EL VALLE DE LAS MUÑECAS
(Valley of the Dolls)
1967. Dir. Mark Robson.
En
1967 pasé otro verano inolvidable en la Ciudad de México. Dentro de muchas
experiencias ya entrañables, y que viven en mi memoria, está una visita rápida
y casual a un gran almacén donde me encontré una edición (importada) de
bolsillo (paperback) de Valley of the Dolls que, según muchos
reportajes, era una novela sensacional. Además, ya estaba en las noticias que
se estaba produciendo su versión cinematográfica. La compré, empecé a leerla y
ya no pude dejarla. Esa era la fama, como libro devorable, de una historia que
ocurría en Broadway y Hollywood, cuyos personajes estaban inspirados en
estrellas de la vida real: la talentosa Neely O’Hara cuya incipiente carrera en
una comedia musical era cortada por los celos de la estrella principal Helen
Lawson para luego convertirse en taquillera actriz de Hollywood. La hermosa
Jennifer North, sin talento pero con un cuerpo de tentación, quien se casaba
con un cantante popular para luego descubrir que tenía una enfermedad
progresiva por lo que tenía que dedicarse al cine audaz, europeo, y ganar
dinero con el cual mantener los costos del sanatorio de su esposo. Y Anne
Welles, primero secretaria de un agente de artistas que tenía la oportunidad de
convertirse en importante modelo sin alcanzar la felicidad. Las tres eran
víctimas de las pastillas (las “muñecas” del título) para dormir, para tener
energía, para escapar de sus problemas. Ethel Merman, Judy Garland, Betty
Hutton, Marilyn Monroe, entre otras, fueron la inspiración para la autora
Jacqueline Susann.
Mi ejemplar ahora está con las páginas
amarillentas y frágiles, pero permanece
como recuerdo de una era maravillosa.
Al
año siguiente se estrenó finalmente El valle de las muñecas en el Cine
Montoya donde se pudo disfrutar de una versión más sobria y menos gráfica que
los hechos descritos en el libro (que ya había publicado Grijalbo en español
para incrementar su éxito mundial). No importaba tanto porque ese era el
destino usual de los bestsellers
audaces, en una época que estaba apenas empezando a ser más permisiva. De
hecho, se cuenta que Susann salió enojada de la proyección en el estreno (en
diciembre de 1967) gritando que esa no era su novela. Y claro que la cinta
resultó ser un esquema básico para que el espectador – lector reconociera a las
mujeres del libro.
Curiosamente, las tres actrices nunca aparecen
juntas en alguna secuencia de la película
La
película se tornó en objeto de culto. Es un producto de la sensibilidad camp ya que de tan mala resulta
memorable y permite la reflexión o la parodia. Dio lugar a un espectáculo
teatral más cercano al público gay porque sus elementos eran adecuados para el
mundo de las Drag Queens. Al ser filmada en la plenitud de los años sesenta,
las modas, los peinados, el maquillaje, la misma parafernalia alrededor de los
diseños de muebles o automóviles alcanzaron niveles que fueron únicos y
distintivos de una era. Hay una secuencia cuando se muestra el inicio y auge de
Anne (Barbara Parkins) como modelo donde la exageración es el precedente:
recuerda a las figurinas del fotógrafo de Blow
Up (Antonioni, 1966).
Anne (Bárbara Parkins) como modelo famosa
Los
personajes (y sus circunstancias) son esquemáticos: Anne es una chica de
posición clasemediera acomodada de los pueblos en Nueva Inglaterra. Llega a la
gran ciudad para empezar desde abajo y, de pronto, resulta que es la persona
ideal para tornarse en modelo de fama. Nellie es, al contrario, pobre, con todo
el deseo de forjarse un nombre en el espectáculo artístico ya que es poseedora
de gran talento. Jennifer, por su parte, sabe que su mejor inversión es su
cuerpo por lo que lo explota, sale con hombres adinerados, tiene un abrigo de
mink que intermitentemente pasa a las casas de empeño para enviar dinero a su
demandante madre. Sin embargo, los otros personajes que las rodean son
antológicos: Lyon es el agente conquistador, mujeriego, que llama la atención
de Anne y es al cual se entrega. Mel es el novio sometido de Nellie quien al
casarse se convierte en su criado. Tony Polar es el cantante italiano
estereotipado, víctima de una enfermedad hereditaria, siempre bajo la mira de
su hermana quien anticipaba su tragedia. Helen Lawson es la estrella popular,
mimada por el público, hechizante, que no permite que alguien la opaque. Cómo
no caer en las trampas de estas fantasías que alimentan los mitos de las
fábricas de sueños, ya sea la escena o el cine. Sobre todo en un tiempo cuando
no era común la apertura pública y las estrellas eran cuidadas exageradamente
en sus intimidades. Los lectores se regocijaban buscando la identificación con
los personajes de carne y hueso.
Nellie (Patty Duke) derrotada, víctima de las "muñecas"
Hay
escenas antológicas: el ascenso a la fama de Nellie o su propio descenso y caída final, las cintas audaces de
Jennifer, los números musicales, pero se destaca aquella donde Nellie pelea con
su eterna némesis Helen en el cuarto de baño del hotel donde se hace una rueda
de prensa, le quita su peluca para mostrar a la estrella legendaria con el
cabello completamente canoso y la tira dentro de la taza de un excusado. La
diva busca la manera de salir del lugar sin que la vean otras personas pero,
finalmente, con toda dignidad, simplemente se coloca una pañoleta sobre su
cabeza. Susan Hayward fue la intérprete de este personaje con toda su fuerte
personalidad: lo iba a interpretar Judy Garland pero la cantante se encontraba
en una etapa difícil de su vida (de hecho, moriría dos años más tarde). Hubiera
sido maravilloso verla en este rol donde el personaje de Nellie la confrontaba
ya que las circunstancias de este personaje (pastillas para adelgazar,
pastillas para dormir, pastillas para la energía) fueron sus propias
experiencias durante su gran momento como estrella de la MGM.
El
reparto fue ecléctico: Bárbara Parkins era estrella bajo contrato de la Fox, compañía
productora de la cinta, que había saltado a la fama como parte del elenco de la
adaptación televisiva de La caldera del
diablo (cuya versión fílmica fue dirigida por el realizador de esta cinta). Patty Duke acababa de terminar otra serie de televisión que la
colocó en el favor del público juvenil, además de haber ganado el Óscar como
actriz secundaria en 1962 por La maestra
milagrosa. Sharon Tate era una bellísima aspirante a actriz que tenía en su
haber unas cuantas películas, entre ellas dos destacables: La danza de los vampiros (Polanski) y No hagan olas (Mackendrick), filmadas el mismo año que estas “muñecas”:
sería víctima de un terrible asesinato grupal dos años más tarde. En papeles
pequeñísimos puede verse al compositor Marvin Hamlisch y a quien sería muy
popular en la década siguiente: Richard Dreyfuss. La propia autora, Jacqueline
Susann, interpreta a una periodista.
Jennifer (Sharon Tate) escuchando a su
demandante madre al lado del abrigo de mink,
producto de su cuerpo
El valle de las muñecas pertenece a la
categoría de las malas películas que amamos sobre cualquier consideración
estética o reflexiva. Cine basura, equivalente fílmico de novelas escritas con
el único afán de explotar el morbo del lector y ganar mucho dinero. ¡Ah, pero
qué recuerdos nos deja!
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