sábado, 10 de abril de 2021

UN CINE DIFERENTE

 

AMOR, AMOR, AMOR
1965. Dirs. Benito Alazraki, Miguel Barbachano Ponce
y Héctor Mendoza.

         Esta película fue producción de Miguel Barbachano Ponce, uno de los nombres importantes para el desarrollo del cine mexicano, que consta de tres mediometrajes filmados para el Primer Concurso de Cine Experimental (1964 – 65), alternativa política para la renovación de cuadros de la industria nacional. Fue un buen esfuerzo, en general, que permitió el acercamiento del cine mexicano al fenómeno que había ocurrido en la mayoría de las cinematografías internacionales con la Nueva Ola Francesa, el Nuevo Cine Alemán, y por supuesto, el milagro italiano, luego del neorrealismo. Este concurso permitiría el ingreso paulatino de varios de los directores debutantes en la industria que había permanecido con puertas cerradas desde hacía muchos años, con raras excepciones. Sin embargo, esta buena intención de cambio tardaría años en consolidarse. Lo que es innegable es la importancia del concurso: nos heredó películas que reflejan una de las etapas más interesantes y ricas de la cultura mexicana en la segunda mitad del siglo XX. Tanto los directores, procedentes del teatro en su mayoría, como los argumentos, basados en cuentos mexicanos y adaptados por sus propios autores, mostraron otra cara del país, otras narrativas, otras inquietudes. Las producciones fueron muy cuidadas técnicamente, además de que en los elencos se tuvieron caras nuevas. Era un cine diferente al usual.

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         Amor, Amor, Amor es un caso curioso que nunca se ha explicado. El productor Barbachano Ponce invirtió en cinco mediometrajes que se unirían bajo este título: Lola de mi vida, La sunamita, Tajimara (Dir. Juan José Gurrola), Un alma pura (Dir. Juan Ibáñez) y Las dos Elenas (Dir. José Luis Ibáñez). Así se estrenó en Ciudad de México en 1965, aunque con una duración que alcanzaba los 200 minutos. Por tal motivo, el productor decidió dividirla en dos largometrajes: Amor, amor, amor con Lola de mi vida y La sunamita, así como Los bienamados con Tajimara y Un alma pura, dejando fuera a Las dos Elenas, sin mayor justificación. Más adelante, así fueron distribuidas, aunque en la que veremos hoy, se añadió un cortometraje que no fue filmado para el Concurso de Cine, La viuda. La supresión de Las dos Elenas es incomprensible porque su atmósfera estaba cercana al estilo e intención de los otros mediometrajes. Muchos años después, aparecería intempestivamente por televisión y ahora puede verse por YouTube, aunque por desgracia, en un formato de pantalla ancha que no le corresponde. Por fortuna, Filmoteca UNAM la ha rescatado y, al menos, sabemos que existe prístina en imágenes, testimonio de su tiempo.

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En esta liga puede verse un programa de TV UNAM sobre Las dos Elenas.

https://www.youtube.com/watch?v=T8KNcKe3mpU&t=1353s

 

En esta liga puede verse Las dos Elenas.

 

https://www.youtube.com/watch?v=L5h0lt2FcP4

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         La viuda (Benito Alazraki) fue filmada antes de 1965 aunque no hay datos que confirmen su verdadera fecha de elaboración. Basada en una de las tantas sub tramas que componen al “Satiricón” de Petronio (y que aparece en la cinta de Fellini filmada en 1969), fue adaptada a los tiempos revolucionarios donde una viuda fiel (Ernestina Robredo) hace vigilia por varias noches en la tumba de su marido. Un soldado (Héctor Godoy) queda al cuidado del cadáver colgado de uno de los líderes rebeldes porque se teme que sus seguidores lo secuestren. Si eso sucediera, el soldado sería fusilado. Por la noche, ante las lágrimas de la viuda, el joven se le acerca y le convida de su comida. Platican, y en algún momento, caen en la tentación de la carne. En ese momento, el cadáver es robado. La viuda, habiendo perdido un hombre, no está dispuesta a perder un nuevo amor y dispone que el cadáver su marido sustituya al otro. Es una mera ilustración de guion, filmado a la vieja escuela, sin mayores cualidades: es simplemente la ratificación de que Alazraki no fue el gran descubrimiento del cine nacional por sus Raíces (1953), sino llamarada de petate.

 Jacqueline Andere y Sara Guasch en Lola de mi vida

El guion original publicado por la UAS (1981)

         Lola de mi vida (Miguel Barbachano Ponce) narra las tribulaciones de una joven pueblerina, Lola (Jacqueline Andere), quien llega a la capital para trabajar como sirvienta en la casa donde también labora su madrina Eufrosina (Rosa Furman). Conoce a Celso (Sergio Corona), un vendedor de tamales, quien la corteja. Con el tiempo hacen planes, pero un incidente en la casa, donde una sirvienta lesbiana (Martha Zavaleta) desea seducirla, Lola sale asustada de la casa, para enfrentar un trágico destino. Basada en un guion original para largometraje de Juan de la Cabada, su adaptación, realizada por el mismo autor y Carlos A. Figueroa, da lugar a una trama melodramática para ajustarla a un mediometraje. El guion original, publicado por la Universidad Autónoma de Sinaloa en 1981, tiene mayores cualidades porque permite la profundización de los personajes y, en su conclusión, Lola queda desaparecida dejando solamente la nostalgia y la melancolía amorosa. De cualquier manera, Lola es interesante por su descripción de la sociedad capitalina en esos tiempos.

 Victorio Blanco y Claudia Millán en La sunamita

         La sunamita (Héctor Mendoza), está basada en un cuento de Inés Arredondo (una de las mejores escritoras de nuestra historia literaria, publicado en el volumen “La señal” (Editorial Era, 1965, en una formidable e irrepetible colección llamada Alacena), quien solamente escribiría cuentos y ensayos). La joven Luisa (Claudia Millán, quien luego de interpretar a Doloritas en "Pedro Páramo" de Velo, no volvió al cine) acude al pueblo donde vive su anciano tío Polo (Victorio Blanco, uno de los pioneros del cine nacional) quien está agonizante. Polo, desde su lecho de enfermo, empieza a contarle historias a Luisa y le regala joyas que pertenecieron a su mujer. Al entrar en crisis, Polo pide casarse in articulo mortis con su sobrina para heredarle todos sus bienes. Así sucede, pero entonces Polo comienza a reponerse y le exige a Luisa que le cumpla como esposa que es. Es la mejor parte de la película. Héctor Mendoza, excelente dramaturgo y director teatral, no volvería a filmar, pero este testamento vale por toda una obra. La actriz Millán, surgida del teatro, encarna a una Luisa que se encuentra entre la tradición conservadora y el deseo carnal que la acecha. El título lleva, obviamente, a la Biblia. La sunamita fue una jovencita que con su cuerpo pudo aliviar los males del agónico rey David. En este caso, la autora Arredondo, lleva la trama más allá: logra avivar la llama del deseo del anciano Polo, pero luego muere para dejarla sintiéndose sucia, forzada a satisfacer la lascivia.  

        

 

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