EL PRÍNCIPE
DEL DESIERTO
1946. Dir.
Fernando A. Rivero.
Gracias
a Fernando Gaona pude conocer esta cinta que me faltaba en la filmografía de mi
admirado director Fernando A. Rivero, del cual les he compartido comentarios en
otras ocasiones, por medio de artículos dispersos en este blog. Una historia de
amor imposible entre un noble oriental y una joven mexicana que está ambientada
tanto en nuestro país, un México que entraba en la modernidad, en contraste con
escenarios de barbarie y arena que traen a la mente una Arabia exótica y
pintoresca. Es de pensarse que así como en esos tiempos, México era considerado
como tierra de indios, la imagen general de Arabia se encontraba ante el
estereotipo heredado por Hollywood, sobre todo del cine silente, Rodolfo
Valentino y El hijo del sheik.
El
argumento del desconocido Nasre M. Ganem, (del cual solamente tengo la
referencia de que fue poeta y editor de la revista Líbano, en la Cd. de México, durante los años treinta), adaptado
por el propio Rivero, se divide en un prólogo y dos partes. Todo lo que se verá
en la película será narrado por el personaje del príncipe Ahmed (Abel Salazar)
desde un diario que le ha heredado a Lucila y cuya primera frase es Nadie escapa a su destino... El prólogo
lo ilustra mostrando al joven Ahmed despidiéndose de la niña mexicana Lucila, con
la cual ha compartido juegos y un precoz e inocente romance en tierras árabes,
antes de que ella regrese a su país y reciba una joya como regalo. Luego
vendrán dos partes: Pasan los años y el ahora príncipe Ahmed llega a México de
manera incógnita, junto con su ministro Giafar (Eduardo Casado), y mientras
viajan por tren, conocen al matrimonio Monroy (Jorge Mondragón, Eugenia
Galindo) y su hija Teresa (la efímera, posiblemente salvadoreña, Violeta Guirola) quien se ilusiona con el
rico hombre.
Ya
en México, Ahmed reencuentra a la joven Lucila (la chilena Malú Gatica en su
tercera cinta mexicana), quien es casualmente prima de Teresa, a la cual
reconoce por la joya obsequiada, y renace su amor que, al principio, por pudor,
esconde. Luego, enamorado le declara su pasión a la cual corresponde la
muchacha. El padre de Lucila, el Sr. Albornoz (Arturo Soto Rangel) se opone
porque teme que sea una más dentro del harem que tienen los árabes. A pesar de
ello, siguen encontrándose, hasta que Ahmed recibe las noticias de que su rival
Omar (René Cardona) está conspirando para arrebatarle el trono, por lo que debe
regresar a Arabia.
Aquí
inicia la segunda parte donde se muestran los enfrentamientos entre Omar y
Ahmed. La joven Salna (la chiapaneca Esperanza Issa quien era de ascendencia
libanesa) ha sido prometida de Ahmed por su padre Abdalah (Luis Mussot). Al
enterarse por Omar de los amores de Ahmed con Lucila, quien viaja hasta Arabia
para estar al lado de su amado, forma alianza con el villano para que capture a
Ahmed al cual manda azotar. Sin embargo, al enterarse Salna que Omar ha mandado
asesinar a su padre, lo enfrenta y es herida. Antes de morir libera a Ahmed
quien pelea contra Omar con sus espadas orientales. El villano muere, lo mismo
que Ahmed aunque éste expira en los brazos de su amada Lucila.
Fue
producida, con lujo de detalles, por José Luis Calderón, de la dinastía que
propició la floración de algunos géneros que serían significativos para el cine
nacional (el cine de rumberas y los melodramas de perdición juvenil, entre
otros), con mucho cuidado en su parte urbana y más primitiva en las secuencias
árabes, aunque el buen gusto de Rivero, quien fuera escenógrafo y diseñador, se
nota en la cinta. No hay crédito de vestuario pero es impactante el que
presenta Malú Gatica ya que en cada escena aparece con un ajuar distinto que se
siente exclusivo, acorde con la alta costura que las familias adineradas
vestían en esos años de modernidad. Igualmente, los trajes de Abel Salazar son
diferentes e impecables.
Una
gran curiosidad de la cinta es que utiliza locaciones externas y, de esta
manera, podemos visitar el anterior Museo de Antropología e Historia, además de
secuencias que ocurren en la Plaza de Toros México, el Hipódromo de las
Américas y el Aeropuerto que en esos años de motores y hélices, permitía que
los visitantes o quienes esperaban pasajeros podían estar prácticamente
cercanos a las pistas de aterrizaje, en pleno aire libre. Es el gran mundo
mexicano que recibe al personaje árabe del cual los empresarios esperan que
venga a hacer negocios al país ya que le vendría muy bien.
Sin
embargo, no es una trama de comedia con líos financieros. El antecedente que se tenía en nuestro cine sobre el tema fue cultivado por Joaquín Pardavé con las archiconocidas El baisano Jalil (1942) y El barchante Neguib (1944) para reconocer por su capacidad de trabajo y homenajear a la población libanesa en México. Aquí, el príncipe es
acaudalado (viene de país petrolero), paga con dos billetes de cincuenta pesos
(los azules, los de entonces, que eran una fortuna) la cena de cinco personas
dejando aparte una sustanciosa propina. Viene con ánimo conquistador ya que
califica de “estupenda” a la mexicanita que conoció en el tren. Y, por
supuesto, de incógnito porque prefiere que no lo traten de manera distinta ni
por el lujo que, contradictoriamente, derrocha por todas partes.
Es
un melodrama amoroso con secuencias de acción. Es, como en casi todo el cine
del maestro Rivero, la historia de amores imposibles o amores frustrados. Ya en
1944 nos había brindado su obra maestra (Nosotros
con Emilia Guiú y Ricardo Montalbán, donde se había atrevido a mostrar en
pantalla a una pareja de amantes que no se casaba pero vivía en unión libre)
como ejemplo de gran película sobre el más puro y absoluto amor; más adelante
nos ofrecerá casos semejantes de amores con barreras que impone la moral, la
sociedad, o el destino (Burlada que
es su segunda obra maestra, Perdida,
Coqueta, Los amantes, entre otras).
En
este caso hay mucho pudor: cuando Ahmed debe volver a su país, se despide de
Lucila dándole un anillo y prometiéndole que será su esposa, su única esposa.
Ella desea besarle, pero el príncipe le responde que no estaría bien. Sin embargo, ella hace un movimiento para alejarse
aunque finalmente se devuelve para besarlo apasionadamente, tomando la
iniciativa. Y es este amor prohibido, porque Lucila es extranjera, que Omar lo
utiliza para poner en contra a los conocidos y a los súbditos de Ahmed: hay un
momento en que un fabulador callejero narra ante la muchedumbre la historia de
un árabe musulmán que se enamoró de una griega por sus encantos y al sucumbir
ante ella, renegando de sus creencias, la mujer se transformó en ente
monstruoso: Omar se acerca y le pregunta si está hablando de su regente.
Hay
otro amor imposible en la cinta: la joven Salna era la prometida de Ahmed antes
de su reencuentro con Lucila. Fue un compromiso de honor, matrimonio pactado,
desde la niñez. Al sentirse traicionada, Salna toma el bando de Omar contra su
amado. Ella propicia que el príncipe sea emboscado para recibir azotes, hasta
que se da cuenta de la villanía de Omar, asesino de su padre. La joven morirá
pero bajo la redención, al ayudarlo a escapar para que enfrente a Omar.
La
cinta resulta ser toda una curiosidad por el tiempo en que fue filmada y el
momento histórico que vivimos: Abel Salazar jura y comenta “por Alá”. En el
caso de las escenas árabes, hay unas escenas donde se muestra a los fieles en sus
rituales de oración. Lo que en aquellos tiempos era común, gran curiosidad,
porque el mundo era pequeño, sin tanta comunicación ni convivencia, ahora se ha
vuelto “políticamente incorrecto” cuando vemos las consecuencias del
fundamentalismo islámico y las intolerancias basadas en cuestiones de fe. Aquí
se presenta, simplemente, como un símbolo para luchar y ser buen ciudadano.
Finalmente
vienen las escenas de acción: hay dos secuencias donde se enfrentan los fieles
súbditos contra los rebeldes. Son escenas de a caballo en locaciones arenosas.
Son las imágenes más débiles de la película porque resultan cortas y poco descriptivas.
El regodeo entre los azotes que Omar ordena contra Ahmed y luego la lucha con
sus sables que propiciará la muerte de ambos es bastante elemental y mal
dirigida, pero todo se perdona con una escena final donde Ahmed expira en los
brazos de su amada Lucila.
Hay
todo un cine mexicano por descubrir o redescubrir. Por desgracia, mientras más
pasan los años es obvia la mayor distancia entre el pasado fílmico primitivo y
la actualidad. La cinefilia selectiva y frívola que ahora envuelve a las nuevas
generaciones, en general, hace menos posible el rescate, o el interés, o el
encuentro de un público que ya no quiere “blanco y negro” ni “lentitud” ni
“cosas del siglo pasado”. Sin embargo, uno no deja de seguir adelante con sus
pasiones. Estoy seguro que habrá alguien o algunos que deberán tomar la
estafeta y verán todo ese arsenal de imágenes como documentos que son el
sustento del presente. Fue una gran experiencia descubrir esta curiosidad (muchas gracias al apasionado por el cine
nacional Fernando Gaona).
Justo estoy digitalizando algunas imágenes de esta cinta para el Archivo Permanencia Voluntaria y tratando de identificar a los personajes di con tu reseña. Súper interesante ver el orientalismo en el cine mexicano, que continúa hasta hoy. Saludos
ResponderEliminartendras la pelicula completa, me ustaria obtenerla, si gustas podemos intercambiar peliculas, te dejo mi coreo brunishrodriguez@gmail.com por si le interesa. muy buena la reseña gracias por compartir
ResponderEliminar