LA PRINCESA
QUE QUERÍA VIVIR
(Roman
Holiday)
1953. Dir.
William Wyler.
En
1951 cuando la cacería de brujas en Hollywood alcanzó un punto insoportable, el
director William Wyler se encontraba con la disyuntiva de abandonar el país. En
su pasado había contribuido con asociaciones democráticas que, en este momento
histórico, ya eran inadmisibles para los exacerbados políticos norteamericanos.
Wyler se había interesado en el guion de Roman
Holiday (que en México llevó como título La princesa que quería vivir que había sido escrito y vendido a Frank Capra quien finalmente lo
desecharía: su plan había sido filmarla para la Paramount con Cary Grant y
Elizabeth Taylor, pero finalmente no quiso llevarlo a cabo cuando le pusieron
limitaciones presupuestales. Para Wyler era su oportunidad de retornar a la
comedia, género no usual en su carrera cinematográfica, de la cual no se
ocupaba desde 1935 al realizar Alegre
mentira (The Gay Deception), además que le permitiría filmar en locaciones
de Roma y alejarse del mencionado clima negativo que imperaba en Hollywood por
las acusaciones constantes contra otros integrantes del medio, muchos de ellos
amigos suyos. Otro factor importante era que por esos años, los norteamericanos
que vivieran dieciocho meses en Europa no tenían que pagar impuestos sobre sus
ganancias foráneas. De ahí que muchas producciones se hayan filmado en Europa
por esos tiempos o que diversos actores y actrices hubieran aparecido en cintas
extranjeras.
Wyler
también tuvo su restricción presupuestal hasta que Paramount accedió al uso de fondos
que tenía bloqueados en Italia y que, de esa manera, podrían gastarse
indirectamente: le dieron un millón de dólares, cantidad escasa para esos
tiempos, y de ahí que filmara en blanco y negro, cuando sus intenciones habían
sido filmarla en color. Otro aspecto es que deseaba utilizar a una actriz
desconocida y ahí es donde surge Audrey Hepburn quien, a los 22 años, había
debutado en la versión teatral de Gigi
en Broadway, siendo recomendada por la propia autora Colette a Wyler que quedó
fascinado con su personalidad aunque tenía sus dudas (todavía hizo pruebas a
Suzanne Cloutier, la Desdémona en el Otelo
de Orson Welles) ya que carecía de experiencia (solamente había aparecido en
pequeñísimos papeles sin líneas) y le parecía, (¡increíblemente!) algo
regordeta (Hepburn adelgazaría hasta permanecer delgadísima por siempre). Las
pruebas fílmicas la mostraron como talentosa y vivaz. Como contraparte masculina
y por exigencia de los estudios, para equilibrar a la desconocida Hepburn, se
contrató al astro Gregory Peck de renombre y vasta experiencia.
La princesa que quería vivir es un
cuento de hadas, una especie de Cenicienta
en sentido contrario. Anne es la princesa de un pequeño país no mencionado
quien se encuentra de visita oficial en Roma. Hastiada de requisitos y
exigencias de su corte, decide escapar. Al haber tomado un medicamento que le
daría somnolencia, se queda dormida en la banca de un parque en donde la
encuentra el periodista Joe quien ofrece ayudarla sin que ella revele su
verdadera identidad, por lo que se hace pasar como simple ciudadana, y sin que
el periodista la reconozca al principio; luego se da cuenta de su verdadera
personalidad y solicita a un amigo fotógrafo que los siga, mientras él la pasea
por Roma, para lograr un reportaje que le dará fama y fortuna. Ocurren muchas
cosas amables que remiten a una bella historia de amor, aunque, por razones
sociales y políticas, imposible de consumar.
William
Wyler fue un realizador prestigioso. Su método de trabajo era pragmático y
perfeccionista. Hacía muchas tomas de sus escenas para finalmente encontrar y
seleccionar con gran tino, la que era más adecuada y mostraba al actor o actriz
en su esplendor. Muchas de sus cintas fueron aclamadas y recibieron premios.
Sus tramas eran fuertes y trataban temas trascendentes o audaces. El
patriotismo de Rosa de abolengo (Mrs.
Miniver, 1942) o la realidad nacional de la posguerra en Los mejores años de nuestras vidas (The Best
Years of Our Lives, 1946). El lesbianismo velado en Infamia (These Three, 1936) que volvería a filmar un cuarto de
siglo después ya dejando en claro el sentimiento de una de sus protagonistas en
La mentira infame (The Children’s Hour,
1961). La misma Ben Hur (1959) sugería
la pasión homoerótica entre dos hombres. Y así se encuentran muchos otros casos
entre sus 35 largometrajes sonoros.
Lo
que distingue a La princesa que quería
vivir es su frescura. Mucho se debe a la misma Audrey Hepburn quien con
cabello largo luego pasa al corto para afianzar su personalidad, expresando los
deseos que tiene: ir a ver aparadores, visitar un café o caminar bajo la
lluvia. La secuencia de la visita a la Boca
de la Verdad que ofrece uno de los momentos ya icónicos del cine
norteamericano. Su sonrisa pícara al enterarse que pasó la noche en un
departamento junto con el hombre que la ha sacado de su formalidad real. La
vuelta a la realidad. La cinta nos habla acerca del descubrimiento personal (la
princesa aburrida se da cuenta que en realidad tiene un trabajo importante por
realizar), de la experiencia del amor (aunque tendrá que romper su corazón,
habrá pasado por un hecho inolvidable), de la ética (el periodista se convence
del significado de la caballerosidad en esos tiempos modernos).
La boca de la verdad
Wyler
nos ofrece una constante general (con excepciones mínimas) en sus películas: la
imposibilidad de la pareja. Siempre existe un obstáculo que impide la
consumación del amor. Es interesante establecerlo cuando se recuerdan los
tiempos en que los realizadores trabajaban bajo las órdenes de imperativos de
los grandes estudios. Gracias a su prestigio y a sus rendimientos en taquilla,
Wyler pudo ser fiel a sí mismo, seleccionando aquello que deseaba filmar. William Wyler fue uno de los mejores directores de Hollywood en sus míticos tiempos. La princesa que quería vivir es uno de
sus más grandes logros. Ahora, en su 65° aniversario, podrá disfrutarse en
pantalla grande en la Cineteca Nuevo León: no puede desaprovecharse la
oportunidad.
William Wyler (1902 - 1981)
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