lunes, 14 de septiembre de 2020

UN RESCATE INVALUABLE

 

CANCIONES Y RECUERDOS

1947-49. Dir. Fernando A. Rivero.

 

         Gran sorpresa este lunes 14 de septiembre cuando Canal Once exhibió a las 11:30 de la mañana, este documental que inició su filmación en 1947, que recopila imágenes del cine mexicano desde 1900 para cerrar en 1948 con imágenes de Las mañanitas (Juan Bustillo Oro, 1948). Aunque en los créditos viene registrado 1949 porque fue su año de estreno, no cabe duda del inicio del proyecto: aparecen Fernando Soler, Arturo de Córdova, Roberto Gavaldón y Alex Phillips, durante un receso de la filmación de La diosa arrodillada (1947), además de Luis G. Barreiro quien coloca un voluminoso libro, supuesta historia de nuestro cine, en manos de Córdova, para que los demás hagan comentarios y empiecen a rememorar el pasado. Barreiro fallecería en mayo de 1947. Bajo ese pretexto se pasa a las imágenes de Salvador Toscano a principios de siglo XX y se destaca la figura del torero Rodolfo Gaona en su casa, antes de prepararse para salir a sus faenas en una plaza de toros llena de damas con amplios sombreros y caballeros que les acompañaban, para mostrar una afición legendaria, ahora limitada por los tiempos que corren. Sigue la primera estrella del cine nacional, el General Porfirio Díaz, en uno de sus últimos actos antes de abandonar, tristemente, el país.

 Mimí Derba y Eduardo Arozamena en "La soñadora"

         Entonces llega lo más inquietante e importante del documental: el cine silente mexicano, ese que desconocemos, que filmó melodramas fuliginosos, apasionados y oscuros en sus temáticas, lujosos, de gran producción, queriendo crear una industria como la que había en Italia o Estados Unidos, principales países de donde llegaban películas, con todo un sistema estelar pionero que creó un público. Ver las imágenes de cintas filmadas a partir de 1917 es todo un privilegio y alimenta la curiosidad cinéfila aunque deja hambre, deseo de poder disfrutar las cintas en su totalidad para internarnos en ese México ya completamente lejano y desconocido.  Entre varios momentos, se puede apreciar a Mimí Derba en escenas mínimas de “La soñadora” (1917. Enrique Rosas) donde el escultor Eduardo Arozamena desea que pose para él.  “En defensa propia” (1917, Joaquín Coss) donde María Caballé baila con Julio Taboada (quien será el padre del director Carlos Enrique Taboada). Elena Sánchez Valenzuela (la original “Santa”, filmada en 1918) siendo amenazada en su honra por su patrón en “En la hacienda” (1921, Ernesto Vollrath), que vino a ser un exitoso antecedente de “Allá en el rancho grande” (De Fuentes, 1936), aunque sin alcanzar la fama mundial. Y una gran curiosidad, disfrutar de Elvira Ortiz como frágil dama que sufre profundamente ante la partida de su atractivo amado Guillermo Hernández en “Carmen” (1920, Ernesto Vollrath), una historia de trágico amor imposible por una sospecha de incesto, que se filmaría años más tarde como “Alejandra” (1941, José Benavides Jr.).

 Elena Sánchez Valenzuela y Luis Ross en "En la hacienda"
Elvira Ortiz y Guillermo Hernández en "Carmen"

         En el siguiente segmento aparece otro momento invaluable por lo que significó en su tiempo: una pequeña secuencia de “Abismos” (1930, Salvador Pruneda), experimento sonoro que se sincronizaba con discos, donde puede verse a Magda Haller y Ricardo Carti, con su diálogo original. A partir de este momento, inician secuencias de cintas características del cine nacional, ya con sonido directo. Se utiliza un sistema cronológico que va desde la filmación de “Santa” (1931, Antonio Moreno) y luego vendrán “La mujer del puerto”, “Chucho el roto”, “Allá en el rancho grande” hasta llegar a “Las mañanitas” ya mencionadas.

 Magda Haller (1930)

         Otro gran valor del documental es que presenta algunas panorámicas de los flamantes Estudios Churubusco ya que habían sido inaugurados en 1945, además de los Clasa, los Estudios Azteca, y en el cine silente, de los Estudios de la Universidad Cinematográfica. Tampoco se olvidó el maestro Rivero de incluir imágenes de los realizadores de importancia: Arcady Boytler, Emilio Gómez Muriel, Juan Bustillo Oro, Miguel Zacarías, entre otros, cuando se mencionaban sus películas. Hay un momento en el cual detiene una imagen de La mujer del puerto (1933, Arcady Boytler) porque aparece como extra el director José Benavides Jr. (quien moriría muy joven). La narración de Soler y De Córdova se intercala con la continuidad de Neftalí Beltrán, el poeta veracruzano que trabajó como guionista o adaptador para el cine mexicano.

 Así es mi tierra

         Al inicio del documental, producido por Rivero y el compositor Salvador Contreras, se comenta que es continuación de Recordar es vivir (1940) en donde el estimado director había hecho otra recopilación del pasado. Por medio de una leyenda se agradece a todas las personas que han colaborado para la industria del cine mexicano y se les dedica el trabajo. Durante la proyección, bastante equilibrada en la selección de ejemplos y la duración de sus secuencias, uno siente el fervor de quienes se dedicaban al gran cine mexicano, empresa seria, con mucho dinero de inversión e importante recuperación. También se afianza la idea de que los directores pioneros sabían narrar, tenían el apoyo de camarógrafos sensibles y eficaces en la técnica, porque si algo unifica a todas las películas antologadas es su fluidez. La secuencia de Jorge Negrete, Fanny Schiller, Alfredo Varela y El Indio Bedoya en Canaima (1945, Juan Bustillo Oro) está plena de tensión. Uno sabe que algo terrible va a suceder, que una venganza será consumada, simplemente por actuaciones, iluminación, ángulos de cámara y la edición. Eso se repite en cintas tan disímbolas como ¡Ay Jalisco no te rajes! (1941, Joselito Rodríguez) o El monje blanco (1945, Julio Bracho).

 El monje blanco

         La selección de secuencias es afortunada: Cantinflas en Así es mi tierra (1937, Arcady Boytler) y Ahí está el detalle (1940, Juan Bustillo Oro), en momentos que son verdaderamente distintivos de su comicidad. Lo mismo sucede con Tin Tan en El hijo desobediente (1945, Humberto Gómez Landero) al mostrarlo imitando a Negrete frente a la cámara, con sus muecas, tornando cómplice directo al público. Como el documental se llama Canciones y recuerdos, es natural que haya varias secuencias musicales (Meche Barba o Mapy Cortés bailando, Lucha Reyes y Esperanza Iris o el Trío Garnica Del Río cantando, Emilio Tuero como galán porfiriano). Al compararla con México de mis amores (1977, Nancy Cárdenas) uno nota la grandísima diferencia: era una cinta de “intelectuales” (Carlos Monsiváis colaboró en guión y selección) cuya visión del cine mexicano era más cerebral y de pose, utilizando la frialdad académica y esquemática. En este caso, el realizador era miembro de la industria, la conocía a fondo y eso permea una sensación de naturalidad y frescura. No hay disertaciones de géneros ni separaciones por subjetiva calidad, sino una muestra objetiva de las ilusiones que sembraba el cine mexicano: sus estrellas, sus tramas, sus realidades alejadas de la que se vivía cotidianamente para que el público soñara despierto.


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