Advertencia: este artículo lo escribí hace veinte
años. Apareció en la sección cultural del periódico
El Norte, el 13 de abril de 1997 en conmemoración del 40° aniversario de la
muerte del ídolo inmortal. Lo recupero como ejercicio de nostalgia ya que sigue
estando tan vigente como entonces.
¿BUEN ACTOR O MALO? ¡A QUIÉN LE IMPORTA!
Al
final de Nosotros los pobres, La
Guayaba dice: ¡Caray!, lo que es la vida.
Ayer está uno vivo y ¡zaz!, hoy estira uno la pata. Eso pudo expresarse
hace 40 años cuando Pedro Infante abordó el avión que poco tiempo después se
estrellaría para despojar al cinéfilo mexicano de una de sus personalidades más
admiradas e inmediatamente convertirlo en leyenda. Si en algo coinciden todos
los que lo conocieron es que era un hombre humilde, sin falsas poses, bonachón,
mujeriego y carismático. Si hacemos memoria, tal vez Sara García, Fernando
Soler y Joaquín Pardavé fueron quienes más se acercaron a su aceptación total
con la simple presencia en pantalla. La divergencia ocurre con su calidad como
cantante (hay quienes dicen que su voz no tenía potencia suficiente) y como
actor.
Cuando
uno ve sus películas, Pedro Infante atrapa al espectador por su simpatía sin
crear conciencia de su capacidad histriónica. De hecho, uno espera y está
seguro de verlo cantar, sufrir las peores condiciones trágicas o divertirse de
lo lindo junto con las mujeres más hermosas del cine de su tiempo. No obstante,
Pedro Infante estuvo siete veces nominado al premio Ariel que otorga la
Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas y, de manera póstuma, ganó el Oso de
Oro a la mejor actuación masculina en el Festival de Berlín de 1957.
Los Arieles se entregaban
considerando a las películas que habían sido exhibidas durante el año anterior,
por lo que los estrenos tardíos hacían que no hubiera una coincidencia
cronológica. Por eso, Pedro Infante fue nominado en 1948 por Cuando lloran los valientes filmada en
1945; en 1949 por Los tres huastecos
(1948); en 1950 por La oveja negra
(1949); en 1953 por Un rincón cerca
del cielo (1952); en 1954 por Pepe el
Toro (1952); en 1955, cuando finalmente lo ganó por La vida no vale nada (1954); y en 1958 por Tizoc (1956), misma película que le valió la presea berlinesa.
Debe considerarse que
Pedro alternó con otros nominados del prestigio de Pedro Armendáriz, Arturo de
Córdova y Julio Villarreal, y cuando obtuvo su Ariel, venció a Ernesto Alonso
por Ensayo de un crimen y David Silva
por Espaldas mojadas. Los premios
siempre han sido relativos y de acuerdo con las personas que conforman un
jurado pero tantas ocasiones no pudieron ser gratuitas. La vida no vale nada fue dirigida por Rogelio A. González sobre un
guion de Luis y Janet Alcoriza basado en dos cuentos del escritor ruso Máximo
Gorki. Nos cuenta cómo un hombre inestable, debido a una irregular vida
familiar, conoce a tres mujeres que podían ser su felicidad pero a las cuales
rechaza porque su destino, según él, ya estaba trazado: como la vida no vale
nada ¿para qué buscar amor, familia o dinero? Por eso, cuando Magda Guzmán, una
prostituta apoyada por el hombre, por lástima, le ofrece ser su mujer y darle
una familia, Pedro le responde Idiota,
¿crees que no he tenido eso y más? Si fuera como los otros, desde cuando estaría
amarrado.
Pedro tuvo la fortuna de
conseguir un buen director con un argumento de calidad. La película es un
melodrama con comentarios sociales acerca de la miseria humana, no solamente
material sino moral. Pedro brinda una perfecta interpretación. Contenido como
nunca, aún en las escenas más posibles para sobreactuarse, al emborracharse y
cantar en las cantinas, se aleja de las exageraciones en que lo hundió Ismael
Rodríguez (la muerte del Torito en Ustedes
los ricos o los sometimientos del hijo en La oveja negra, como dos claros ejemplos).
Tizoc, dirigida por Rodríguez,
en otro sentido, es una clara demostración que la apreciación cinematográfica
es diferente en otros países. Tal vez deslumbrados por los paisajes exóticos de
Oaxaca y el salvajismo de los indígenas mexicanos, el jurado alemán consideró a
Pedro como gran actor cuando en realidad, comparativamente con sus otras
cintas, ofrece su peor actuación. Si Ismael Rodríguez fue un audaz e
imaginativo director que tenía gran sentido del entretenimiento, en realidad no
era buen conductor de actores. Pedro, como el indio enamorado de la mujer
blanca (María Félix, nada menos), es obligado a jugar con su manera de hablar
cayendo en el mayor ridículo, además de desbordarse en todas sus reacciones.
Podemos concluir que Pedro
era tan buen actor como lo permitieran quienes lo dirigían. Era excelente
cómico (El gavilán pollero o El inocente) o trágico (Un rincón cerca del cielo y Ahora soy rico). Tal vez estaba en el
camino de consolidación como galán maduro o actor versátil pero el destino se
interpuso y prefirió dejarlo en nuestro recuerdo con ese grupo irregular de
películas en donde lo que menos importa es si fue bueno o malo como actor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario