CANCIONES
Y RECUERDOS
1947-49.
Dir. Fernando A. Rivero.
Gran sorpresa este lunes 14 de
septiembre cuando Canal Once exhibió a las 11:30 de la mañana, este documental que
inició su filmación en 1947, que recopila imágenes del cine mexicano desde 1900
para cerrar en 1948 con imágenes de Las mañanitas (Juan Bustillo Oro, 1948).
Aunque en los créditos viene registrado 1949 porque fue su año de estreno, no
cabe duda del inicio del proyecto: aparecen Fernando Soler, Arturo de Córdova,
Roberto Gavaldón y Alex Phillips, durante un receso de la filmación de La
diosa arrodillada (1947), además de Luis G. Barreiro quien coloca un
voluminoso libro, supuesta historia de nuestro cine, en manos de Córdova, para
que los demás hagan comentarios y empiecen a rememorar el pasado. Barreiro
fallecería en mayo de 1947. Bajo ese pretexto se pasa a las imágenes de
Salvador Toscano a principios de siglo XX y se destaca la figura del torero
Rodolfo Gaona en su casa, antes de prepararse para salir a sus faenas en una plaza
de toros llena de damas con amplios sombreros y caballeros que les acompañaban,
para mostrar una afición legendaria, ahora limitada por los tiempos que corren.
Sigue la primera estrella del cine nacional, el General Porfirio Díaz, en uno
de sus últimos actos antes de abandonar, tristemente, el país.
Entonces llega lo más inquietante e
importante del documental: el cine silente mexicano, ese que desconocemos, que
filmó melodramas fuliginosos, apasionados y oscuros en sus temáticas, lujosos,
de gran producción, queriendo crear una industria como la que había en Italia o
Estados Unidos, principales países de donde llegaban películas, con todo un
sistema estelar pionero que creó un público. Ver las imágenes de cintas filmadas
a partir de 1917 es todo un privilegio y alimenta la curiosidad cinéfila aunque
deja hambre, deseo de poder disfrutar las cintas en su totalidad para internarnos
en ese México ya completamente lejano y desconocido. Entre varios momentos, se puede apreciar a Mimí
Derba en escenas mínimas de “La soñadora” (1917. Enrique Rosas) donde el
escultor Eduardo Arozamena desea que pose para él. “En defensa propia” (1917, Joaquín Coss) donde
María Caballé baila con Julio Taboada (quien será el padre del director Carlos
Enrique Taboada). Elena Sánchez Valenzuela (la original “Santa”, filmada en
1918) siendo amenazada en su honra por su patrón en “En la hacienda” (1921,
Ernesto Vollrath), que vino a ser un exitoso antecedente de “Allá en el rancho
grande” (De Fuentes, 1936), aunque sin alcanzar la fama mundial. Y una gran
curiosidad, disfrutar de Elvira Ortiz como frágil dama que sufre profundamente ante
la partida de su atractivo amado Guillermo Hernández en “Carmen” (1920, Ernesto
Vollrath), una historia de trágico amor imposible por una sospecha de incesto,
que se filmaría años más tarde como “Alejandra” (1941, José Benavides Jr.).
En el siguiente segmento aparece otro
momento invaluable por lo que significó en su tiempo: una pequeña secuencia de “Abismos”
(1930, Salvador Pruneda), experimento sonoro que se sincronizaba con discos,
donde puede verse a Magda Haller y Ricardo Carti, con su diálogo original. A
partir de este momento, inician secuencias de cintas características del cine
nacional, ya con sonido directo. Se utiliza un sistema cronológico que va desde
la filmación de “Santa” (1931, Antonio Moreno) y luego vendrán “La mujer del
puerto”, “Chucho el roto”, “Allá en el rancho grande” hasta llegar a “Las
mañanitas” ya mencionadas.
Otro gran valor del documental es que
presenta algunas panorámicas de los flamantes Estudios Churubusco ya que habían
sido inaugurados en 1945, además de los Clasa, los Estudios Azteca, y en el
cine silente, de los Estudios de la Universidad Cinematográfica. Tampoco se
olvidó el maestro Rivero de incluir imágenes de los realizadores de
importancia: Arcady Boytler, Emilio Gómez Muriel, Juan Bustillo Oro, Miguel Zacarías,
entre otros, cuando se mencionaban sus películas. Hay un momento en el cual
detiene una imagen de La mujer del puerto (1933, Arcady Boytler) porque
aparece como extra el director José Benavides Jr. (quien moriría muy joven). La
narración de Soler y De Córdova se intercala con la continuidad de Neftalí
Beltrán, el poeta veracruzano que trabajó como guionista o adaptador para el
cine mexicano.
Al inicio del documental, producido por
Rivero y el compositor Salvador Contreras, se comenta que es continuación de Recordar
es vivir (1940) en donde el estimado director había hecho otra recopilación
del pasado. Por medio de una leyenda se agradece a todas las personas que han
colaborado para la industria del cine mexicano y se les dedica el trabajo.
Durante la proyección, bastante equilibrada en la selección de ejemplos y la
duración de sus secuencias, uno siente el fervor de quienes se dedicaban al
gran cine mexicano, empresa seria, con mucho dinero de inversión e importante
recuperación. También se afianza la idea de que los directores pioneros sabían
narrar, tenían el apoyo de camarógrafos sensibles y eficaces en la técnica, porque
si algo unifica a todas las películas antologadas es su fluidez. La secuencia
de Jorge Negrete, Fanny Schiller, Alfredo Varela y El Indio Bedoya en Canaima
(1945, Juan Bustillo Oro) está plena de tensión. Uno sabe que algo terrible
va a suceder, que una venganza será consumada, simplemente por actuaciones,
iluminación, ángulos de cámara y la edición. Eso se repite en cintas tan disímbolas
como ¡Ay Jalisco no te rajes! (1941, Joselito Rodríguez) o El monje
blanco (1945, Julio Bracho).
La selección de secuencias es
afortunada: Cantinflas en Así es mi tierra (1937, Arcady Boytler) y Ahí
está el detalle (1940, Juan Bustillo Oro), en momentos que son
verdaderamente distintivos de su comicidad. Lo mismo sucede con Tin Tan en El
hijo desobediente (1945, Humberto Gómez Landero) al mostrarlo imitando a
Negrete frente a la cámara, con sus muecas, tornando cómplice directo al
público. Como el documental se llama Canciones y recuerdos, es natural
que haya varias secuencias musicales (Meche Barba o Mapy Cortés bailando, Lucha
Reyes y Esperanza Iris o el Trío Garnica Del Río cantando, Emilio Tuero como
galán porfiriano). Al compararla con México de mis amores (1977, Nancy
Cárdenas) uno nota la grandísima diferencia: era una cinta de “intelectuales”
(Carlos Monsiváis colaboró en guión y selección) cuya visión del cine mexicano
era más cerebral y de pose, utilizando la frialdad académica y esquemática. En
este caso, el realizador era miembro de la industria, la conocía a fondo y eso permea
una sensación de naturalidad y frescura. No hay disertaciones de géneros ni
separaciones por subjetiva calidad, sino una muestra objetiva de las ilusiones
que sembraba el cine mexicano: sus estrellas, sus tramas, sus realidades alejadas
de la que se vivía cotidianamente para que el público soñara despierto.
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