viernes, 19 de febrero de 2021

LA DIGNIDAD PORFIRIANA

 

LAS SEÑORITAS VIVANCO

1958. Dir. Mauricio de la Serna.

         En las postrimerías del siglo XIX, Hortensia (Sara García) y Teresa (Prudencia Grifell), las hermanas Vivanco, sufren el embargo de los muebles de su gran residencia en Guanajuato, debido a los despilfarros de su vividor hermano, ya difunto, Antonio. Se mudan a la portería de la casa para alquilarla, pero esa noche reciben la sorpresa de que dejan en su puerta a una bebé, producto de uno de los deslices del mismo hermano, a la cual deciden llamar Cristina. Ante la dificultad de rentar la casa, al enterarse de la presentación de la tiple Maruja (Ana Luisa Peluffo) en un teatro capitalino, Hortensia decide viajar, hacerse emplear por la mujer y recuperar las joyas de la familia que el irresponsable Antonio le había regalado. El botín les permite vivir diez años sin preocupaciones, pero cuando el dinero termina, ahora Teresa es quien decide “sacrificarse”, pues de esa manera nombran a sus fechorías. Así se repetirá el esquema cada cierto lapso, acorde con sus necesidades, siempre explicando que un ficticio sobrino Ernestito es quien les ha mantenido. Entre todos sus sacrificios pasan alrededor de veinte años hasta que, en el viaje de compra del ajuar de bodas para la joven Cristina, Hortensia es reconocida por la misma tiple Maruja cuando van al teatro. Ahí es donde el círculo se cierra y llega la justicia.

         La adaptación de Josefina Vicens (1915 – 1988) y el propio director De la Serna (1902 – 1986), sobre un argumento de Elena Garro (1916 – 1998) y Juan de la Cabada (1899 – 1986) refleja las inquietudes sociales de sus creadores. Las hermanas aristócratas, solteronas, venidas a menos en tiempos porfiristas, tenían que caer en el delito para sobrevivir, además de mantener a su recién adquirida sobrina que luego iría creciendo para tener otras necesidades (los quince años, la fiesta de bodas). Sin embargo, su conciencia católica y recta las llevaba a disfrazar estos latrocinios con buenas intenciones y considerarlos como “rescates” (la recuperación de las joyas de la familia), “apoyos de la iglesia” (al robar una imagen del Santo Niño de Atocha, con depósito de limosnas), “dinero non sancto” (correspondiente a las ganancias de una regenteadora de burdel) o “dinero revolucionario” (los billetes de un general que ni idea tenía de cuánta era su fortuna, pero que resultaban ser bilimbiques). Esta es una visión de la clase que debía mantener su dignidad contra todo obstáculo. Para los escritores, con humor, se hacía un comentario ácido sobre los pretextos que una clase privilegiada inventaba para mantener su posición. Lo que en las señoritas Vivanco es un juego de aventuras aderezadas con la “ingenuidad”, en la realidad se traduce en apariencias y engaños, fraudes y componendas: algo que sucede hasta nuestros días.

         Las imágenes que presenta la película abarcan varios ámbitos. Entre las víctimas de las hermanas se encuentran una tiple frívola explotadora de jóvenes ardientes; una familia con pretensiones cosmopolitas donde la madre quiere que sus hijos hablen francés mientras que el padre le pone el cuerno con la sirvienta para luego, piadosamente, recibir al sacerdote que les deja la figura santa esperando sustanciosos donativos; el burdel al cual asisten tanto el ministro que no quiere ser descubierto por un periodista, también parroquiano, donde se explota la carnalidad “prohibida”; o el general revolucionario que ahora ocupa la mansión que fuera de una familia porfiriana, porque las cosas cambian de dueño, junto con su amante a la cual trata con rigor, sobre todo el día del aniversario de la defunción de su madre, donde se arrepiente de haberla hecha sufrir, pero quien al llegar las doce de la noche, vuelve a las andadas: ya ha cumplido como hijo y ahora debe surgir el macho. Todos son cuadros de costumbres, ilustrados por estas anécdotas que se han repetido hasta la saciedad cuando se habla de la moral, las buenas maneras o las frivolidades de una época.

         Nunca se sabrá hasta dónde fue respetado el argumento original y cuánto se perdió en su traslado final a las imágenes. Los requerimientos comerciales en esta época del cine nacional incluían números musicales (Ana Luisa Peluffo interpreta tres canciones), además de la inclusión de humor. Los créditos iniciales indican que se rinde homenaje a las dos actrices estelares quienes demuestran su extraordinaria capacidad de interpretación y reflejan los muchos años de tablas (literalmente en escenarios diversos): Sara García y Prudencia Grifell hacen suyos los personajes. Ninguna hace menos ni roba cámara a la otra: el equilibrio de escenas y actitudes es perfecto. Indirectamente, se convierten en ejemplo de damas que vivieron esos tiempos como jovencitas (doña Sara nació en 1895) o damas jóvenes (doña Prudencia en 1876), por lo que sabían estar en época. Mucho debió pesar el guion de Josefina Vicens quien compartía esas inquietudes sociales con los escritores originales por lo que Las señoritas Vivanco es un delicioso documento doble: del tiempo de filmación dentro de nuestra cinematografía: reparto, director, equipo técnico; y de la era que está recuperando con sus observaciones peculiares.   

En el excelente reparto se encuentran José Luis Jiménez, como el protector Don Esteban, y los debutantes Aurora Alvarado como Cristina y Rafael del Río (quien en los créditos aparece como Rafael Etienne).



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