prepa la quieren conquistar…”.
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