YO NO CREO EN LOS HOMBRES
1954. Dir. Juan J. Ortega.
María Caridad (Sarita Montiel), mecanógrafa en La Habana, es engañada por su pretendiente, el rico Arturo (Rafael Bertrand), al llevarla a su casa, drogarla y luego abusar de ella. A pesar de sus reclamos, y de que está esperando un hijo, el hombre la repudia. Desesperada, sale a la calle y es atropellada por el auto que maneja el abogado Roberto (Roberto Cañedo) quien la lleva a un sanatorio donde se entera, junto con la madre de la muchacha, que ha perdido a su bebé. Roberto empieza a cortejar a María Caridad, provocando los celos de Arturo quien se siente dueño de la joven. Mediante otro engaño, logra que Roberto se aleje de la capital para intentar abusar nuevamente de María Caridad, pero es interrumpido por un vecino enfermo de ella, Alberto (Julio Taboada) quien traía una pistola. Arturo lo golpea, la joven toma el arma y dispara contra el hombre. Por tal motivo, va a dar a la cárcel y Roberto hará todo lo posible por mostrar los atenuantes del caso y conseguir su libertad… Por supuesto que ocurrirán muchas otras cosas, además de la participación de diversos personajes secundarios e importantes para el desarrollo de la trama.
A punto de la violación... Sarita Montiel y Rafael Bertrand
Primera
novela, escrita en 1951, por Caridad Bravo Adams
(Tabasco 1904 – Ciudad de México 1990) que se convertiría en gran
éxito por su versión radiofónica (y más tarde por la televisión) fue, sin
embargo, la tercera en adaptarse al cine mexicano (luego de La mentira y
La intrusa, Miguel Morayta, 1953). Bravo Adams fue la autora más popular
y exitosa en esos años cincuenta, (rival del autor Félix B. Caignet), gracias a
sus radionovelas en Cuba, país al cual emigró en 1936 y donde permanecería
hasta 1960, al no estar de acuerdo con el régimen castrista. Juan J. Ortega (1904 – 1996) fue un realizador
potosino cuya filmografía estaría más definida por el melodrama que por otros
géneros (en los cuales incursionó por presión del mercado). El encuentro entre
Bravo Adams y Ortega sería benéfico ya que daría lugar a películas redondas en
tono y elencos, además de una equilibrada narración al tener que sintetizar en
100 minutos, tramas elaboradas con muchos vericuetos en su desarrollo, así como
sorpresas intempestivas. Su colaboración permitió la realización de La
mentira (1952), Yo no creo en los hombres (1954), Corazón salvaje
(1955) y Cuentan de una mujer (1958). Ortega, periodista
previamente, y luego director de cine a partir de 1939 con la cinta Sendas
del destino, no tuvo mayor formación fílmica pero siempre el entusiasmo y
la humildad para aceptar que seguía aprendiendo, más allá de su última cinta
realizada en 1969 (Pacto de sangre). Productor absoluto que intervenía en guiones y otros aspectos de la filmación, por medio de su
Compañía Mexicana de Películas, mostró cierta torpeza en sus primeras cintas
(aunque es el responsable de un melodrama de perdición y pecado, maravilloso y
delirante, Flor de fango, 1941, su segundo largometraje, donde el destino
es implacable para la villana de la película).
En
todas estas películas están los elementos base de los melodramas: personajes
que escuchan secretos o planes que luego interpondrán obstáculos, acciones
violentas que atentarán contra la dignidad de los personajes femeninos, los
chantajes en físico o sentimentales para evitar que las verdades salgan a
flote, la situación que está a punto de dar una solución a todos los problemas para
que, en el último minuto, todo se derrumbe, la atmósfera de desesperanza que
deberá irse disipando paulatinamente hacia un final que prometa paz y alegría.
La autora Bravo Adams era muy acertada para frases que llegaban a los
sentimientos de su público, en cualesquiera de sus manifestaciones, como el
largo monólogo que María Caridad lanza al juez que le permite una última
intervención en su juicio, antes de dictar sentencia: “No sólo en mi
defensa, señor presidente, sino en defensa de todas las mujeres, de las miles
de muchachas que, como yo, dejan cada día sus hogares para ir a buscar
honestamente este poco dinero que representa el pan de nuestros padres, de
nuestros hijos, de nuestros hermanos pequeños, Hablo en defensa de mis
compañeras de trabajo, mujeres que nacen y viven humilladas, sufriendo todas
las privaciones y que, a diario, tropiezan con esos señores que nos deslumbran
con su dinero, posición, influencia y que nos prometen con mentira, una espiral,
un mundo de maravillas, para luego hundirnos en el deshonor y la vergüenza:
matan nuestros sueños, nuestras ilusiones, y nos dejan vacías de esperanza
dentro de un cuerpo ya sin vida. Es un crimen mil veces peor que los otros y no
hay ley que lo persiga… ¡Al matar, no sólo lo hice en legítima defensa!, sino
por algo que vale más que la vida misma: la dignidad, el respeto de los
sentimientos de la fe, que no se pueden comprar ni con la violencia, ni con el
dinero… Por eso, maté…”. Uno puede notar la vigencia de este discurso para
nuestros tiempos actuales donde la defensa de las mujeres, ante tanto abuso y
crimen, ya es capital.
Además,
está el reparto, simbólico de esos años cincuenta. Fue producción mexicana que
tuvo locaciones en Cuba. Solamente se destaca a dos estrellas cubanas: la
actriz y declamadora Dalia Íñiguez (quien ya había participado en otras cintas
nacionales como Doña Diabla) y se destaca “la presentación del galán
cubano Rafael Bertrand” (esposo en la vida real de Íñiguez y quien tendría una
carrera importante, e interesante, dentro del cine nacional e internacional).
Una gran curiosidad es la presencia de Kitty de Hoyos (anunciada en los
créditos como ”Kity” en una de sus tres cintas previas a su salto a la fama
gracias a su desnudo en Esposas infieles) quien aparece como jovencita enfermera
que le lleva unas orquídeas a la convaleciente Caridad (“han de haber
costado un dineral”). Julio Taboada (hermano del director Carlos Enrique
Taboada, e hijo de Aurora Walker, quien fallecería relativamente joven en 1962)
como el enfermo Alberto, amador en secreto de Caridad aunque condenado a morir
por su mala salud. La propia Aurora Walker sale como tía interesada y
calculadora de Rebeca Iturbide, novia y luego esposa del fementido Arturo. Don
Julio Villarreal, gran actor, repitiendo su rol de ambicioso y cínico
administrador y abogado que tan bien le salía (La culpa de los hombres o
Eugenia Grandet). Sara Montiel, anunciada como ”Sarita” en su etapa
mexicana, cuando filmaría una docena de títulos impactantes (tres con el
director Ortega: Piel canela y Frente al pecado de ayer son las
otras), antes de ir a Hollywood y luego regresar a España para tornarse en la
gran diva del cine de su patria gracias a El último cuplé (Orduña, 1957)
aparece voluptuosa, con escotes que se justifican por el calor del verano
cubano pero que no apoyan mucho su confesión a la madre de Arturo, Leonor
(Emperatriz Carvajal): “Yo soy una mujer honrada aunque esté esperando un
hijo de Arturo”.
El director Ortega al lado de su actriz Sarita...
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