AMOR, AMOR, AMOR
1965. Dirs. Benito Alazraki, Miguel Barbachano
Ponce
y Héctor Mendoza.
Esta
película fue producción de Miguel Barbachano Ponce, uno de los nombres
importantes para el desarrollo del cine mexicano, que consta de tres mediometrajes
filmados para el Primer Concurso de Cine Experimental (1964 – 65), alternativa
política para la renovación de cuadros de la industria nacional. Fue un buen
esfuerzo, en general, que permitió el acercamiento del cine mexicano al
fenómeno que había ocurrido en la mayoría de las cinematografías
internacionales con la Nueva Ola Francesa, el Nuevo Cine Alemán, y por
supuesto, el milagro italiano, luego del neorrealismo. Este concurso permitiría
el ingreso paulatino de varios de los directores debutantes en la industria que
había permanecido con puertas cerradas desde hacía muchos años, con raras
excepciones. Sin embargo, esta buena intención de cambio tardaría años en
consolidarse. Lo que es innegable es la importancia del concurso: nos heredó
películas que reflejan una de las etapas más interesantes y ricas de la cultura
mexicana en la segunda mitad del siglo XX. Tanto los directores, procedentes
del teatro en su mayoría, como los argumentos, basados en cuentos mexicanos y
adaptados por sus propios autores, mostraron otra cara del país, otras
narrativas, otras inquietudes. Las producciones fueron muy cuidadas
técnicamente, además de que en los elencos se tuvieron caras nuevas. Era un cine diferente al usual.
Amor,
Amor, Amor es un caso curioso que nunca se ha explicado. El productor
Barbachano Ponce invirtió en cinco mediometrajes que se unirían bajo este
título: Lola de mi vida, La sunamita, Tajimara (Dir. Juan José Gurrola), Un
alma pura (Dir. Juan Ibáñez) y Las dos Elenas (Dir. José Luis Ibáñez).
Así se estrenó en Ciudad de México en 1965, aunque con una duración que
alcanzaba los 200 minutos. Por tal motivo, el productor decidió dividirla en
dos largometrajes: Amor, amor, amor con Lola de mi vida y La
sunamita, así como Los bienamados con Tajimara y Un alma
pura, dejando fuera a Las dos Elenas, sin mayor justificación. Más
adelante, así fueron distribuidas, aunque en la que veremos hoy, se añadió un
cortometraje que no fue filmado para el Concurso de Cine, La viuda. La
supresión de Las dos Elenas es incomprensible porque su atmósfera estaba
cercana al estilo e intención de los otros mediometrajes. Muchos años después,
aparecería intempestivamente por televisión y ahora puede verse por YouTube,
aunque por desgracia, en un formato de pantalla ancha que no le corresponde. Por
fortuna, Filmoteca UNAM la ha rescatado y, al menos, sabemos que existe
prístina en imágenes, testimonio de su tiempo.
En esta liga puede verse un programa de TV UNAM
sobre Las dos Elenas.
https://www.youtube.com/watch?v=T8KNcKe3mpU&t=1353s
En esta liga puede verse Las dos Elenas.
https://www.youtube.com/watch?v=L5h0lt2FcP4
La
viuda (Benito Alazraki) fue filmada antes de 1965 aunque no hay datos que
confirmen su verdadera fecha de elaboración. Basada en una de las tantas
sub tramas que componen al “Satiricón” de Petronio (y que aparece en la cinta de
Fellini filmada en 1969), fue adaptada a los tiempos revolucionarios donde una
viuda fiel (Ernestina Robredo) hace vigilia por varias noches en la tumba de su
marido. Un soldado (Héctor Godoy) queda al cuidado del cadáver colgado de uno
de los líderes rebeldes porque se teme que sus seguidores lo secuestren. Si eso
sucediera, el soldado sería fusilado. Por la noche, ante las lágrimas de la viuda,
el joven se le acerca y le convida de su comida. Platican, y en algún momento, caen
en la tentación de la carne. En ese momento, el cadáver es robado. La viuda,
habiendo perdido un hombre, no está dispuesta a perder un nuevo amor y dispone
que el cadáver su marido sustituya al otro. Es una mera ilustración de guion,
filmado a la vieja escuela, sin mayores cualidades: es simplemente la
ratificación de que Alazraki no fue el gran descubrimiento del cine nacional
por sus Raíces (1953), sino llamarada de petate.
Lola
de mi vida (Miguel Barbachano Ponce) narra las tribulaciones de una joven
pueblerina, Lola (Jacqueline Andere), quien llega a la capital para trabajar
como sirvienta en la casa donde también labora su madrina Eufrosina (Rosa
Furman). Conoce a Celso (Sergio Corona), un vendedor de tamales, quien la
corteja. Con el tiempo hacen planes, pero un incidente en la casa, donde una
sirvienta lesbiana (Martha Zavaleta) desea seducirla, Lola sale asustada de la
casa, para enfrentar un trágico destino. Basada en un guion original para
largometraje de Juan de la Cabada, su adaptación, realizada por el mismo autor
y Carlos A. Figueroa, da lugar a una trama melodramática para ajustarla a un
mediometraje. El guion original, publicado por la Universidad Autónoma de
Sinaloa en 1981, tiene mayores cualidades porque permite la profundización de
los personajes y, en su conclusión, Lola queda desaparecida dejando solamente
la nostalgia y la melancolía amorosa. De cualquier manera, Lola es interesante
por su descripción de la sociedad capitalina en esos tiempos.
La
sunamita (Héctor Mendoza), está basada en un cuento de Inés Arredondo (una
de las mejores escritoras de nuestra historia literaria, publicado en el
volumen “La señal” (Editorial Era, 1965, en una formidable e irrepetible
colección llamada Alacena), quien solamente escribiría cuentos y ensayos). La joven
Luisa (Claudia Millán, quien luego de interpretar a Doloritas en "Pedro Páramo" de Velo, no volvió al cine) acude al pueblo donde vive su anciano tío Polo (Victorio Blanco, uno de los pioneros del cine nacional)
quien está agonizante. Polo, desde su lecho de enfermo, empieza a contarle
historias a Luisa y le regala joyas que pertenecieron a su mujer. Al entrar en
crisis, Polo pide casarse in articulo mortis con su sobrina para heredarle
todos sus bienes. Así sucede, pero entonces Polo comienza a reponerse y le
exige a Luisa que le cumpla como esposa que es. Es la mejor parte de la
película. Héctor Mendoza, excelente dramaturgo y director teatral, no volvería
a filmar, pero este testamento vale por toda una obra. La actriz Millán,
surgida del teatro, encarna a una Luisa que se encuentra entre la tradición
conservadora y el deseo carnal que la acecha. El título lleva, obviamente, a la
Biblia. La sunamita fue una jovencita que con su cuerpo pudo aliviar los males
del agónico rey David. En este caso, la autora Arredondo, lleva la trama más
allá: logra avivar la llama del deseo del anciano Polo, pero luego muere para
dejarla sintiéndose sucia, forzada a satisfacer la lascivia.
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