PETULIA
1968. Dir. Richard Lester.
Petulia (Julie Christie, extraordinaria) es la esposa
de David (Richard Chamberlain) un joven de la mejor sociedad en San Francisco. Ha
conocido al Dr. Archie Bollen (George C. Scott, imponente) cuando éste ha atendido a un
niño mexicano que fue atropellado tiempo atrás. Se ha desarrollado un interés
entre ambos. Archie está divorciado de su mujer Polo (Shirley Knight) quien no
logra olvidarlo. Cierto día Archie encuentra a Petulia golpeada y ensangrentada
en su departamento luego de que ella permaneciera ahí tras un encuentro
amoroso. La lleva al hospital pero ella no quiere declarar contra David quien
fue su atacador. Archie y Petulia se separan. Pasa el tiempo y se reencuentran
cuando ella está cerca de dar a luz. A pesar de todo, Petulia nunca olvidará a
Archie.
La obra maestra del realizador Richard
Lester llega a su quincuagésimo aniversario sin perder la esencia romántica ni
su exploración de las contradicciones del ser humano, además de tornarse en
documento de época. Al estar situada en el San Francisco de los tiempos de
jipis, drogas y amor libre, se nota mayormente el momento peculiar en modas,
comportamientos y lo que serían los primeros adelantos técnicos y científicos. Es
una historia de amor sin mayores complicaciones: una mujer que se encuentra
atrapada dentro de una relación insatisfactoria y se topa con el hombre al cual
idealiza, a pesar de que también tiene sus propias inseguridades y compromisos.
Lo interesante es que narración no ocurre de manera lineal. En su tiempo fue
anunciada como una “película fuera de lo común”, quizás para que el público
estuviera advertido que vería una cinta nada convencional. Lester, más conocido
y popular por sus dos películas previas con The Beatles (Yeah, Yeah, Yeah, 1964 y Help,
1965) así como la cinta El Knack y
cómo lograrlo, 1965, que le diera la Palma de Oro en Cannes, exigió y
obtuvo el derecho a la edición final de la película por lo que el espectador
experimenta avances y retrocesos en el tiempo, efectos visuales que conectan
con la psicodelia de esos años, imágenes que refuerzan subrepticiamente lo que
se está contando. Toda la publicidad sirvió, ya que la cinta se tornó en una de
las más taquilleras en su año.
Petulia necesita a alguien que la aparte
de una familia prepotente que ha producido un hijo parásito quien se siente con
el derecho de obtener todo lo que desea sin mayores consecuencias. La imagen de
Archie es fuerte, viril, determinada. David, en cambio, llega al grado de la
perversión. Se sugiere que abusó del niño mexicano que se les había unido en un
cruce fronterizo entre Tijuana y San Diego. Al quererlo devolver a México, el
niño se escapó del cuidado de Petulia y fue atropellado: este hecho la hizo
conocer a Archie. Por su lado, Archie se ha separado de su mujer, a pesar de
que eran la imagen de un matrimonio ideal: dos hijos y una existencia
aparentemente feliz, porque simplemente se dio cuenta que necesitaba estar solo.
Ambos personajes se sentían atrapados en sus vidas de pareja por lo que buscaron
una salida. No es casual que Archie lleve a sus hijos a visitar la vieja
prisión de Alcatraz, la que era imposible de violar sus muros: no hay mejor metáfora
ni comentario lateral para reflejar a sus personajes.
Luego está su calidad de documento de
época. Julie Christie aparece con muchos cambios de vestuario cuyos diseños representan
la moda presente, la que recorrió el mundo y que todas las mujeres
convencionales de su tiempo vistieron. Archie y Petulia van a un motel automatizado:
los atiende una persona por televisión, se paga insertando un billete y la
llave sale por una ranura que se encenderá en cuanto lleguen al cuarto que les
corresponda. Petulia ordena que se instale en el departamento de Archie un
invernadero también automatizado. Hay una secuencia donde un matrimonio, amigo
de Archie, muestra fotos de un viaje por medio de diapositivas; en otra hay un
gran aparato médico para explorar cuerpos. Una secuencia interesante muestra a
una paciente de hospital que pide que le enciendan una televisión que resulta
ser falsa: mero prototipo para que, si la paciente lo desea, se le instale una
verdadera; y en el mismo tono nostálgico está el uso de teléfonos públicos. Archie
asiste con un amigo a un restaurante topless
donde las meseras servían con los pechos al descubierto.
Petulia
es la cara de un Hollywood que estaba cambiando. Aunque seguía con las viejas fórmulas
(Funny Girl, El león en invierno, Oliver)
tenía que adaptarse a nuevas narrativas (2001:
odisea del espacio, El estrangulador de Boston, Bullitt). Las audacias y
los temas anteriormente prohibidos o limitados ya empezaban a quedar en el
pasado. Pronto comenzarían los desnudos frontales y ya estaban siendo tratadas
las sexualidades que se alejaban de la “normalidad”. Técnicamente, los efectos
especiales y los adelantos visuales iban dando otra cara al complemento de la
palabra. Petulia es ejemplo de ese
cine que avanzaba, filmado con excelencia que ha permanecido con el paso del
tiempo. Había que celebrarla.
El magistral realizador Richard Lester (1932),
ícono del cine de los años sesenta
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