LOS NOVIOS DE MIS HIJAS
1964. Dir. Alfredo B. Crevenna.
Doña
Paz (Amparo Rivelles), viuda con cuatro hijas: Lupe (Maricruz Olivier), la
mayor que se siente fea y permanece en casa ayudando a su madre, María
(Julissa) quien es diseñadora en una casa de modas para novias, pero desea ser
actriz de cine, Rosa (Blanca Sánchez) quien trabaja en una agencia de viajes, y
la menor, Kay (Patricia Conde), alocada y extrovertida, que estudia psicología,
vive de su pensión, además de tener la protección de su ahijado Lorenzo (Julio
Alemán). Paz tiene como encomienda personal que sus hijas se casen, pero con
muchachos trabajadores, decentes, católicos, y si no es así, prefiere que se
queden con ella. A lo largo de la película, Lupe, quien se considera fea y
solterona, será cortejada por un cadete militar (Alfonso Mejía); Rosa tendrá
que decidir entre ser azafata o aceptar el noviazgo con un compañero de trabajo,
Jorge (Rodolfo de Anda), quien también es artista plástico; María desistirá de
sus afanes cinematográficos al casi ser embaucada y seducida por un fotógrafo,
del cual la salva Pedro (Héctor Godoy), un obrero calificado, amigo de Lorenzo,
y éste declarará su amor por Kay, cubriendo así las expectativas de Paz en cuanto
a las cualidades que deberían tener sus posibles yernos. Un argumento muy
simple, de Mario García Camberos (quien aparte de ser guionista de cintas de
charros y pueblo, también fue gerente de producción en muchos títulos), cuyos
conflictos son leves, posee la gracia de Quinceañera (1958), por reparto
y atmósfera, que es su antecedente más directo, también realizado por Alfredo
B. Crevenna, aunque ahora con sus personajes femeninos, mayores en edad.
También, pertenece a ese cine mexicano que todavía se filmaba en estudio, con
mayor cuidado en su factura, en un blanco y negro brillante. Por otro lado, la
adaptación de Josefina Vicens, excelente pero parca escritora (autora de dos novelas cumbre de la literatura mexicana), ofrece sarcasmo
desde los personajes, crítica de lo cotidiano, pero siempre con sutileza sin
caer en la vulgaridad.
Las jóvenes de Los novios de mis hijas han dejado atrás la “edad de las ilusiones”. Sus preocupaciones, exceptuando a Lupe, residen en sus metas y ambiciones personales. El melodrama aparecerá debido a los problemas sentimentales que se suscitarán por sus posibles galanes. Desde un principio quedan establecidas la rectitud y la moralidad de la madre de estas jóvenes que no permite que nada se salga de carril: la más rebelde es María, quien posará para unas fotografías con poca ropa porque le han dicho que son necesarias para su carrera cinematográfica: sin embargo, no pondrá en juego a su sexualidad. Lupe, Rosa y Kay jamás llegarían a tanto, por lo que la película se convierte en lección para el potencial público juvenil al cual estaba dirigida la película: novias que jamás entregarían su virginidad; jóvenes galanes que resistirían sus instintos porque las muchachas eran decentes. Eran los tiempos de los cantantes populares (entre ellos, Julissa) que habían entrado al cine para tornarse en guías morales: si acaso se apartaban del camino correcto, lo enderezaban antes del término de sus cintas como Enrique Guzmán en Mi vida es una canción (Miguel M. Delgado, 1963) o Angélica María y César Costa en El cielo y la tierra (Alfonso Corona Blake, 1962). Igualmente era la evolución del melodrama nacional, género por excelencia en las cinematografías latinas, porque reflejaban los complejos procesos cotidianos y existenciales de sus personajes (cuyos antecedentes estaban en las novelas por entregas, radionovelas y luego, telenovelas). En este caso, Paz, quien vive contenta al lado de sus hijas, tiene conciencia de que en algún momento las cosas cambiarán y deberá enfrentarlas. Al ser una comedia amable, la trama permitirá que todo alcance un equilibrio notable y satisfactorio.
A bailar el twist, que es el ritmo de moda ("Despeinada")
Al estrenarse Los novios de mis hijas, se continuaba la tradición de la ya mencionada Quinceañera, aparte de Chicas casaderas (1959, Crevenna), Una joven de dieciséis años (1962, Martínez Solares) o Dile que la quiero (1963, Fernando Cortés) , por mencionar unos títulos que definen la tendencia del cine mexicano en cuanto al melodrama o la comedia para jóvenes, dejando fuera a Los jóvenes (1960, Luis Alcoriza) ya que mostraba el lado oscuro de sus personajes, aunque de manera inteligente y audaz que no se comparaba con las representaciones vulgares y extremas de la serie de producciones donde el sexo y las drogas eran elementos perpetuos y condenatorios para los adolescentes (Mundo, demonio y carne o Estos años violentos, como mínimos ejemplos). Alfredo B. Crevenna (1914 – 1996) es uno de los maestros incomprendidos del melodrama nacional: su etapa que va desde los años cuarenta hasta Los novios de mis hijas lo confirma como artesano que sabía narrar. En una entrevista me comentó que su gran orgullo era que los productores nunca perdían dinero cuando le encomendaban sus películas. De ahí que fuera muy prolífico, aunque sacrificara la calidad, otrora notable y deslumbrante que puede apreciarse en sus cintas con Libertad Lamarque, Marga López o Irasema Dilián. Algo de eso está presente en la buena factura y la fluidez del relato en Los novios de mis hijas.
Las mujeres unidas por el amor...
Nota complementaria: cuatro años más tarde, Rosas Priego produciría la secuela de "Los novios de mis hijas" llamada "Los problemas de mamá", solamente con Amparo Rivelles repitiendo su rol como doña Paz. El elenco que sustituyó a las hijas y los novios originales no tenía ni la gracia ni la espontaneidad de esta película (si acaso el simpático Joaquín Cordero en lugar del más terrenal Julio Alemán). Fue dirigida por el mismo Crevenna, pero la factura es horrenda, el ritmo decae y los colores hacen que todo desmerezca: en cuatro años había ocurrido una notoria decadencia en técnica y calidad en el cine nacional. No superó ni en taquilla a la película que hoy les he comentado...
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