¿Qué hace falta para ser feliz?
Un poco de cielo azul encima de nuestras cabezas,
un vientecillo tibio, la paz del espíritu.
André Maurois.
ROSS HUNTER(1920 – 1996)
La percepción crítica del cine ha cambiado de manera radical desde la segunda mitad del siglo veinte hasta nuestros días. La transformación de la cinefilia como se había practicado en los tiempos cuando se iba construyendo día con día gracias a la experiencia directa con la aparición de cada nueva película que permitía la reflexión, la comparación y la clasificación personal de apreciaciones y rechazos, aparte de que la televisión primitiva era una fuente inagotable de acercamiento al cine anterior fue radical. Si de pronto alguna cinta no podía verse en las salas de estreno, era angustiante para el amante del cine ya que había que esperar alguna otra oportunidad para conocerla o perderla irremediablemente. El crítico riguroso como el espectador pertinente se acercaban al fenómeno fílmico en función de su entorno y contexto. Los aspectos morales y de “decencia” que provocaban la censura, las prohibiciones y el morbo, fueron diluyéndose con el tiempo. En los años ochenta el uso del videocasete como si fuera un libro que pudiera releerse cuando se quisiera fue desarrollándose hasta ahora cuando el cine se encuentra al alcance de todos en diversas modalidades y plataformas. El conocimiento del cine ya no es sistemático y las confrontaciones son imposibles ante tantas e infinitas ofertas de títulos diversos (y de diferentes países). Un cinéfilo actual que quiera “ponerse al día” con el pasado, no tendrá ni el tiempo ni las posibilidades para lograrlo ante la enorme oferta de alternativas. Solamente quedará la selección y la especialización de temas, épocas, corrientes o temas, por mencionar algunas opciones.
Judy Canova y Ross Hunter en una escena
de La celebre aldeana (1945, Del Lord)
El personaje del cual me ocupo en este
artículo formó parte del Hollywood considerado industrial y convencional. El
cine que fabricaba estrellas y sueños. Un público general aclamó sus cintas ya
que satisfacían sus necesidades emocionales y sentimentales. En otros niveles,
eran consideradas obras vulgares a la altura del arte “menor” (como era la
historieta, la fotonovela y luego la telenovela). Si se leen las críticas hacia
ellas, informadas e intelectuales del siglo pasado, se descubrirá el desprecio,
los adjetivos “fallidas”, “chantajistas”, “vacías”, y hasta “anticuadas”. Las
revaloraciones en estos tiempos posmodernos, donde ya no existe una
discriminación categórica y la natural ausencia de sus contextos es rampante,
las ha hecho verse de otra manera. Uno buscaba al cine como vía de escape y alternativa
de descubrimiento. Acercarse a otras vidas y ensoñar otras realidades.
Lana Turner, Ross Hunter y Constance Bennett
anunciando la filmación de Madame X (Lowell Rich, 1966).
Bennett falleció al término del rodaje en 1965.
En los años cincuenta y sesenta, un
nombre muy popular en el mundo de Hollywood, que no se refería a ningún actor o
director, como era usual, fue el del productor Ross
Hunter. A partir de sus primeras actividades en calidad de asistente
o asociado para los estudios de la entonces Universal - International, demostró
una gran visión para mantener los presupuestos bajos y garantizar nivel de
calidad tanto por elencos como tramas. Había tenido la experiencia como actor
estelar en cintas clase B de la Columbia Pictures en los años cuarenta (sobre
todo al lado de la comediante y cantante Judy Canova), luego de haber servido
en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Al darse cuenta de que su
camino no era estar frente a las cámaras, se lanzó al encuentro de
oportunidades para producir en los Universal.
Ann Sheridan y Sterling Hayden
en Mujer de fuego (Sirk, 1952)
Entre sus primeras producciones están
cintas del oeste o de aventura pero fue en 1952, al iniciar su asociación con
el realizador Douglas Sirk con Mujer de fuego (Take Me to Town), otro exiliado
de la Alemania nazi (cuya revaloración crítica sirvió para que se le
considerara bajo otro punto de vista), que encontró la armonía y el
entendimiento necesarios para llevar a buen término sus colaboraciones. Sirk
tenía excelente sentido de la discreción en el tratamiento del melodrama,
respetando sus características del género: la casualidad, la exageración, la
ironía del destino. Hunter, por su parte, sabía lo que quería: un público
satisfecho que recordara sus cintas por elementos que permanecieran indelebles,
además de valores de producción “visibles en pantalla”: ropa elegante, joyas
deslumbrantes, escenografías lujosas. Hunter no necesitaba de la aprobación
crítica, sino de la aceptación masiva. Gracias a Sirk pudo producir, al menos,
tres obras maestras.
Rock Hudson y Jane Wyman
en Sublime obsesión (Sirk, 1954)
Sublime obsesión (Magnificent Obsession,
1954) fue el primer gran éxito taquillero de Hunter y Sirk. El productor
había rescatado del olvido una vieja película de la Universal filmada en 1935
por John M. Stahl con Irene Dunne y Robert Taylor acerca del romance que surge
entre un joven rico e irresponsable y una viuda cuyo marido había fallecido al
no poder ser atendido para salvar la vida del primero luego de un accidente.
Indirectamente se produce la ceguera de la viuda por otro accidente provocado
por este mismo personaje quien, entonces, decide estudiar medicina, tornarse
gran cirujano y devolverle la vista a la viuda, objeto de su amor. Ejemplo de
gran melodrama en cuanto al respeto de sus claves, la película sirvió para
colocar al joven Rock Hudson en el estrellato y subrayar la popularidad de la
actriz Jane Wyman. A pesar del paso de los años, sigue siendo tan magnética
como entonces (lo mismo que muchas de las producciones de Hunter)
Rock Hudson y Jane Wyman
en Lo que el cielo nos da (Sirk, 1955)
El joven creativo seguiría con otras
cintas donde capitalizaría el éxito de Hudson, pero repitiría a la pareja
taquillera en Lo que el cielo nos da (All That Heaven Allows, 1955),
también bajo la dirección de Sirk, donde el atractivo actor es un joven
jardinero que se enamora de la viuda Cary provocando que otras personas del
pueblo, amigos y sus propios hijos la repudien. Este romance entre personas de
generaciones separadas por la edad creó una huella importante entre muchos
espectadores. Años más tarde, el realizador alemán Rainer Werner Fassbinder
filmaría El miedo devora al alma (Angst essen Seele auf, 1974) donde un
joven árabe, moreno y musculoso se convertía en el amante de una mujer aria, mayor
en edad y con cuerpo de matrona. Por su parte, el director norteamericano Todd
Haynes nos ofrecería lo que fue un gran homenaje a estas producciones de
Universal, Sirk, Hunter y el Technicolor, con un toque contemporáneo, aunque
sucediendo en los años cincuenta, con un jardinero, hombre de color, del cual
se enamora una de sus clientas cuyo marido tiene inclinaciones homosexuales en Lejos
del cielo (Far from Heaven, 2002). Ambos realizadores habían atrapado el
sentido interno, de doble discurso, que los tiempos no permitían presentar
directamente. Ahora lo complementaban.
El miedo devora al alma (Fassbinder, 1974)
Lejos del cielo (Todd Haynes, 2002)
Doris Day y Rock Hudson
en Secretos de alcoba (Gordon, 1959)
Hunter cerraría la década
con cintas actuadas por Sandra Dee (Frutos del pecado), Debbie Reynolds
(Tammy, flor del pantano), June Allyson (Interludio, Un
extraño en mis brazos), pero en 1959 produciría otros dos de sus más
grandes éxitos de público y crítica: Problemas de alcoba (Pillow Talk,
Michael Gordon) e Imitación de la vida (Imitation of Life, Douglas
Sirk). La primera le dio un vuelco a la imagen siempre pura y virginal de
Doris Day al presentarla como personaje que levantaba la pasión de Hudson,
quien era un conquistador empedernido, además de comprender que poseía los
encantos requeridos para atraer a los hombres. El propio Hunter mencionó que el
vestuario serviría para resaltar sus cualidades corporales, con espalda desnuda
o delineaciones en sus partes curvilíneas. La película ganó el Óscar como mejor
guion original y le dio su única nominación como actriz a la rubia cantante.
Cuatro momentos con los personajes femeninos
de Imitación de la vida (Sirk, 1959)
No obstante, Imitación de la vida
sería otra producción aún más memorable. Hunter volvió a rescatar una vieja
cinta de la Universal, también dirigida por Stahl, pero en 1934 con Claudette
Colbert y Louise Beavers, en la historia de una aspirante a actriz blanca,
madre soltera de una niña rubia, que iniciaba la amistad con una mujer de raza
negra quien se tornaba en su sirvienta, a cambio de casa y comida para ella y
su hija. mulata de piel blanca, donde se trataba el tema de la discriminación
racial, aunque de manera indirecta, entre rivalidades amorosas de madre e hija
por un mismo hombre. Ahora, con Lana Turner y Juanita Hall en esos roles, la
película no perdía el buen gusto ni la sobriedad usual en Sirk. Aunque el tema
era de controversia, con las limitaciones de los cines sureños que no aceptaban
a personajes triunfales de color, la película permitía la redención y el
sacrificio, propios del buen melodrama. Los créditos de la cinta tienen como
fondo a diamantes que caen para llenar la pantalla y dar una idea del glamour
social. Aparte de mostrar la terrible dificultad, para esos tiempos, de llevar
una relación interracial plena de armonía, contiene muchos tonos ocultos,
violentos, crueles, aunque en apariencia aparente trivialidad. Una de las
grandes cualidades de su realizador.
Retrato en negro (Gordon, 1960)
Rica, bonita y casadera (Gordon, 1964)
La usurpadora (Miller, 1961)
Rosie (Lowell Rich, 1967)
Madame X (Lowell Rich, 1966)
Millie (Roy Hill, 1967)
Los años sesenta no dejarían de
pertenecerle a Hunter. Quince producciones que no perdieron ni dinero ni
público. Fueron seis películas con Sandra Dee, a la cual volvió a reunir con
Lana Turner (Retrato en negro, 1960), la tornó en sucesora de Debbie
Reynolds (Tammy dime la verdad, 1961; Tammy y el doctor, 1963), aparte
de tenerla como estelar en comedias diversas (Si contesta mi marido, 1962;
Rica, bonita y casadera, 1964) y colocarla al lado de Rosalind Russell,
semiretirada, en una de sus cintas más subestimadas (Rosie, 1967). A
Lana Turner volvió a darle otro grandísimo éxito (Madame X, 1964) en la
enésima versión de una popularísima obra de teatro francesa que ha sido filmada
en España, México, Argentina y hasta Turquía, donde una mujer era defendida por
su hijo abogado quien desconocía el parentesco. Susan Hayward apareció en otra
nueva versión de otra obra de Stahl (La usurpadora, 1961). En 1962
produjo la versión fílmica de una comedia musical de Broadway (Flor de Loto)
y cinco años más tarde, otra comedia musical que ahora fue creada
originalmente para el cine (y años más tarde pasaría a Broadway) que
aprovechaba el estrellato singular de Julie Andrews (Millie, 1967) en
una trama que ocurría en los años veinte y que incluía tráfico de personas,
drogas y barrio chino, con un elenco espectacular (Mary Tyler Moore, Carol
Channing, Beatrice Lillie).
Tres momentos del elenco estelar
en Aeropuerto (Seaton, 1970)
En 1970, Ross Hunter produjo Aeropuerto
(George Seaton) con elenco multiestelar: Burt Lancaster, Dean Martin, Jean Seberg,
Helen Hayes, entre otros. La trama, basada en un bestseller de Arthur
Hailey, se tornó otro fenómeno de público. Fue nominada a diez Óscares (entre
ellos el de mejor película) pero solamente se lo llevó Hayes como actriz
secundaria y, seguramente, por la nostalgia. Su importancia radica en que fue
la iniciadora de otro subgénero dentro de la acción y el suspenso: la película
sobre grandes desastres, con muchos efectos especiales (de aquí vendrían La
aventura del Poseidón, Terremoto o Infierno en la torre) que
serían muy destacables y trascendentes para el cine de Hollywood. La cinta
produjo una franquicia para la Universal que se alargaría por cuatro secuelas
(1974, 1977 y 1979) sin ganancias para Hunter, por lo que decidió terminar sus
relaciones con estos estudios y firmar contrato con la Columbia Pictures, que
había sido su origen.
George Kennedy, Bobby Van, Sally Kellerman,
Liv Ullmann y Peter Finch en Horizontes perdidos (Jarrott, 1973).
Tres años más tarde vendría el final,
dentro del cine, con un grandísimo fracaso. Hunter no podía realizar cosas
pequeñas, siempre debían ser grandilocuentes. De esta manera surgió la versión musical de Horizontes
perdidos (Lost Horizon, Charles Jarrott) que Frank Capra había filmado en
1937 tenía todos los elementos para triunfar: elenco de primera (Peter Finch,
Liv Ullmann, Charles Boyer, entre otros), canciones de Burt Bacharach con
letras de Hal David, y grandísima producción millonaria. Sin embargo, no fue
del agrado de un público que por esos años ya no quería ver cintas musicales
convencionales y edulcoradas. Era la generación de Jesucristo Superestrella,
Contacto en Francia, El padrino, El exorcista, Serpico. Fue un gran golpe
para el productor acostumbrado a estar en la constante preferencia del público
y de los estudios cinematográficos. Sin embargo, vuelta a revisar a casi 50
años de su estreno, Horizontes perdidos no es el desastre que la mala
taquilla afirmó en su momento. Mucho menos con su mensaje de esperanza para el
mundo, aunque, desgraciadamente, no se haya mantenido en la realidad.
Ross Hunter, segundo de izquierda a derecha
y Jacques Mapes, extrema derecha, quien
fuera su pareja por más de cuatro décadas.
Dos años más tarde, Hunter volvió a la
producción, pero solamente con películas para la televisión. 4 cintas y una
miniserie hasta 1979, todas con la Paramount Pictures. Y ahí fue el final.
Llegó el retiro. Junto con su pareja de casi 40 años, Jacques Mapes, quien
había sido su coproductor asociado desde Rosie, Hunter se dedicó a
disfrutar del fruto cosechado por más de tres décadas en el medio fílmico: sus
regalías y fortuna personal le permitieron vivir sin presiones hasta su muerte
en 1996. Había que recordarlo en estos cien años de su
nacimiento. Estas fueron películas que, en mayor o menor grado, nos marcaron
como público ávido de entretenimiento, sin caer en la consideración intelectual.
El cine de Hunter llenaba las fantasías femeninas en cuanto a romances, vestuarios
y residencias. Al espectador masculino le ofrecía modelos de éxito. En otros
casos, eran los guiños de ojos, la mirada sensible, el desbordamiento de la
imaginación, el mensaje oculto. Comedia o melodrama, sobre todo. Las tramas que
daban pie a situaciones humanas. Todas las películas de Ross Hunter terminaban
ofreciendo esperanza y, sobre todo, mostrando la posible felicidad debida a la
paz espiritual de sus personajes. Uno debe pensar que fue un hombre feliz
porque compartió toda esa paz a sus satisfechos espectadores.
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