SEIS
PELÍCULAS MEXICANAS DE 1938
(Algunos
apuntes)Roberto Villarreal Sepúlveda.
1
Toda imagen del pasado que no se reconozca en el
presente, como una preocupación propia, corre el riesgo de desaparecer de
manera irreparable.
Walter Benjamin.
Leo frases
de Walter Benjamin que me mueven a escribir sobre varias películas mexicanas de
1938 que se encuentran en el olvido (como tantas otras), pero que tuve la
suerte de rescatar en alguna de sus, ya ahora improbables, proyecciones por la
televisión de finales de siglo XX. Sus imágenes corren el riesgo de desaparecer
(como tantas otras) porque no fueron distinguidas en su momento, se perdieron
entre la abundancia de títulos que fueron sumándose con el devenir de los años,
o simplemente, porque sus creadores nunca tuvieron conciencia de que toda
imagen, toda película, se convierte inmediatamente en documento de época: el
vestuario, el automóvil, la canción, el paisaje original, las personas. Es
importante “reconocerlas en el presente” aunque sea para dejar constancia.
¿Dónde se encontrarán ahora? ¿A quiénes les preocuparán?
Nada de lo que haya acontecido se
ha de dar para la historia
por perdido.
Walter Benjamin.
En esta
ocasión parto de un año al azar por la convención que practicamos de movernos
por quinquenios, decenios, aniversarios de plata, oro o diamante, siglos. A
nivel conceptual, nada de lo que existe con referencia, está perdido. A nivel
material, por desgracia, no tiene remedio. Hay toda una producción fílmica nacional
(e internacional, claro) que se ha vuelto polvo físicamente, por desgracia, o
metafóricamente, al no encontrarse al alcance de la mano, más bien, de la vista.
La cinematografía mexicana silente, apenas tiene imágenes documentales pero
poquísimas de la ficción realizada. Hay artículos y notas periodísticas, así
como algunas investigaciones, que nos dan noticia y nos informan de contenidos
y protagonistas: varias imágenes fijas pero no con la alternativa del
movimiento: su principal objetivo y razón de ser. Una cinta de 1938, dirigida
por Alejandro Galindo, se encuentra prácticamente desaparecida: Mientras México duerme.
El cronista que hace la relación de los
acontecimientos, sin distinguir entre ellos los grandes y los pequeños,
responde con ello a la verdad de que nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe
darse por perdido para la historia.
Walter Benjamin.
1938 nos dio
La tía de las muchachas (Bustillo Oro),
El capitán aventurero (Arcady Boytler),
La casa del ogro (Fernando de Fuentes),
entre otros títulos. La mayoría de ellos, perdidos en el tiempo, aunque fue un
año cuando la incipiente industria nacional del cine se iba consolidando, con
el debut de 18 realizadores, aunque la mayoría no tendrían carreras
trascendentes. Entre ellos se encuentran Jaime
L. Contreras (quien sería asistente de director, guionista, fotógrafo de
foto-fijas, pero solamente tendría una aventura como realizador) y Alfredo
del Diestro (este último, importante y prolífico actor, pero director de un
único título). Acorde con la frase, la idea de este artículo es efectuar una
relación de lo que fueron pequeños esfuerzos, algunos con mayor envergadura,
otros muy fallidos, pero finalmente, documentos y testimonios de un tiempo
definido: hace ochenta años.
2
En 1938 se
filmaron 58 películas en México. Gracias al éxito de Allá en el Rancho Grande (De Fuentes, 1936) varios empresarios se
dieron cuenta que el cine podría ser negocio. Debido a ello, se fundaron muchas
compañías que serían efímeras y debutaron muchos realizadores porque todavía no
existían restricciones sindicales que posteriormente dañarían al desarrollo del
cine nacional.
Las cintas
que se mencionarán fueron filmadas en este orden cronológico:
Pescadores de perlas (Guillermo Calles) enero
Nobleza ranchera (Alfredo del Diestro) febrero
Dos cadetes (René Cardona) febrero
Los millones de Chaflán (Rolando Aguilar) marzo
Sangre en las montañas (Jaime L. Contreras) octubre
Una luz en mi camino (José Bohr) diciembre
donde se tratan
diversas temáticas: melodrama ranchero, melodrama tropical, comedia que parte
del rancho para llegar a la urbe, y el caso del cine de ciudad.
En conjunto
las cintas muestran la tendencia de producción que imperaba por esos años.
Aunque se habla del nacimiento de la industria con Allá en el Rancho Grande (De Fuentes, 1936), en realidad sería
hasta inicios de los años cuarenta cuando se puede hablar de una consolidación.
Las películas surgían por la iniciativa de algún improvisado productor que
buscaba socios, además de vender previamente los derechos de exhibición. Si se
le acababa el capital a media filmación, empeñaba sus derechos y quedaba sujeto
a la suerte del posible éxito. Por tal motivo surgieron muchas compañías
efímeras y solamente fueron quedando y creciendo aquellos esfuerzos de
productores en serio, aquellos que iban a dedicarse a vivir de este negocio
(Raphael J. Sevilla, Jesús Grovas, Felipe Mier, Raúl de Anda, entre pocos). Como
consecuencia, también se improvisaban a directores que, en su mayoría, tuvieron
debut y despedida, como se comentó antes. Y a su vez, se involucraba a actores
y actrices incipientes de una sola película: solamente aquellos que atrapaban
el interés del público, de forma natural, volvían y fueron creciendo en fama.
3
Guillermo Calles (1893 – 1958) nació en Chihuahua y era
de ascendencia tarahumara por lo que su tipo físico hizo que le apodaran “El
Indio” y estereotiparlo en roles indígenas en sus apariciones fílmicas. Emigrado
a Hollywood, comenzó ahí su carrera dirigiendo cintas cortas. En 1921, apoyado
por otro realizador pionero, Miguel Contreras Torres, filmó su primer
largometraje en México (De raza azteca). Luego
de otra vuelta a Hollywood, retornó en 1926 para filmar El indio yaqui y tener una carrera regular. En 1928 filmó Sol de gloria, melodrama con ambiente
tropical que volvería a filmar en 1938 bajo el título de Pescadores de perlas. Luego de otra película, Calles no volvería a
dirigir y aparecería solamente como actor en roles pequeños como indígena,
curandero, campesino o personaje siniestro).
Con pobre
factura y corta duración que apenas sobrepasa una hora, Pescadores de perlas es un melodrama que ocurre en alguna playa
donde el mulato Ignacio (Víctor Manuel Mendoza, con 25 años, en su cuarta
película) rescata a la joven Rosa (Victoria Blanco) quien ha sobrevivido al
naufragio del barco que la llevaba de Panamá hacia Estados Unidos, bajo el
mando de su padre, el capitán de la nave. El muchacho lleva a la joven hacia su
casa donde vive con su madre Juana (Sara García), pero sus patrones, los dueños
de una pescadora de perlas, Ernesto (Carlos Villatoro) y Gustavo (Efrén
Buchelli) le llaman para enterarse de la historia de la chica a la cual
protegen. Durante una pesca de perlas, Ernesto baja a cortar unas ostras pero
es casi atacado por un tiburón y está a punto de ahogarse. Mientras esto
sucede, Ignacio se da cuenta que el capataz Tiburcio (Ángel T. Sala) se ha
robado unas perlas. Cuando Gustavo descubre los robos de Tiburcio, éste lo mata
y echa la culpa a Ignacio quien huye y es dado por muerto al pensarse que lo
han devorado los caimanes. Quien se ha dado cuenta de todo es la esposa de
Tiburcio, Sofía (Virginia García). Muere Juana y Rosa descubre un documento que
indica que Ignacio es hermano bastardo de Ernesto. Ignacio es capturado y va a
ser fusilado pero la ejecución se detiene cuando Sofía confiesa la verdad sobre
Tiburcio, quien ayudado por Simón (Alfonso Bedoya), su hermano, escapa pero en
alta mar ambos son atacados por tiburones. Ignacio muere, porque había sido
herido en un enfrentamiento previo contra Tiburcio, sin saber que su madre
había fallecido.
Víctor Manuel Mendoza a los 25 años
Efrén Buchelli, Carlos Villatoro y Angel T. Sala
Sara García como mulata
Victoria Blanco
Carlos Villatoro al ser rescatado del mar
Esta
desconocida película que ni siquiera fue estrenada en la capital presenta
muchas curiosidades. Producida por Producciones
Alcázar, a través de Virgilio Calderón, (hermano mayor de José U. Calderón cuya
carrera dentro del cine comenzara con un circuito de salas de cine en la
frontera con Estados Unidos bajo el nombre de Cines Alcázar y sería padre de
los productores Pedro, Guillermo y José Luis), en una rara incursión como
productor quien agradece a la Secretaría de la Defensa Nacional su apoyo para
las escenas de persecución y del posible fusilamiento del personaje de Ignacio.
Virgilio Calderón había producido dos cintas en 1937: Don Juan Tenorio (René Cardona) y La cuna vacía (Miguel Zacarías); en 1938, aparte de la que estamos
analizando, participaría en Canto a mi
tierra (José Bohr). Estas películas, junto con La zandunga (1937, Fernando de Fuentes) fueron los primeros pasos
de los Calderón dentro de la producción fílmica.
Por otro
lado, como pescadores que matan el tiempo cantando y tocando la guitarra,
aparecen El Charro Gil y sus Caporales,
trío conformado por Felipe Bojalil Gil, junto con Carlos Álvarez de la Cadena y
Jesús “Chucho” Navarro. Posteriormente, este último se uniría con Alfredo “el
güero” Gil (quien sustituiría a Carlos Álvarez en Los caporales) y con Hernando Avilés, para formar el trío Los Panchos que tendrían alcance
internacional. La localización geográfica de la cinta se vuelve inexacta: en
México, los cultivos de perlas se encuentran en Baja California pero el barco
que utilizan los pescadores lleva el nombre de Zihuatanejo (donde fueron filmadas
secuencias en exteriores) donde no son comunes, aunque era de esperarse la
posibilidad de que fuera una comunidad veracruzana o guerrerense por la
predominancia de negros y mulatos cuyos asentamientos mayores son en estas
playas tropicales en lugar de las bajacalifornianas.
El personaje
de Rosa llega a la playa en ropa de dormir por lo que Ignacio se acomide en darle
una manta de palmas. Luego la vemos en ropa de ciudad, moderna y cómoda, que
cambia con toda facilidad de escena a escena sin que nos expliquemos su
procedencia ya que el pueblo se encuentra alejado de una capital (no olvidemos
que es 1938). Es interpretado por Victoria Blanco, actriz de origen peruano quien
llegaría a filmar 14 películas entre 1933 y 1939 para desaparecer por completo
del cine mexicano, caso que ocurrió con muchas otras presencias femeninas que
no lograron destacar (Carmen Guerrero, Gaby Sorel, Marta Ruel o Lupita
Gallardo, entre otras).
La cinta es
un melodrama torpe, mal filmado, con fotografía de un incipiente Víctor Herrera
quien apenas llevaba cinco años en el cine y llegaría a ser otro de los
maestros de la composición de imagen y el dominio de la luz. La anécdota es
esquemática y presenta al héroe sacrificable, sobre todo porque era mulato (a
pesar de ser el único atractivo de toda la película), contra la villanía
abusiva. El galán triunfador sería el personaje rico y con la posición adecuada
para desposar a la muchacha rubia, guapa y también de clase conforme. Una
variante del Rancho Grande colocada en ambiente tropical, aunque sus orígenes
se remontaban al cine silente que conocemos por referencias con cuentos
morales. Aquí no podíamos tener una excepción.
4
Alfredo del Diestro (1877 – 1951) fue un actor chileno que
recorrió América Latina gracias a su empleo dentro de compañías teatrales
famosas. En 1919 dirigió el primer largometraje colombiano basado en la María de Jorge Isaac. Posteriormente se
integró al cine de Hollywood donde participó en diversas películas hasta la
transición al sonido. En 1931 llegó a México para entrar a los incipientes
primeros pasos del cine sonoro y apareció en dos de las seis producciones de
1932: Revolución (Contreras Torres) y
Una vida por otra (Auer), pero al año
siguiente logró dos de sus interpretaciones ya clásicas en El compadre Mendoza y El
prisionero 13 (ambas de Fernando de
Fuentes). Continuó su carrera frente a la cámara hasta que en 1938 pudo
filmar la que sería su única cinta como realizador: Nobleza ranchera basada en La
parcela del escritor jalisciense José López Portillo y Rojas. La misma
novela había dado lugar a una versión en el cine silente, filmada en 1921 por
Ernesto Vollrath.
Los
compadres Miguel (Alfredo del Diestro) y Pedro (Ricardo Mutio) rivalizan por un
pequeño pedazo de tierra que se encuentra en el límite de sus propiedades. La
hija de Miguel, Ramona (Carmen Hermosillo) está enamorada del hijo de Pedro,
Gonzalo (Ramón Armengod) pero esta disputa es un obstáculo para sus amores.
Cuando se involucra la parte legal, Miguel queda como dueño del terreno, pero
luego, una artimaña hace que Pedro sea declarado el posesionario. No obstante,
triunfa la razón y la amistad al desistir Pedro. La pareja juvenil podrá
casarse.
Ricardo Mutio y Alfredo del Diestro
Ramón Armengod y Carmen Hermosillo
El triunfo del amor
sobre las rivalidades familiares
La cinta no
tuvo éxito porque ya el público se estaba cansando de la repetición con
argumentos que copiaban a la exitosa Allá
en el Rancho Grande, que hizo que 1937 proliferara con veinte títulos
semejantes, algo que se repitió en 1938, con todo y aumento de producción. Entre
las curiosidades que pueden destacarse se encuentran las presencias de Ricardo
Mutio como uno de los compadres que había intervenido en el cine silente con Cuauhtémoc (De la Bandera, 1918) así
como Paco Martínez, actor que en 1934 había aparecido como el padre prior en El fantasma del convento (De Fuentes, 1934) y
15 años después de esta película haría el rol del antojadizo y senil padre de
Andrés Soler en la extraordinaria El
bruto (Buñuel, 1952). Carmen Hermosillo inició su carrera como actriz en 1935 (Celos, Arcady Boytler) y luego de 15 películas se despediría del cine en 1946 (La insaciable, Juan J. Ortega).
Carmen Hermosillo
Carmen Hermosillo y la efímera
Catalina Reyes
No podía faltar la escena folklórica
Nobleza ranchera inicia situándonos en
Guadalajara a través de imágenes urbanas para luego pasar al Lago de Chapala, a
las haciendas y a los ingenios para indicar que don Pedro es dueño de uno de
ellos. Curiosamente, ahí trabaja un técnico norteamericano (Clifford Carr, el
padre de Marga López en Los tres García)
para indicar la necesidad del conocimiento extranjero para modernizar los
trabajos. Aunque sucede en rancho, la época ha sido contemporizada para la
trama, pero la sencillez de usos y costumbres permanece. La historia de Montescos y Capuletos regionales no termina en tragedia sino en el
entendimiento.
5
René Cardona (1905 – 1988), cubano de nacimiento, se
inició como actor en Hollywood al participar en la primera película “hispana” (Sombras habaneras, 1929). En 1932 llegó
a México con una compañía teatral y tuvo la oportunidad de entrar al primitivo cine
sonoro en Mano a mano (Arcady Boytler)
y Sobre las olas (Miguel Zacarías que
sería su cuñado al casarse con su hermana Julieta, teniendo un gran respaldo y conformando
así otra dinastía fílmica en la futura industria nacional). Cardona se inició
como director en 1937 con su versión fílmica de Don Juan Tenorio, que tendría gran éxito al recrear en la pantalla
la que era una obra de teatro ya tradicional en los escenarios.
El joven
Carlos (Julián Soler) va a entrar al seminario para darle gusto a su religiosa
tía Dolores (Sara García), pero el aventurero tío Federico (Fernando Soler), quien
acababa de llegar de París (debido a problemas económicos), donde llevaba una
vida licenciosa, le presenta a Rosita (Ma. Fernanda Ibáñez), hija de su amiga
Catalina (Aurora Walker) de la cual se enamora Carlos y por tal motivo decide
cambiar al seminario por el colegio militar, sin avisarle a Dolores. En este
lugar, Carlos es sujeto a novatada pero encuentra a quien se vuelve su mejor
amigo, Luis (Álvaro González). Ambos rivalizarán por culpa de la cantante Mina
(Eva de la Fuente) pero su amistad se reforzará al salvar Carlos a Luis cuando
el amante despechado de Mina, Arturo (Carlos López Moctezuma), intenta matarlo.
Al final Dolores se entera de la verdad al ver a Carlos uniformado quien se
quedará con Rosita. Federico, por su parte, se casará con Catalina, contra los
planes que tenía Dolores de que desposara a su fea amiga Luz (Conchita Gentil
Arcos). Dolores coquetea con un militar del colegio.
La cinta es
una comedia urbana y moderna cuyo discurso se debate entre la espiritualidad
anhelada por la familia burguesa y religiosa convencional (ante el deseo de que
el sobrino sea sacerdote), contra las realidades del mundo: la carnalidad
placentera (simbolizada por el tío Federico), la terrenalidad de la vocación
militar (encarnada por el joven Luis), la tentación (representada por una
coqueta vedette). La cinta muestra a Federico en Francia, siempre rodeado de
dos o tres muchachas, asistiendo a los cabarets nocturnos (mostrados por stock shots que no compaginan entre
escenografía y el falso París) o besándose con la sirvienta en la casa de
Dolores ya que no puede ver una falda sin desear conquistarla. Como contraste,
su hermana es una solterona virgen y vieja, dedicada a Dios.
Una de las
grandes curiosidades de la cinta es la presentación de modernas mansiones que
se encontraban alejadas de la “ciudad”. Uno puede pensar que serían los entonces
pueblos aledaños al Distrito Federal (Chimalistac, Tlalpan) porque mientras
Federico lleva a Carlos a su destino, encuentran en la carretera a las mujeres
que se tornarán en un futuro en sus parejas. Por otro lado, la película es
dedicada por su productor Jorge López Portillo (tío de quien sería presidente
de la república en los años setenta) al glorioso Colegio Militar del cual la
cinta es una loa suprema y un letrero inicial agradece a su director las
facilidades prestadas para la realización de la cinta, por lo cual estamos ante
un documento de época en la locación original.
El debutante Carlos López Moctezuma
Hay otras curiosidades:
en las secuencias de fiestas que aparecen en la película, se escuchan popurríes
de populares canciones norteamericanas. En otra de ellas que ocurre al aire
libre, por la noche, se nota el vaho que sale de las bocas de las mujeres,
escotadas, tal vez por la filmación en pleno invierno (era febrero) de algo que
ocurría en un ficticio verano. Luis canta una canción de doble sentido a la tía
Dolores y una amiga solterona, dedicada a San Simón que las mujeres no
comprenden porque creen espiritual:
La cosa salió de pronto
La cosa salió detrás
y todos con la cabeza
llevando están el compás…
Otro aspecto
destacable resulta ser el reparto: fue la última película de la hija de Sara
García en la vida real, o sea María Fernanda Ibáñez, quien moriría en 1940 por
una enfermedad mortal. Por otro lado, fue el debut de Carlos López Moctezuma
quien, a sus 28 años (había nacido en noviembre de 1909) establecía su
estereotipo de villano que, solamente por excepción, dejaría de interpretar en
algunos títulos, pero seguiría vigente hasta su muerte en 1980. Más interesante
resulta la presencia del efímero galán Álvaro González que tenía una personalidad
atractiva, ejemplificando lo que se dijo al principio de las carreras finitas
del cine nacional por esos tiempos: González fue asistente de fotografía,
solamente aparecería en otras dos películas, para permanecer detrás de cámaras
el resto de su vida. Un caso aparte y representativo es el de la cantante Eva
de la Fuente, en su única participación fílmica, desconocida por completo.
6
Rolando Aguilar (1903 – 1984) nacido en México, pasó
varios años de su niñez y juventud en Estados Unidos donde realizó sus primeros
pasos dentro del cine, aprendiendo los diversos oficios del mismo que le
sirvieron cuando retornó a nuestro país para ingresar a la incipiente industria
en 1936. Tiene en su haber varias grandes curiosidades en su irregular
filmografía: debe destacarse que dirigió a la legendaria Esperanza Iris en una
de sus dos únicas películas (Noches de
gloria, 1937) y a la tiple Celia Montalván en su única cinta mexicana (Club verde, 1944). Estuvo bajo contrato
de Producciones Raúl de Anda con el cual filmó películas de mucho interés como Una aventura en la noche, El cuarto mandamiento, El vengador, entre otras. Uno de sus
grandes éxitos fue Los millones de Chaflán
(1938).
El ranchero Prisciliano
Ordóñez (Carlos López “Chaflán”) vive en Vallecillo, Tamaulipas, donde sus
tierras son codiciadas por compañías petroleras: en Nueva York, State Promoting
Co. y en el mismo México por Golden Drum Oil. Su esposa Remedios (Emma Roldán)
tiene aires de grandeza. Su hija Rosita (Carmelita Bohr) es cortejada por el
joven Antonio (Pedro Armendáriz). A la hacienda llegan los compradores de ambas
compañías: Alberto (Carlos López Moctezuma) y Esteban (Manuel Buendía). Luego
de varias discusiones donde se involucra el peluquero Rómulo (Joaquín Pardavé),
compadre del ranchero, éste decide vender e irse a vivir a la capital. Ahí, Chaflán
vivirá los problemas de la vida moderna de la urbe, será asediado por
vendedores, el astuto Alberto intentará estafarlo y perderá su dinero, pero
gracias a su compadre que había invertido en una peluquería no todo resulta
negativo. Además, al no encontrar petróleo, la compañía le devuelve su rancho. Por
otro lado, inaugura la escuela del pueblo, financiada desde el principio con su
fortuna anteriormente adquirida.
El maravilloso cómico Carlos López "Chaflán"
La familia en el rancho
La familia en la gran ciudad
La película
es significativa porque fue producida precisamente durante el tiempo de la
expropiación petrolera. No es gratuito que Chaflán expresara, al enterarse los
motivos de que le solicitaran la venta de su propiedad: “ya quieren hacer
agujeros como en el rancho de los Pérez, las pobres vacas murieron apestadas
por el puritito chapopote…”. Finalmente, todo será pretexto para sacar a los
rancheros de su medio ambiente y confrontarlos con la capital. La maldad urbana
contra la pureza del campo para seguir hablando indirectamente de las bondades
del rancho.
Entre las
curiosidades de la película están las imágenes de la ciudad. Los rancheros
llegan al edificio Art Decó del Hotel Ambassador donde Prisciliano se marea al viajar
en elevador, no sabe contestar el teléfono. Ya en su casa organiza una fiesta
de disfraces. Tiene mayordomo con uniforme al cual Prisciliano confunde con un
general. Va a jugar al golf con el ridículo traje estilo “inglés”. Alberto lo
estafa haciéndolo invertir en un negocio llamado “la ubre mecánica” donde
explota a un pobre ingeniero “experto en lactomecánica”. Con este papel Carlos
López Moctezuma aparecía en su segundo rol como villano. Por otro lado, el
personaje de Pardavé, todavía en el rancho, pregunta a uno de los emisarios de
las petroleras si todavía hay tranvías “de mulitas” en la capital, a lo cual le
responden que no, que ahora son eléctricos. También pregunta si todavía están
construyendo el Teatro Nacional (Bellas Artes), a lo que le dicen que ya se ha
inaugurado (1934). Y entre los vendedores están nada menos que Arturo Manrique
“Panseco”, Jorge Treviño y Jorge Marrón, quien sería conocido más adelante como
el Dr. I.Q. por la radio, luego la televisión.
Jorge Marrón
Jorge Treviño y Arturo Manrique
En el rancho aparece el niño Pepe del Río (derecha)
quien sería actor secundario ya adolescente y adulto
En la fiesta
de disfraces a la cual llaman “Noche de fantasía”, Prisciliano y Remedios
aparecen vestidos como personajes del siglo XVIII y tienen una orquesta
completa, dirigida por Gonzalo Curiel, que interpreta su canción “Calla” en
ritmo de big apple (según lo anuncia
Joaquín Pardavé) que es una mezcla de swing con tap. Es un número muy elaborado,
con la coreografía de Edmundo Santos quien ya se había ocupado con las alumnas
de la Escuela de Danza de la Secretaría de Educación Pública en otro número en
la cinta previa de Aguilar (Noches de
gloria). Ahí, aparece de pronto, junto a Chaflán, la actriz debutante
Gloria Marín (Gloria Méndez Ramos), regordeta, con 19 años encima. Más tarde,
la vemos como Olivia, manicurista en la peluquería de Rómulo y como su objeto
amoroso. Luego, en una escena de cabaret, canta una canción que describe
precisamente al personaje de Chaflán.
Noche de fantasía
El debut de Gloria Marín
La película
fue fotografiada por Gabriel Figueroa, quien logró captar las atmósferas de la
vida en ese año, tanto en la vida diurna como nocturna del cabaret, y el
argumento original fue de Alejandro Galindo quien apenas había debutado como
director el año previo (Almas rebeldes).
El asistente de director era el capitalino Miguel M. Delgado, quien filmaría su
primera cinta hasta 1941 con Cantinflas (El
gendarme desconocido) para convertirse en su director de cabecera.
Un joven Pedro Armendáriz
Carmelita Bohr
Joaquín Pardavé
7
Jaime L. Contreras (1900 - ?), nacido en Oaxaca fue otro
realizador que tuvo su debut y despedida como realizador con el melodrama
ranchero Sangre en las montañas.
Antes, había estado en Hollywood, como tantos otros pioneros del cine nacional,
y se había iniciado como asistente de fotógrafo, actor efímero, argumentista, y
posteriormente a esta cinta, que fue un fracaso total, se tornó en asistente de
director para más de doscientas películas, entre ellas, algunas producciones
norteamericanas como El tesoro de la
Sierra Madre. Siguió trabajando en este oficio hasta mitad de los años setenta.
La acción
inicia durante el festejo del cumpleaños de don Lorenzo (Jesús Serrano) al cual
le agradecen sus bondades como antes lo hiciera su padre don Lázaro (Paco
Martínez). Sin embargo, el hacendado confiesa que él no fue hijo del antiguo
dueño del lugar, pero que luego contará lo que aconteció. El peón Antonio (Ernesto
Finance) toma la palabra y expresa que él lo hará. Se retrocede en el tiempo y
nos enteramos de que el peón José Juan (Víctor Manuel Mendoza) quiere desposar
a Ma. de la Luz (Margarita Cortés), por lo que pide el permiso al patrón quien
se lo concede y dice que lo harán cuando regrese su hijo Fernando (Antonio
Díaz) de la capital, donde lleva diez años. Así sucede, pero el díscolo y
prepotente joven coquetea con Ma. de la Luz y luego empieza a abusar de las
mujeres, por lo que su padre decide enviarlo de vuelta a la capital. Ma. de la
Luz tiene a su hijo Lorenzo quien es ahijado de don Lázaro. Pasan diez años y
retorna Fernando al enterarse de un accidente que tuvo su padre. Éste pide al
peón Antonio que aleje a José Juan de su casa bajo cualquier pretexto. Fernando
llega a casa de Ma. de la Luz e intenta abusar de ella. El pequeño Lázaro
(Chuchito de la Mora) intenta defenderla pero Fernando lo golpea y cae
inconsciente. Llega el mejor amigo de José Juan, Andrés (Antonio Badú), por lo
cual Fernando se distrae, Ma. de la Luz corre hacia él, pero Fernando dispara
con una pistola, matando a la mujer y dejando malherido al amigo. En ese
momento entra José Juan al cual Fernando dispara y lo hiere, pero éste va hacia
el malvado y lo ahorca, matándolo. José Juan levanta el cuerpo de su mujer para
ponerlo sobre la cama. Despierta su hijo y juntos llevan al malherido Andrés en
busca de ayuda pero es en vano porque muere. José Juan sube a Lorenzo a un
árbol para salvarlo de los lobos, pero más tarde, cae muerto. La acción vuelve
al presente donde Antonio comenta que al día siguiente hallaron al niño y don Lázaro
lo adoptó. En ese momento, hay un número musical y un bailazo con el cual
termina la película.
Los peones piden permiso al patrón
La pareja enamorada
La familia antes de la desgracia
El villano siendo ahorcado
por el marido enojado
Son notorias
las razones por las cuales Sangre en las
montañas no mereció estreno en la propia capital. El ritmo es irregular y la
producción bastante pobre (la compañía productora fue Siglo XX bajo el amparo
de Alberto Monroy, quien no volvería a filmar otra película, luego de haber
sido distribuidor, principalmente, en los primeros años del cine sonoro). La
duración de apenas 70 minutos ampara a una corta anécdota y seis números musicales:
Lupita Palomera canta un bolero tropical que desentona con el ambiente
pueblerino, durante la fiesta de bodas, lo mismo que un cuarteto prácticamente
operático. Antonio Badú (1914 – 1993, había debutado unos meses antes en Padre Mercader de otro debutante efímero
llamado Luis Améndolla, también producción de Siglo XX) canta luego que nace el
hijo de sus amigos. Al inicio de la película, para el festejo del patrón, canta
un dueto de mellizas llamadas Cuatitas Herrera (María Antonia y María Esther
Herrera) originarias de Nuevo Laredo, Tamaulipas, quienes tendrían una carrera estelar
al menos hasta bien entrados los años cuarenta, apareciendo en otras películas.
El “bailazo” final es interpretado por Carmen Molina con dos bailarines, tal
como lo repetiría tres años después en La
gallina clueca (De Fuentes). El personaje más interesante resulta ser el
cínico hijo del patrón: Tony Díaz (aquí anunciado como Antonio, quien había
debutado el año anterior) sería otro de los villanos sofisticados del cine
nacional: sin ser el galán natural, tenía el suficiente atractivo para seducir
a sus víctimas.
Cuatitas Herrera
Lupita Palomera
El seductor Tony Díaz
Antonio Badú en su segunda película
Carmen Molina con bailarines
La cinta es
abiertamente otro remedo del “Rancho Grande” con patrón bueno e hijo malvado
que desea abusar de la novia (ahora esposa) del peón, invocando, sin decirlo,
al derecho de pernada. Fernando, enojado ante una previa intervención de Andrés
que evitaba la violación de una de las mujeres de la hacienda, le echa en cara
que todo lo que hay en ese lugar le pertenece. La gran diferencia consiste en
la narración y producción. Una anécdota muy sencilla se alarga por los números
musicales. Como en tantas películas del cine nacional, su interés siempre será transversal:
personalidades, cantantes, compositores, en fin, los elementos que resultan
valiosos por sí mismos y no por el conjunto de ellos.
8
Joaquín Busquets (1875 – 1942) y José Bohr (1901 – 1994) fueron actor y productor, el primero; y
director el segundo, de Una luz en mi
camino (1938), melodrama filmado para beneficio de Busquets, actor pionero
del cine sonoro, quien se había quedado ciego, y era productor de la cinta. Bohr,
nacido en Alemania, pero de ascendencia chilena fue productor y realizador de
documentales, noticieros y películas durante la etapa silente en su país. En
1933 llega a México y se suma a la incipiente producción nacional para llegar a
filmar 14 películas en seis años. A Bohr se le deben verdaderos delirios
fílmicos que vienen a darle la categoría parcial de un Juan Orol
intelectualizado. Entre sus cintas musicales (¿Quién mató a Eva?, 1934) o dramáticas (Luponini de Chicago, 1935 o Marihuana,
el monstruo verde, 1936) está presente un aire informal, divertido, con
improvisación y alegría de vivir o filmar. Hay que pensar que colaboró con esta
cinta para apoyar a Busquets.
Lo mismo
hicieron infinidad de estrellas del cine nacional que aparecen fugazmente en
secuencias de una celebración y de un concierto en Bellas Artes. La trama base inicia
en un pueblo donde la sirvienta María (Consuelo Frank) sufre acoso por su
patrón y es despedida de su trabajo por la esposa del hombre, haciendo que la
muchacha se torne en la comidilla del lugar. Gracias al niño Narciso (Narciso
Busquets), le da trabajo el director del conservatorio local, donde trabaja su
padre, el compositor Joaquín, quien se enamora de María. Cuando ella acapara la
atención del apuesto Daniel (Pedro Armendáriz), hijo del hombre poderoso del
pueblo, recién llegado de vacaciones al lugar, provoca el enojo de las jóvenes
casaderas por lo que la muchacha decide irse a la capital. Ahí la sigue Joaquín
con su niño. Viven en la miseria hasta que se enteran de que habrá un concierto
en Bellas Artes con la música de Joaquín gracias a María quien ha triunfado
como cantante. No obstante, Daniel anuncia su matrimonio con María ante la
desilusión del ciego, ahora famoso, compositor.
La película tiene
la presencia de la mayoría de las “estrellas” que entonces filmaban en el cine
nacional. En todos los casos son fugaces apariciones mientras llegan o se
encuentran en Bellas Artes, o en otros momentos de una celebración en el famoso
cabaret El Patio. Algunas actúan en breves papeles: Esther Fernández, Susana
Cora o Elena D’Orgaz; El Chicote o Luis Aldás y Luis G. Barreiro, pero en
realidad no se alcanzan a distinguir significativamente. El elenco principal
tiene a Virginia Fábregas y Miguel Arenas como el matrimonio dueño del
conservatorio de música. Emma Roldán y Agustín Isunza, como el marido
coscolino, conforman a la pareja que despide a María, y su hija la interpreta
Carmelita, una actriz efímera que sería esposa de Pedro Armendáriz. Manolo
Fábregas, con apenas 19 años, es un pretendiente ingenuo de María. Consuelo
Frank y Pedro Armendáriz ya se habían colocado en el reconocimiento del público
y permanecerían largo tiempo en pantalla, con el consabido estrellato de
Armendáriz. En los créditos, que aparecen en las hojas de un gran libro, el niño
Narciso Busquets es quien ocupa el primer y único lugar antes del título. Ya
había aparecido en varias películas previamente pero siempre en roles pequeños,
sin crédito en ocasiones, demostrando su naturalidad como actor. Más adelante
tendría otras oportunidades de lucimiento (Distinto
amanecer, El espectro de la novia,
La barraca).
La trama,
escrita por Duquesa Olga, en realidad Eva Limiñana quien era la esposa del
director Bohr, nos enfrenta a la urbe con el pueblo, para no salirse del tono
usual por esos tiempos del cine nacional. Ahora, el pueblo viene a ser el lugar
de maledicencia pleno de personajes cursis, mal pensados, y la capital, al
revés de Los millones de Chaflán, el
lugar de triunfo, redención y resignación. Una gran curiosidad es la presentación
del Palacio de Bellas Artes como espacio para revistas musicales con cuerpos de
bailarines, una pareja de flamenco y una cantante de música popular. Luego
están las imágenes del interior del flamante cabaret El Patio que había sido
inaugurado apenas en octubre del mismo año y duraría por largos años como un
centro nocturno donde se presentarían grandes espectáculos y cantantes.
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Este breve
recuento de seis películas mexicanas refleja las tendencias de las producciones
nacionales en 1938. Si bien las más exhibidas son Dos cadetes y Los millones de Chaflán, las otras comprueban las intenciones de
los productores por explotar los temas de moda. No obstante, también confirman
la permanencia de los realizadores que tenían mayor cuidado y sensibilidad
narrativa. No es gratuito que Cardona y Aguilar hayan podido continuar en este
oficio, como también sucedió con verdaderos apasionados, autores inteligentes,
a los cuales el tiempo ha permitido otorgarles un lugar destacado: Juan
Bustillo Oro, Alberto Gout, Alejandro Galindo o Gilberto Martínez Solares, por
mencionar a unos cuantos.
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Sin embargo,
más importante era dejar constancia de estos seis títulos con algunas
precisiones derivadas de su visión. Levantar el velo que los cubre
irremediablemente. Eran los tiempos previos a la consolidación de una industria
con todos sus intereses y objetivos. Habría toda una serie de factores que
darían lugar a las características, ideas, creencias, que serían fuerte influencia
para los espectadores de un tiempo. Hace ochenta años.
El velo deja ver sólo una parte de lo tangible.
Pero en todo caso, no proporciona certeza alguna de lo que queda oculto. El
desafío es dejarlo donde está o quitarlo con el riesgo de que descubramos algo
enteramente distinto de lo deseado…
J. G. Merquior
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