UNA TRAGEDIA MEXICANA
por Roberto Villarreal
Sepúlveda.
Vino el remolino y nos alevantó es una película que Juan Bustillo Oro filmó en 1949,
utilizando para el título, una frase de la vieja canción “La cautela”:
Hicimos de
cuenta que fuimos basura
llegó un
remolino y nos alevantó
y al mismo
tiempo de andar en la altura
un ingrato
viento nos desapartó.
Cuenta Bustillo Oro en su
autobiografía que traía el asunto en su cabeza desde los tiempos de El compadre Mendoza (De Fuentes, 1933)
cuando fungió como guionista adaptando una novela corta de Mauricio Magdaleno. El
acercamiento literario y fílmico hacia la Revolución Mexicana era usualmente
desde el escenario del campo y el punto de vista de los guerreros en batalla.
En este caso, el director quería mostrar los efectos del conflicto social entre
las familias de la urbe, de la capital: era lo que había vivido y lo que
faltaba en la representación fílmica. Desde aquellos tiempos de su colaboración
con Magdaleno quedó obsesionado con el tema. Quería que el escritor fuera el
creador de este argumento pero a Magdaleno no le interesó, aparte que con el
paso de los años, Bustillo no tuvo apoyo ni aprobación por parte de sus productores:
ni a Jesús Grovas ni a Mauricio Walerstein les interesó aportar para esta
producción.
En 1949 finalmente, ya asociado con Gonzalo Elvira quien lo
admiraba, apoyado por Fernando de Fuentes Jr. con su Dyana Films, logró llevar
a cabo su sueño tantos años suspendido. Sin embargo, con toda esta ventaja hubo
limitaciones económicas. Al crecer exageradamente la producción nacional (1949
fue un año prodigioso, del cual hablaremos en algún momento), la mayoría de los
actores de renombre se encontraban ocupados. Igualmente, tuvo que filmar en los
Estudios Tepeyac, alejados geográficamente de los otros en activo, por lo que
el traslado de elementos escenográficos sería costoso. Tuvo la suerte de contar
con la generosidad de los hermanos Rodríguez que le prestaron los sets que
tenían construidos en dichos estudios y que se adaptaban perfectamente para su película que vino a ser, ya con el tiempo, una de las mejores y más grandes de su año de filmación. Un comentario agridulce, con muchas implicaciones sugeridas, de lo que fue el conflicto revolucionario para la familia urbana.
La nueva imprenta que será
el inicio de todos los males
Los tres hijos, la nuera,
ante las tribulaciones del padre
conservador
Vino el remolino y nos
alevantó narra la historia de una familia trabajadora, clase media, en los
albores de la Revolución. El padre (Miguel Ángel Ferriz), impresor y feliz de haber recibido una
nueva máquina para su negocio, alaba al gobierno porfirista. Sus tres hijos varones (Tony Díaz, Luis Beristáin, Armando Sáenz) son rebeldes y creen en la renovación maderista por lo que juntan armas e
imprimen volantes subversivos en la imprenta del padre sin que éste lo sepa,
pero por lo que cae en la cárcel. Surge el enfrentamiento entre facciones: el
hijo mayor y su esposa (Beatriz Aguirre) mueren dejando en la orfandad a un niño. Los otros dos
huyen. El niño va a refugiarse a la casa del abuelo con su joven tía (Carmen Molina) y con la abuela (Lupe Inclán) quien muere de la impresión. A la joven la apoya un abogado alcoholizado (Manuel Arvide) quien
la torna su amante. Cuando el niño enferma de tifo lo interna en un hospital.
El padre, encarcelado, se niega a verla cuando se entera que vive en unión
libre con un hombre. El niño escapa del hospital mientras que el abogado muere por
un ataque de delirium tremens, dejando a la joven a la deriva, sin su sobrino.
El padre en la cárcel, antes
de rechazar a su hija
Hasta aquí la trama ha separado los destinos de los miembros
de la familia sobre todo por factores externos: la lucha social que va más allá
de su control. El cambio de la alegría y esperanza de un futuro promisorio hacia
el enfrentamiento que propiciará cárcel y muerte, además de la desunión
familiar, que altera su realidad, produce el desorden sobre lo cotidiano y
llevará a situaciones extraordinarias. Son los actos de los personajes los que
les llevan a un estado de tristeza, de angustia o desesperación. Estamos ante
una familia cuyos miembros tienen fines distintos para sus realidades: a los
hijos no les quedará más que muerte o fuga. Al padre, víctima indirecta de sus
hijos, el deshonor y la cárcel, sin que jamás fueran sus objetivos.
Los hermanos se reencuentran
en bandos contrarios
Pasan unos años: el padre ha salido de la cárcel y trabaja
en una imprenta. Cierto día, con salario en mano, sufre su robo por un
ladronzuelo: sin imaginarlo, es su propio nieto al cual se le reconoce por una
medalla que se le dio de niño. Ya separados, los hijos sobrevivientes se han
integrado a la milicia: uno de ellos es villista, el otro pertenece a las filas
de Obregón. Al encontrarse en cierta ocasión como bandos opuestos, este último
reconoce a su hermano como prisionero al cual le ordenan fusilar pero decide
ayudarle a escapar. Por esta acción, el obregonista muere. El padre, al
entusiasmarse por la entrada del ejército triunfador a la Cd. de México, muere
de un ataque al corazón. El triunfo carrancista permite la alianza entre
obregonistas y villistas por lo que este último forma amistad con un general
que le apoya. Al liberar a unos presos, entre éstos se encuentra un joven que
es su sobrino, irreconocible. Al ir a festejar a un burdel, el general (Gilberto González) se
emociona con una de las pupilas que resulta ser la hermana del joven villista.
Al intentar liberarla, sin explicar nada, uno de los subordinados (Ramón Gay) del general
dispara contra el joven por lo que muere. La mujer grita que era su hermano. El
general decide, entonces, sacar a esta mujer de la mala vida. Pasan los años,
se llega al día en que se inaugura el Monumento a la Revolución. El general se
encuentra entre los asistentes acompañado de su mujer, la joven exprostituta,
con dos hijos. Entre la multitud se encuentra un hombre que besa su medalla.
El hermano reencuentra a su
hermana en un burdel
El militar es muerto por defender
a su hermana sin que nadie supiera
el parentesco
En esta continuación y término de la película, el destino
reúne a algunos de los miembros de la familia aunque con consecuencias fatales:
los hermanos se protegen pero uno muere; el nieto pasa de lado a su abuelo y lo
perjudica al robarle pero jamás sabrán uno del otro su parentesco; la misma
fatalidad sucederá al reencontrarse hermano con hermana. La mayor ironía
resulta en que el culpable indirecto de esta muerte será quien rescate a la
joven de su deshonra para que, años más tarde, ya como familia respetable,
celebren ante el Monumento de la Revolución sin que nunca se enteren que
cercano a ellos se encuentre el sobrino, ya adulto, víctima también del
torbellino social.
La nueva familia revolucionaria:
un ex militar asesino, una ex prostituta
Una verdadera tragedia mexicana. El sufrimiento resulta de los
propios errores de juicio y comportamiento: se experimentan las consecuencias
de las pasiones (los hermanos anarquistas que producen, sin quererlo, la caída
del padre y la muerte de la madre; los hermanos fieles que morirán por
reaccionar de una manera equivocada). Si se sigue el enunciado aristotélico, la
película produce piedad ante los resultados de un conflicto, además de permitir
la catarsis en el espectador debido a la exteriorización de las emociones:
aunque vemos crímenes, la cinta no se regodea más que en la tristeza de la
separación y deja en claro que nunca podrá volverse al estado inicial. En corto:
es la lucha contra un destino inexorable, jamás imaginado, provocado por los
individuos y la situación social.
La evolución del nieto perdido
quien jamás reencontrará a su familia
La voz que narra expresa al inicio de la cinta, donde se
muestra el momento de la apertura oficial del Monumento a la Revolución (para
luego irse a los años pasados) que el
monumento dedicado a la revolución está consagrado a sus muertos y sus ideales.
Algo que costó mucha sangre arrancada al corazón de los mexicanos, pero
dando un cierre redentor enfatiza al final que la sangre de los muertos no corrió en vano, ni que su martirio quedó
impune, por lo que México abre otra página gloriosa de su historia. Este
mensaje patriotero se nota oportunista dentro de lo que constituía la industria
fílmica nacional al quedar bien políticamente, aunque la trama negaba
perfectamente dicho discurso: la sangre derramada trajo consecuencias de
libertad y democracia pero los lazos familiares, en muchos casos, fueron
violentados y destruidos.
Juan Bustillo Oro
(1904 – 1989) cumple cabalmente con la teoría de autor dentro del cine
mexicano, al ser guionista y realizador, dueño de sus proyectos: creador completo, necio y obsesivo. Tuvo la suerte de
contar con productores que apoyaron su inventiva: una imaginación que daba
lugar a tramas cultas, con lenguaje verborreico, pero con gran sentido de lo
popular y taquillero. Su selección adecuada de repartos que podían transmitir su discurso
permitieron que la posteridad tuviera la alternativa de conocer la esencia del mejor
Cantinflas (Ahí está el detalle) y preservar
el genio y comicidad de actores como Enrique Herrera y Leopoldo Ortín (Caballo a caballo). Su variedad temática
dio lugar al mejor cine de “nostalgia porfiriana” como se le bautizó a varias
de sus cintas (En tiempos de don Porfirio,
México de mis recuerdos); ejemplos de
cine negro y psicológico (El medallón del
crimen, El hombre sin rostro); la
gran incursión expresionista del cine mexicano (Dos monjes); el cine de horror (El
misterio del rostro pálido) y el cine familiar (Cuando los hijos se van), como pocos ejemplos de una brillante,
excitante y exitosa carrera que produjo, como realizador, 58 títulos entre 1934
y 1965.
Nota: la baja calidad de las fotografías se debe a una mala copia de la película, de la cual fueron captadas.
Excelente película que por fortuna forma parte de mi modesta colección.
ResponderEliminar